El oso (segunda parte)
Capítulo 42
Isidoro no soportó demasiado tiempo el cuchicheo de los dos tortolitos, entonces se puso de pie y los saludó sin demasiado preámbulo.
- Bueno, muchachos, nos vemos en un rato.
- Pero quedate un poco más, Isidoro, que apuro tenés – sugirió el gordo Fernández.
- No puedo, en serio. Necesito ir al cajero a sacar guita, a la tarde le tengo que devolver unos mangos a un amigo que me prestó ya hace un tiempo. Aparte más tarde ya todos sabemos que los cajeros son un caos – replicó Isidoro un tanto molesto pero sin demostrarlo demasiado.
- Dale, Isi. Andá tranquilo – le dijo Copitelli amistosamente.
Isidoro se dirigió a la puerta, y una vez que ya había recorrido algunos pasos, Copitelli lo llamó << ¡Isidoro >>
Isidoro se dio vuelta y lo miró fijo a los ojos.
- Te manda saludos mi novia – le dijo Copitelli, desafiante.
Entre dientes, y a lo lejos, Isidoro tuvo un intento de decir <<Gracias>> pero, en realidad, ni el se escuchó.
Antes de ir para la oficina, caminó unas cuadras, con rumbo incierto, para no entrar tan temprano. Una vez que ya vio que se acercaba la hora de entrada, ahí sí se encaminó hacia su trabajo. Apenas ingresó la divisó a Mariel, que siempre llegaba más temprano que cualquiera. La encaró sin dudarlo.
- Hola, Mariel, buenos días. ¿Cómo andás?
- Bien, Isi, un poco cansada. Me dormí muy tarde, cometí el error de llevar trabajo a casa.
- Ok. Escuchame una cosita, hoy sin falta tengo que hablar con vos – le dijo Isidoro con firmeza y decisión.
La cara de Mariel se transformó, por un lado porque le había chocado un poco la forma en que Isidoro se dirigió a ella, y por el otro (porque todos somos un poco contradictorios) la actitud de Isidoro le gustó y, un poco, la excitó.
- Bueno, bueno, pero no te pusiste a pensar que puedo tener algo para hacer, algún programa, alguna salida – le contestó Mariel con ironía.
- Mirá Mariel, nada de lo que tengas que hacer es más importante que lo que voy a contarte – replicó Isidoro con más firmeza que antes.
- Bueno, siendo así… después de la hora de salida nos vemos, vamos a tomar un café.
Isidoro sintió que tenía media contienda ganada pero, por otro lado, lo que estaba dispuesto a contarle era tan denso, tan pesado que tenía un poco de temor de perderla para siempre. Pero pensó << ¿Perderla para siempre? Es imposible perder algo que no se tiene ni nunca se tuvo. La relación que tengo con ella es una mentira, es un teatro que los dos sabemos representar perfectamente. Ella con su histeria siempre sacando sus armas de seducción para que yo la alabe para que yo me deslumbre. Y por otro lado yo, un pobre diablo, que le hace de amigo cuando en el fondo lo único que quiero es estar con ella. Soy un cobarde, lo sé. Pero esa cobardía hoy va a morir y no importa lo que ocurra ni como queden las cosas entre nosotros, no me arrepentiré de nada de lo que diga ni de lo que haga>>
A isidoro se lo veía demasiado firme y, tal vez, un poco cebado. Pero él pensaba que estaba bien así, que se había terminado el tiempo de ser la oreja de Mariel, el muñeco de Mariel, el tipo al que siempre puede acudir cuando algún problema la asalta.
La tarde se le hizo interminable hasta que al fin se hicieron las seis de la tarde. Isidoro salió raudamente, fichó a las seis en punto y bajó por las escaleras. Miraba el celular con insistencia, el tiempo no pasaba más, las agujas parecían más pesadas que de costumbre hasta que al fin la vio a Mariel. Estaba más hermosa que nunca se notaba que había ido al baño para maquillarse. Isidoro sonrió y Mariel, con una vergüenza poco acostumbrada en ella, se puso colorada, agarró del brazo a Isidoro y se apoyó en su hombro. Caminaron unas pocas cuadras en silencio hasta que encontraron un lugar que les gustó y en el que no había tanta gente. Se sentaron a una mesa que daba justo a una ventana. Por unos segundos que parecieron siglos se miraron sin decir nada disfrutando el momento de tenerse frente a frente.
- Yo me voy a pedir una cerveza – primereó Isidoro.
- Y bueno, yo también – se copió Mariel.
Mientras esperaron las cervezas casi ni se hablaron. Una vez que el mozo dejó el pedido, Isidoro comenzó un monólogo.
- Mariel, quiero que me escuches. Yo hablo y después vos me contestás. Creo que vos sabés que te voy a decir, al menos la primera parte de lo que voy a confesarte lo sabés. Yo te amo, estoy enamorado de vos desde el primer instante que te vi. Sueño con vos, me despierto con vos en mi cabeza, no puedo más. Ya me cansé de ser tu amigo, me cansé de escucharte decir que hacés o no con Copitelli, yo te quiero para mi, quiero hacerte feliz, quiero que seamos felicies. Y estoy seguro que podemos serlo, a mí no me gusta hablar de las parejas de los demás y menos en la situación que yo estoy ahora planteando, pero sé, estoy seguro, que Copitelli no te va a ser feliz nunca. Es un egoísta que solo piensa en él. No le importás vos ni nadie. Pero bueno, eso era lo que quería decirte. Sé que muchas veces me paraste para que no te hable de esto, pero ya fue, no me lo puedo tragar más – Copitelli se quedó sin aire. Tomó un sorbo grande de cerveza y le cedió la palabra a Mariel.
- Isi, ya lo hablamos mil veces y seguís con lo mismo, yo amo a Copitelli. Y más allá de que vos no te lo banques, es mi amor. Yo a vos no te amo. Y yo te quiero como amigo, si no querés serlo, acá se acaba la relación amistosa, de ahora en más solo seremos compañeros de trabajo y espero que buenos compañeros – le contestó Mariel con toda la frialdad del mundo.
- Ok – masculló Isidoro.
- Pero pará, me dijiste que esta era la primera parte y la ¿segunda cuál es? - inquirió Mariel.
- La segunda… es el oso, el peluche – contestó Isidoro ya no tan seguro como antes.