Jorge volvió a la mesa con una sonrisa que no podía disimular, quería mantener la boca cerrada pero no podía, la sonrisa le ganaba toda la cara. Yo me percate de eso pero no fui el único.
- ¡Que sonrisita de feliz cumpleaños que tiene, mi amigo Ferro! ¡Me alegro que haya cambiado su cara de pocos amigos que llevaba antes — le dijo Copitelli arrastrando las palabras y con cierta ironía amigable.
- ¿Sabés lo que pasa, Copi? Vos a mí no me conocés. Yo no estaba con cara de pocos amigos, simplemente estaba pensativo. Pensaba como será nuestro clima laboral ahora que vos vas a estar de gerente… - contrarrestó Jorge con simulada seriedad. Su alegría no se la iba a quitar nadie.
- Va a estar todo bien, Ferrito. Yo no soy un tipo jodido. De eso estate seguro. Aparte tengo un gran aprecio por vos y por Bernárdez. Tranquilo.
En un momento apareció tía Rosa que estaba tan, o más, contenta que Jorge. La felicidad sería la misma, lo que pasaba es que, tía Rosa, era mucho más expresiva.
- ¡Miren a la más linda de la casa con la alegría que volvió de la cocina! Che, Jorgito, vos no habrá hecho de las tuyas, ¿No? – le preguntó Copitelli a Jorge.
- Sé un poco más respetuoso, Copitelli. No hablés pavadas - le contestó un ruborizado y vacilante Jorge.
- Es un chiste. No te enojes.
Cuando todos estábamos ya sintiendo una leve tensión que iba en aumento, escuchamos el timbre de la casa. Tía Rosa se levantó raudamente y se dirigió a la puerta para ver quién era, en el camino preguntó << ¿Quién es?>> y del otro lado, con un hilo de voz casi imperceptible para el oído humano, se escuchó << Soy yo, Tránsito >>.
Don Tránsito Doroteo Pérez era un amigo de tía Rosa. En realidad había sido un noviecito en la adolescencia. Tía Rosa siempre me juraba que entre ellos nunca había pasado nada más que un beso y alguna que otra cosita que no hizo demasiada falta que me aclarara. Eran épocas de zaguán, y yo la verdad no me lo imaginaba a Don Tránsito haciendo nada, ni siquiera me lo imaginaba tocando el cuerpo torneado de aquellos de tía Rosa, en cambio sí me la imaginaba a mi tía tomando la iniciativa antes el cuerpo virgen y torpe de aquel tímido adolescente. El romance no duro demasiado, tía Rosa notaba que la lentitud de Don Tránsito era una virtud que para ella era una desgracia. Por eso buscó por otros lares, mientras Don Tránsito nunca la olvidó. La boca de tía Rosa parecía ser inolvidable para todos sus amantes. Siempre iba de visita a casa para ver a tía Rosa, la cual lo atendía con devoción, pero Don Tránsito solo lograba que lo invite un café o algún aperitivo. Solo charlaban en el patio mientras Don Tránsito recordaba esas noches inolvidables en el zaguán.
Tía Rosa abrió la puerta y ahí apareció Don Tránsito. Era alto y flaco, y tenía su espalada ligeramente encorvada. Estaba vestido formal, como siempre, con un vetusto traje color beige de anchas solapas pero impecablemente planchado, camisa blanca y corbata marrón con vivos amarillos. En el pequeño bolsillo del frente llevaba un pañuelo blanco y en el ojal una rosa roja. Tenía el pelo prolijamente engominado con raya al medio y tenía un fino bigote oscuro seguramente teñido. Sus ojos celestes saltones le daban un aire de cómico loco. Traía un ramo de rosas rojas, como la que llevaba en el ojal, las cuales se las dio con suavidad a tía Rosa.
- Tránsito, querido. No te hubieras molestado – le dijo tía Rosa con amabilidad. Se notaba que lo quería, como amigo, pero lo apreciaba realmente.
- Mi bella dama, para mí no es ninguna molestia. El que tal vez esté molestando en esta respetable casa de familia sea yo. Y por eso pido disculpas - replicó con exagerada educación Don Tránsito.
Don Tránsito era, como se dice habitualmente, un buen partido. Se había recibido de farmacéutico muy jovencito, y había heredado la farmacia de su padre. Vivía en la casa más linda del barrio. Tenía un muy buen pasar. Incluso se había comprado una casa en la costa a la que iba todos los veranos. Pero no había tenido la misma suerte en el amor. Vivía solo y no se le conocía pareja alguna. Infinidad de veces le había ofrecido matrimonio a tía Rosa, pero siempre se chocaba con la realidad ante la negativa reiterada de la dama de sus sueños.
- ¿Y a este de dónde lo sacaron? ¿De un tango? ¿De una película de cine mudo? - me murmuró Copitelli acercándose a mi oído. El olor a alcohol que emanaba era sinceramente insoportable.
- Es un amigo de la familia. Es un buen tipo. El
tipo es así, un excéntrico. – le retruqué con el ceño fruncido.
- Ok. No te enojes, no me vas a decir que no es un tipo raro. La vestimenta. El peinado. Y habla como en el 1800
Jorge sabía de las intenciones de Don Tránsito pero sabía de sus innumerables fracasos. A pesar de eso, en ese momento que había concretado con tía Rosa, le dio un poco de celos su presencia. Lo miraba con desdén mientras Don Tránsito contaba sus, repetidas, peripecias. Era de esa clase de personas a las que siempre les surgen problemas. Uno a veces no sabe si es mala suerte o es una búsqueda imperiosa de buscar problemas, de coleccionarlos. Si no entraban a robarle a la farmacia algún empleado le robaba de la caja o le chocaban el auto o arreglaba citas con alguna mujer y lo dejaban plantado. Era un llanto permanente. Copitelli ya tenía en sus venas más alcohol que sangre pero seguía tomando. En un momento Jorge se acercó para hablarme.
- Este Don Tránsito, siempre con problemas. Ya cansa.
- Dejalo. Es un tipo con una vida difícil. Nunca tuvo suerte con las mujeres. No es como vos, galán…
- Yo no soy ningún galán. No me cargues.
- Vos te pensás que yo soy boludo, Jorge. O te crees que todos lo somos. Me alegro que hayas concretado con tía Rosa. Los quiero a los dos, que más quiero que la felicidad de ambos.
- Dejate de hablar pavadas, Isi.
En un momento el silencio se apoderó del patio y de toda la casa. Don Tránsito se paró mientras tenía en su mano derecha una copa con champagne.