La bronca, y los celos, se le dibujaban en su rostro al pobre Jorge. Y tenía razón en todo lo que decía. Pero lo que estaba pasando era algo totalmente humano, hay ciertas personas a las que se les perdona todo, mientras que a otras no se les deja pasar una, como si cualquier desliz se transformara una mancha difícil de limpiar. No era el caso de Copitelli, al menos ese día.
En ese momento justo entró la tía Rosa, traía unas botellas de vino que las dejó al lado de la heladera, también estaba un poco tomada. Yo me hice el tonto y me fui para la mesa.
Tía Rosa se acercó a Jorge y le habló al oído suavemente, erectándole los bellos de su interior.
Jorge se alejó un poco de tía Rosa, la miró a los ojos mientras le tocaba la mejilla derecha.
Tía Rosa se acercó a Jorge y le “estampó” un sonoro beso en los labios trémulos de Jorge y se fue para la mesa bamboleando sus caderas, parando esa cola con la que Jorge había soñado desde adolescente. Se quedó mudo, boquiabierto, tocándose la boca, saboreando ese beso que había soñado durante miles de noches, durante toda su vida. Se quedó observando la mesa, veía Rosa riendo con una alegría que le desbordaba por toda su piel, y ahí pudo comprender que tal vez ella también hacía noches y noches que soñaba con él. No le pareció nada descabellado comenzar una historia con ella, sabía que era una mujer extraordinaria, buena persona y que lo querría bien. En el barrio se sabía que en las artes amatorias era la mejor, la más entregada, la más lanzada y la que tenía menos prejuicios, y el admiraba esa parte de su personalidad, esa a la cual no le importaba nada de lo que la gente dijera. El “qué dirán” no era para la tía Rosa.
Jorge se dirigió a la mesa, se sentó sin sacarle los ojos de encima a Rosa y ella, atrevida como había sido toda su vida, tampoco. Para los dos, en esa mesa solo estaban ellos dos, se habían invisibilizado todos los demás, no escuchaban nada de los que decían, en un momento Jorge alargó su mano para tomar un pedazo de pan, Rosa dirigió su mano hacia el mismo trozo de pan, rozando, adrede, la mano de Jorge, este se estremeció y sintió sus bellos erectos, su sexo con cosquillas como si fuera un adolescente, la tía Rosa sintió algo parecido. Los demás seguían con sus charlas y risas, para Jorge y Rosa no había nada más allá de sus sensaciones, esas sensaciones que no podía frenar. Rosa le guiño el ojo y fue para la cocina, Jorge la siguió, la tomó de la cintura y le dio un beso a boca abierta, rosa respondió y entrelazaron sus lenguas, ese beso que había esperado años ahora se hacía realidad. Fueran reculando hacia un cuartito de servicio que estaba lindero a la cocina, Jorge la depositó suavemente en ese catre vetusto y ruidoso, la fue desnudando lentamente, no pudo creer lo que veían, el cuerpo de la tía Rosa era mucho mejor de lo que imaginaba. Recorrió con su boca y su lengua todo el cuerpo madura de su obsesión adolescente, Rosa gemía de placer suavemente, no eran esos gemidos que parecen salir de las tripas, luego le tocó el turno a Rosa, y en se momento Jorge comprendió porque en el barrio decían que tía Rosa hacía maravillas con su boca. Se entregaron a sus artes amatorias, cada uno poniendo todo lo mejor de sí, se olvidaron del mundo cuando Jorge, al fin, entró en ella.