Cuando lo escuché a Copitelli tuve un sentimiento que nunca había sentido en toda mi vida, realmente sentí ganas de matar a alguien. El tema es que no sabía a quién. Por mi cabeza pasaba la cara de Mariel, la voz de Copitelli. Creo que tenía ganas de matar a los dos. No logré comprender la actitud de Mariel que la llevó a llevar a Copitelli a un almuerzo que yo creía que era para que ella conociera a mi familia, a mí no me interesaba la presencia de él. Y ya no sabía que pensar, no sabía si lo había hecho de boluda o de hija de puta. Y en mi interior tampoco sabía cuál de esas dos opciones prefería, pero bueno... mi deseo no cambiaría la realidad.
Tía Rosa se me adelantó ganándome de gano abriendo la puerta a los tortolitos. Tía Rosa abrió y sonrió saludando a la feliz pareja, quienes estaban abrazados frente al umbral de la puerta. Tía Rosa tampoco entendió esa situación, ella estaba convencida de que Mariel estaba invitada sola. Pero poco le importó a mi tía ya que al mirar a Copitelli y verlo bien, se olvidó de todo. Lo escrutó de arriba hacia abajo, le sacó una radiografía, le hizo un estudio completo. Mientras, sonreía simpática y algo sexy. Mariel notó esa situación y entonces intentó romper el hielo (más que hielo era una hoguera que estaba quemando a la tía Rosa) adelantándose un par de pasos, tomó suavemente del brazo a tía Rosa, la besó sobre la mejilla derecha y se presentó. Tía Rosa besó a Mariel con un cariño falso y dudoso sin sacarle los ojos de encima a Copitelli. Este sonreía con una sonrisa con algo de soberbia debido a su excesiva confianza en sí mismo en cuanto a su atracción que siempre provocaba en las mujeres. Copitelli tenía su mano derecha apoyada sobre el hombro derecho de Mariel, su brazo derecho lo tenía recogido, oculto, en su espalda, en un momento hizo un movimiento algo brusco pero con gracia, y descubrió su brazo izquierdo, en su mano llevaba un gran ramo de rosas rojas, rojo pasión, como le dijo la ya cremada tía Rosa.
- ¡Oh! Muchas gracias, caballero. ¿Cómo es su nombre? – preguntó la ruborizada tía Rosa-
- Hernán Copitelli. Puede llamarme Hernán. Usted debe ser la hermana menor de Bernárdez... - afirmó Copitelli con una sonrisa sardónica y canchera, y con su típico tono de voz seductor que todos conocíamos.
- ¡Ja! ¡Qué exagerado! Soy su tía, mi nombre es Rosa. Igualmente le llevo unos pocos años a Isidoro. – dijo tía Rosa mientras el rojo de su cara se le hacía mucho más notorio.
- Perdón... Rosa...
- Sí, dígame, caballero.
- La puedo tutear... nos podemos tutear, digo. ¿Qué te parece?
- Claro, Hernán. Bueno... gracias por las flores. Pasen, los estábamos esperando.
“Los estábamos esperando” esa frase de mi tía me revolvió el estómago. Ya había caído en las redes seductoras de Copitelli.
Rosa los llevó hacía el patio, ahí los saludé a ambos. Noté una resaca en Copitelli. Tenía los dos ojos rojos y sus ojeras hinchadas. Y lo que más denotaba su poca controlada ingesta de alcohol de la noche anterior (tal vez hasta allá tomado algo por la mañana) era el aroma que emanaba su piel cetrina. Y eso fue lo que terminó de confirmar mi sospecha. Cuando la besé a Mariel también sentí el mismo aroma en ella pero mezclado con el perfume que se había echado. No me molestaba que Mariel bebiera, lo único que me asustaba era que sé mimetizara con ese vicio de Copitelli.
- Mariel, sacá los vinos del bolso – le dijo Copitelli a Mariel con un tono de voz un tanto elevado, seguramente producto de la resaca.
Mariel abrió su gran bolso y sacó de su interior tres botellas de vino tinto. Me sorprendió la poca cabellorosidad de Copitelli de dejar que Mariel llevara semejante peso, y cada vez entendía menos como Mariel podía estar tan enganchada con ese tipo. Por la facha, simpatía, su seducción, pensé. Igual sabía que todo eso era una cáscara y que algún día todo eso le importaría poco a Mariel. En mi cabeza apareció un pensamiento furtivo sin invitación << Encima coge bien >> Fue como ese diablillo que dicen que tenemos dentro de nuestra cabeza que intenta desestabilizarnos. Ese diablillo que nos quiere ver caer, que nos quiere ver besando el piso. Conmigo no hacía falta mucho trabajo, yo me sentía ya abatido y en el piso.
En un momento la vi a tía Rosa cuchicheando con mamá mientras las dos miraban a Copitelli, mi vieja se puso roja, tía Rosa lo miraba desafiante mientras él la miraba como retrucándola. En un momento apareció mi hermana que lo saludó y también quedó embobada por él. Jorge y yo éramos los hombres invisibles.
Nos sentamos todos a la mesa que estaba en el patio. Mi tía, mamá y María parecían adolescentes, en realidad la única que tenía edad para actuar de esa forma era mi hermana. Mariel estaba bastante incomoda por la situación. Copitelli se había quitado un buzo que llevaba puesto, debajo de este tenía una remera azul toda apretada que dejaba ver sus trabajados músculos, sobre todo sobresalían sus brazos hipertrofiados por las pesas y la “falopa” con la que se daría. Mi tía era la más osada, se acercó y le tocó el bíceps derecho….