El oso

Capítulo 43

Mariel se quedó paralizada luego de escuchar la temeraria y, porque no, valiente, confesión de Isidoro. Solo sus ojos parecían tener vida, los abrió de tal manera que parecía que iban a salir como dos proyectiles contra la pobre humanidad de Isidoro. Mariel no podía ni quería entender como su amigo, su único amigo, su confesor, había sido capaz de semejante acto atroz, semejante traición, era una vileza que ella jamás hubiera esperado de Isidoro, es más, lo hubiera esperado de cualquier otra persona menos de él. Después de haber controlado, en parte, su ataque de furia superó su mudez.

 

- Isidoro, no puedo ni quiero creer lo que me acabás de contar. No encuentro las palabras. Preferiría que todos esto fuera un mal sueño, una pesadilla, pero lamentablemente no lo es. Me estoy pellizcando las manos, lastimándome la carne hasta que salga sangre para ver si me despierto, ese es el amor que siempre te tuve, era capaz de salir lastimada antes de verte a vos mal. Y ahora tengo  frente a mi la imagen de la traición. ¿Vos te diste cuenta de lo que me hiciste?

 

Isidoro la miraba en silencio sin desviar su mirada de la de mi Mariel pero al mismo tiempo no tenia cara de estar pidiendo piedad ni de estar dando lástima, su postura era más bien altiva y denotaba un cierto orgullo por lo que acababa de hacer. Su gesto corporal era de quien se hace cargo de lo que ha hecho.

 

- ¿Vos tomaste real dimensión de lo que has hecho? - prosiguió Mariel. Es la peor traición que he sufrido en toda mi vida y mirá que me he cruzado con gente de mierda, eh. Violaste mi intimidad, te aprovechaste de mi amistad para poner esa cosa en mi casa haciéndola pasar como un inocente regalo. Me siento sucia, me das asco. Debería denunciarte pero no lo hago por dos motivos, el primero es tu familia, no les voy a dar semejante disgusto y el segundo motivo es porque en tu crimen está tu castigo. Solo un pobre tipo puede hacer algo semejante, solo un pobre infeliz puede llegar a un extremo tan ruin.

 

Isidoro seguía esperando, pacientemente, que Mariel culminara su monólogo. Ni bien vio que terminó le contestó.

 

- No coincido con vos en algo, en mi crimen no está mi castigo, no hay peor castigo que sentirte tan lejos a pesar de tenerte tan cerca físicamente. Se que lo mio no tiene ningún tipo de defensa ni de perdón. Esa locura solo la puede hacer un hombre enamorado.

 

Mariel esta vez lo miró con más furia que antes.

 

- Así que lo hiciste porque estar enamorado, sos un caradura, sos de los que no abundan. Ni siquiera hay un atisbo de arrepentimiento en tu voz.

 

- No me arrepiento, es fácil arrepentirse después de mandarse una cagada y pedir perdón llorando. Una vez leí que Oscar Wilde dijo << No creo que en el arrepentimiento, mucho menos en el religioso. La gente peca toda la semana y los domingos se confiesa con el padre, este le dice que rece tres padrenuestros y ya. Al otro domingo, seguramente, confesará el mismo pecado, y la rueda seguirá. El único y verdadero arrepentimiento es el saber detenerse a tiempo antes de cometer un acto que pueda dañar a otros >>

Y coincido ciento por ciento con eso, mi arrepentimiento no corregirá mi error.

 

- Sos un caradura. Y no sabía tu morbo de ver a tu supuesta enamorada teniendo sexo con otro...¿Y? ¿Te gustó verme cogiendo con Copitelli?

 

- Aunque no lo creas, cuando veía que estaban por hacer algo, automáticamente apagaba la cámara. No solo por respeto a vos, sino porque también me hacía mal verte con él.

 

- Ya no te creo nada, y no me importa si nos viste, eso no va a cambar nada de nada. Ya la cagada del siglo te la mandaste. Nunca más quiero saber algo con vos, para mí estás muerto.

 

- Vos podrías hacerte un poco cargo de la histeria – le dijo Isidoro desafiante.

 

- Ah, ¿ahora la culpa es mía? No te das cuenta que soy una pendeja y hago, justamente, pendejadas. Algunas veces puede que haya sido histérica a propósito para tenerte ahí, y otras ni me daba cuenta.

 

- Para tenerme ahí… flor de amiga vos también.

 

- No compares con la cagada que vos te mandaste. Mucha frasecita de arrepentimiento pero ahora me querés tirar un poco la culpa a mí. No te lo permito.

 

- Yo la cámara no la puse para verte a vos con Copitelli, solo te quería demostrar como te cagaba con otras minas.

 

- ¿Y que carajo te importaba a vos si me cagaba o no?

 

- Era tu amigo, tu mejor amigo. Y vos mi amiga más allá de lo que sentía, y aún siento, por vos.

 

- ¿Amiga? A una amiga no se le hace eso, a una amiga se le va de frente. Me hubieras dicho que el tipo me estaba cagando y listo, pero llegar a lo que hiciste…

 

- Te lo dije mil veces lo de Copitelli, tal vez no directamente pero siempre te mandé señales o te decía << Ojo con este que está caliente con todas >> Pero vos estabas enceguecida y pensabas que te lo decía por celos, un poco era por celos pero era y es la verdad.

 

- Y ahora contame, detective Bernardez ¿qué viste por la camarita del oso? ¿Con quién o con quienes me caga? - preguntó Mariel con un tono asquerosamente irónico.

 

- Con el gordo Fernández. Copitelli es gay o, tal vez, bisexual – le espetó Isidoro con una frialdad que no era común en él. Apenás terminó de largar esa frase que era como una bomba atómica para Mariel, Isidoro sintió que había roto todos los códigos que había respetado toda su vida.

 



#43822 en Novela romántica
#7042 en Chick lit

En el texto hay: amor, amistad, amor de familia

Editado: 27.07.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.