Isidoro no pudo disimular su asombro; repetía una y otra vez: 《estaba acá, estaba acá》
Mariel lo miró con una mezcla de lástima y desdén. Lo primero que se le cruzó por la cabeza fue que su amigo estaba loco. Intentó comprenderlo pero no pudo, su bronca era más fuerte. Intentó mirarlo a los ojos, pero Isidoro no quería, o no podía, devolverle la mirada.
- Estás loco, definitivamente estás loco - le dijo con firmeza.
Isidoro no contestó, simplemente seguía obnubilado observando ese oso que, ahora, de repente, de golpe no llevaba ninguna cámara. Él también pensó que estaba loco, pero sabía que no, sabía que Copitelli le estaba jugando una mala pasada, aunque también pensó, por un instante, que quien quería enloquecerlo era Mariel.
- Isidoro, te voy a pedir que te vayas de mi casa ya mismo - le exigió Mariel mientras se dirigía a la puerta para abrirla y para luego cerrarla y no abrírsela nunca más a aquel hombre que ahora desconocía.
Isidoro miró una vez más al oso como escrutándolo; todavía no podía entender como había desaparecido la cámara. Pensó en Copitelli, pero le costaba creer que una persona tan desprolija podía haber quitado la cámara del interior del oso y luego cerrarlo tan puntillosamente. Luego miró a Mariel como pidiéndole piedad, ella notó ese pedido desesperado de perdón y solo cerró los ojos mientras le repetía una y otra vez
《¡te vas, andate ya!》
Un instante antes de irse, Isidoro pensó en un final más heróico, más romántico, pero nada se le ocurrió, solo mordió fuerte y se retiró sin siquiera decir adiós.
Una vez que había hecho unos pocos pasos, escuchó que se abría la puerta; sonrió y pensó 《¡Ja! Yo sabía, se arrepintió》
Se escuchó un chistido, era obvio que era Mariel. Isidoro estaba dispuesto a actuar de la mejor manera esa escena que era fundamental en esa historia de amor. Por eso, se dio vuelta como en cámara lenta mientras una sonrisa canchera se dibujaba en su rostro. Cuando al fin tuvo a Mariel ante sus ojos, ella le habló.
《Llevate esta porquería de acá》 tirándole por la cabeza ese enorme oso que con tanto amor le había regalado hacía ya un tiempo.
Isidoro atajó el oso y se lo llevó a la rastra por la calle, y pensaba que Mariel era una desagradecida. Por ahora no pensaba que lo que había hecho no tenía ninguna justificación, había violado la intimidad de su amiga, se había aprovechado de su confianza. En el fondo sabía que nunca más la vería, y que, si ese milagro ocurriera, nada sería como había sido alguna vez, nada sería lo que el quisiera que fuese y, entonces, si algún día fuera algo híbrido lo mejor sería que no fuera nada. Para tener con ella algo sin gracia, sin colores, sin poesía, lo mejor era dejar todo ahí y no preocuparse más por ella ni por nadie. Al pasar por un conteiner de basura tiró el oso y lo acomodó bien en el fondo. Siguió caminando sin rumbo, con dos corazones rotos: el suyo y el de Mariel. Él sabía, estaba seguro, que Mariel lo amaba, hasta pensaba que ella lo amaba más aún de lo que él la amaba a ella
Sus pasos se hacían cada vez más lentos, sentía como que las fuerzas se le esfumaban, sentía que no tenía nada por lo que vivir. Entró en un bar y se pidió algo para comer y una cerveza helada. El lugar estaba muy oscuro, la música estaba tan alta que, al hacer su pedido, tuvo que gritarle bien fuerte a la chica que lo atendió. Estaba tomando la cerveza cuando alguien le tocó fuertemente el hombro. Se dio vuelta y, para su sorpresa, era Copitelli. Se dieron la mano, y Copitelli se sentó a la mesa sin permiso. Isidoro lo miró con su peor cara de odio.
- No me mires con esa cara, Isi - le espetó Copitelli con un dejo de ironía.
Isidoro le sonrió y le siguió el juego.
- No... perdón. No tuve un buen día.
- Y si por mi fuera, no tendrías una buena vida - le dijo amenazante Copitelli.
Isidoro tomó un sorbo de cerveza y se lo quedó mirando.
- Mirá, Isidoro, vamos a sacarnos las caretas. Vos me odias, yo te odio.
- No, para, yo no te odio - lo interrumpió con firmeza Isidoro.
- Se honesto, me odias y te querés coger a mi novia. O me lo vas a negar...
Isidoro tomó otro sorbo de cerveza, está vez hasta vaciar el vaso y con una seña pidió otra.
- Ves, al menos con tu silencio me lo reconocés. Y está bien, Mariel es hermosa y todos se la quieren coger, vos incluido.
Isidoro se quedó sin palabras, y esa actitud alimentaba más el monólogo de Copitelli.
- Y sabés... eso no me molesta. Lo que me jode es la estupidez y la hijaputez. ¿Cómo se te ocurrió meter una cámara escondida en nuestra casa?
Isidoro se puso lívido. No podía hablar, le temblaban los labios, le temblaba todo el cuerpo. Pasaron por su cabeza millones de pensamientos, la mirada de Copitelli lo intimidaba por sobre todas las cosas porque tenía razón.
- Sí, lo del oso es verdad. Fue una estupidez de mi parte. Y traicioné a Mariel, a vos no, yo con vos no tengo ninguna relación de afecto. Me chupás un huevo.
A Copitelli no le gustó el tono violento de Isidoro.
- Te voy a decir algo, Isi: el oso lo tengo yo y, si quiero, te hago mierda.