Al fin llegó la hora de salida. Luego del almuerzo me quedé todo el tiempo colgado pensando en Mariel y todo lo que habíamos hablado. Por momentos era un testigo privilegiado del flirteo de Copitelli y ella, aunque a fuer de ser sincero, la que arremetía era ella. Ella era la que iba al frente, Copitelli estaba medio adormecido esa tarde, sospecho, sin temor a equivocarme, que al mediodía se había tomado una copita de algo, o mejor dicho, unas copitas. Salí del edificio junto con Jorge como todos los días, hacía diez años, para ir a tomarnos en chárter que nos llevaba a Ramos. Yo estaba bastante callado y triste. Mariel me quería como amigo… ¡amigo! Yo no quería ese papel en su vida. Subimos al micro y nos sentamos en los mismos asientos que nos sentábamos siempre.
Y era verdad. Jorge siempre me hacía reír. No solo porque era gracioso naturalmente, era un tipo totalmente ingenuo. Un buen tipo de esos que no se encuentra mucho en esta vida.
Jorge era lo menos atractivo del mundo, pero siempre ganaba con su simpatía y gracia. Y tenía la virtud de reírse de sí mismo, por eso hacía el chiste de su facha…
Llegamos a Ramos. Bajamos en mi casa como casi siempre. Yo vivía con mi madre, con mi tía Rosa y María, mi hermanita menor. Mamá era una típica hija de tanos. Fuerte, hermosa y una cocinera de primera. Había enviudado muy joven, cuando tenía tan solo cuarenta años. Mi viejo era un gallego laburador. Había laburado toda la vida de albañil y gracias a su sacrificio vivimos siempre sin sobresaltos. Un sábado a la mañana de hace catorce años, unos vecinos tocaron la puerta de casa y le avisaron a mamá que mi viejo se había descompuesto. Cuando llegamos al hospital ya era tarde. Tenía solo cuarenta y dos años. María era una beba de cuatro años. La vida se puso dura. Yo empecé a trabajar haciendo changas, intenté seguir el camino de mi padre pero no tenía su mano ni su fuerza, hasta que por fin encontré este trabajo que tengo actualmente en la empresa de importación y exportación. Y ahora las cosas van bien en casa, no como cuando estaba papá, pero vivimos bien. Mamá hace tortas a pedido y le va bien ya que cocina muy bien. Mi tía Rosa la ayuda con esa tarea. Es un personaje mi tía, nada que ver con mi madre. Es totalmente extrovertida, no le importa nada, el qué dirán ni sabe lo que es. Y según cuentan las malas lenguas, ella sí que tuvo un curriculum, como diría Jorge, muy largo…
María estaba enamorada de Jorge. Nunca me lo había dicho pero se le notaba demasiado. Cada vez que Jorge aparecía, María iba corriendo a su encuentro y se le colgaba del cuello. Manifestaba más muestras de afecto por él que por mí. Sí, estoy celoso. Definitivamente celoso.
Nos sentamos a la mesa para cenar. La tía había hecho una empanada gallega que le salía como los dioses. María se sentó al lado de Jorge mientras le acariciaba el hombro. Yo estaba seguro que Jorge ni se daba cuenta de las intenciones de mi hermanita. Como siempre, nuestras cenas estaban llenas de alegrías y de bromas, pero esa noche yo estaba particularmente apagado.
Al instante de decir eso sonó mi celular. Me levanté de la mesa Lo tomé para ver quien me había enviado un mensaje. Detrás de mí lo sentí a Jorge que me seguía hasta el patio.