Mariel fue a su escritorio y yo al mío. Me senté y me puse a pensar como había hecho Mariel para hacer tan rápidamente el informe que me había solicitado el gerente. Tampoco comprendí como sabía que informe tenía que hacer. Por otro lado, su trabajo había sido casi perfecto y muy profesional. Estaban demasiado prolijos como para que crean que los había hecho yo, pero el gerente estaba en otra, vivía en otra, por eso no se fijó demasiado en los detalles, a él solo le importaba tener en sus manos el material parar hacer la presentación ante el directorio, y sobre la base de eso chamuyarlos. Y bueno, por esa razón es gerente.
Estaba en mi posición un tanto aburrido ya que no tenía mucho trabajo. En un momento unas carcajadas con alto volumen me despabilaron. Me di vuelta y vi un amontonamiento de gente entorno al escritorio de Mariel. De lejos pude divisar al gordo Fernández. Era el típico bromista. El canchero. También era medio baboso y bastante pajero, en ese orden o en otro. Sus ojos estaban posados en las tetas de Mariel sin ningún tipo de disimulo, al gordo no le importaba nada, nada le daba vergüenza. Estaba haciendo, o eso creía él, gala de todas sus armas de seducción. Y la verdad que era muy simpático y gracioso y no era un tipo feo, el tema era su extrema obesidad. Yo a veces le decía << Gordo, yo con tu labia me levanto todas las minas que quiero >> y gordo me miraba con cara de actor de telenovela y me retrucaba << Bernárdez, vos con mi labia y mi peso tenés que levantar... con mi labia y tu peso levanta cualquier boludo... >> Mariel reía ante cualquier chiste del gordo, él era un arsenal de finas, y de las otras, ironías. A veces se le acercaba demasiado a Mariel, la tomaba de la cintura o de las manos y casi le hablaba al oído. Mariel parecía cómoda con la actuación del gordo, y yo recordaba lo que me había dicho sobre los hombres casados...
El gordo estaba casado y tenía dos hijos: un nene y una nena, chiquitos ambos. Vivía cagando a su mujer, y encima era muy obvio, era como que gozaba cuando la cagaba y la mujer se daba cuenta aunque se hacía bien la boluda. Al lado de Fernández estaba Raquel. Ella era la secretaria del contador Limo, quien iba a la oficina solo dos veces por semana, por esa razón Raquel le manejaba todo, era una luz, muy inteligente. Todos teníamos la sospecha bien fundada de que era lesbiana. Usaba el pelo bien corto con un corte bien masculino y vestía trajes y corbatas. Era muy masculina en sus formas también. Era muy pulcra, y cuando hablábamos de sexo, simplemente se sonrojaba y se iba a su diminuto escritorio. A Raquel se la notaba encandilaba con Mariel y a veces le miraba, tímidamente, las tetas. Le miraba la cara con dulzura, miraba sus ojos, sus largas pestañas. Otro de los que estaba observando la situación como un espectador de lujo era Copitelli. Era el más joven de la oficina, tendría unos veintidós o veintitrés años y era el lindo. Las mujeres le decían el bebé y se derretían cuando él las saludaba y les clavaba sus grandes ojos azules. Era alto y atlético, lo tenía todo. Pero... nadie lo tiene todo, Copitelli tampoco. Al pibe le gustaba demasiado el trago. Hasta tal punto que llegaba todos los días de resaca, con los ojos rojos, pronunciadas ojeras y con una andar dubitativo. Su cuerpo emanaba un intenso olor alcohol, por donde pasaba dejaba su estela. Cuando Copitelli llegaba, el gordo Fernández le hacía siempre la misma broma: hacía la mímica de prender una hoja con un encendedor y hacía como lo tiraba donde estaba el pobre Copitelli, acto seguido se agachaba, se tapaba los oídos simulando una gran explosión. Copitelli lo miraba con desprecio, de arriba hasta abajo, y seguía su camino hacia su posición. Era reservado y nadie sabía mucho de su vida. Todos intuíamos que no se quedaba en su casa chupando solo sino que, seguramente, saldría por ahí a cazar en la oscuridad. Su cara parecía un mapa de la noche porteña. Más allá de todos sus defectos era un buen tipo. No se metía con nadie. Conmigo tenía una buena relación, no hablaba con muchos pero conmigo se lo notaba cómodo. Pero yo en la oficina tenía solo un amigo. Era Jorge Ferro. Habíamos entrado juntos hacía unos diez años, teníamos la misma edad y vivíamos en el mismo barrio, Ramos Mejía (1). A veces nos íbamos a algún Púb cercano a la oficina a algún after office, y siempre teníamos el mismo final: esperando el colectivo solos, nunca levantábamos nada. Pero nos divertíamos y al menos hablábamos con alguna que otra mujer, pero ahí quedaba todo. Hacíamos el mismo trabajo y nos complementábamos muy bien. A Jorge se lo veía también embobado por Mariel, quien no solo tenía belleza, tenía carisma, seguridad y gracia. El gordo Fernández seguía “tirándole tiros”. Mariel se hacía la tonta, o al menos me parecía a mí. Su mirada era muy fuerte y por momento me intimidaba mirarla. Me fui acercando, tímidamente, al grupo. Apenas me vio, Fernández tiró uno de sus chistes << Mariel, ahí vino Bernárdez. No le des mucha bola porque te va a volver loca, se habla todo... jajajajajajajaja>> Yo solo sonreí sonrojado mientras la miraba a ella que me miró con solapada ternura. Fernández estaba en su salsa, su actuación le estaba saliendo perfecta y solo fue interrumpida por su teléfono celular que comenzó a sonar incesantemente.
- ¿No pensás atender, Fernández? – lo inquirió Mariel –
- A ver... esperá... -tomó su teléfono, observó quien llamaba y sonrió – es la bruja – comentó Fernández
- ¿Quién es la bruja? – preguntó haciéndose la tonta Mariel.
- Mi mujer...
- A... tu mujer... mirá vos...
Mariel le sacó el celular a Fernández, quien no lo pudo evitar, y contestó.
- Hola...
- Hola... me parece que me equivoqué. –Dijo tímidamente Norma, la esposa de Fernández
- No, no se equivocó. Este es el teléfono de su marido. Yo soy una nueva compañera de él. Estamos acá en la oficina y me invitó a comer esta noche. Imagino que me invitó a su casa y vamos a cenar los tres juntos...
- ¿Y los nenes?
- Ah... tienen hijos...
- Sí, dos...
- Bueno entonces cenamos los cinco. Beso.