Capítulo 27
El tiempo pareció paralizarse al igual que toda la gente presente. El cura miró hacia donde venía la voz o donde él creía que provenía. Don Tránsito se tomó del cura para no caerse. Tía Rosa miró despavorida creyendo haber reconocido la voz. Yo también miré al fondo pero no vi nada. La gente comenzó a hablar entre ellos sin saber que era lo que pasaba, el murmullo se hizo ensordecedor, nadie entendía nada. Desde el fondo se pudo ver a una persona que comenzaba a incorporarse, no llevaba justamente ropa de gala para la ocasión, en realidad estaba vestido con harapos, ropa gris y marrón debido a la mugre acumulada por días, tal vez meses. Era un hombre alto y flaco con una larga barba blanca, por uno de los bolsillos de su saco asomaba el pico y el cuello de una botella. El hombre comenzó a caminar hacia el altar mientras vociferaba, pero ahora sí no se le entendía lo que decía ya que arrastraba las palabras, lo único que se entendía era que hablaba de tía Rosa con toda la dificultad que supone la letra erre para los borrachos. Igualmente no parecía agresivo, siguió caminando hasta que estuvo a unos escasos metros de tía Rosa.
- ¿Ya no me reconocés? Ya te olvidaste de este pobre viejo borracho.
Tía Rosa lo miró con extrañeza hasta la expresión de sus ojos cambiaron a una emoción que no pudo contener, sus hermosos ojos se le llenaron de lágrimas, caminó unos pocos pasos y abrazó a ese hombre sin importarle el glamur de su vestido y la suciedad de las ropas de aquel pordiosero borracho. Quedaron abrazados un buen rato hasta que se separaron un poco para mirarse bien.
- Raimundo, pensé que habías muerto.
- No, mi querida. Mi empresa quebró y tuve que desaparecer. Y aquí me ves, no creas que estoy mal, estoy mejor ahora que cuando tenía millones. Ahora solo se me acerca la gente que realmente me quiere. ¿Recordás como era antes? Mi casa siempre estaba llena de gente, y cuando quebré hasta pasé una navidad solo, solo como un perro. Sí, ya sé que vos me invitaste a tu casa, ese gesto jamás lo olvidaré.
Tía Rosa lo miraba con amor y compasión, le tocaba la cara y no podía impedir que las lágrimas le brotaran gruesas y le surcara las mejillas.
- Raimundo, como no iba a invitarte si fuiste tan importante en mi vida, no seas tonto. Lo nuestro se terminó hace años, igual siempre te querré, de eso no tengo dudas. Déjame ahora que me case con este buen hombre, Don Tránsito.
- Don Tránsito, que personaje. Espero que sean muy felices, pero nunca me olvides, Rosa.
- Nunca lo hice ni nunca lo haré. Ahora deja que sigamos con la ceremonia, de más está decirte que estás invitado a mi fiesta, eso sí: andá a pegarte un baño y ponete algo decente.
- ¡Ja! Sí pudiera.
- No me dejaste terminar, ahí en la primera fila está mi sobrino, Isidoro. Pedile a él la llaves de casa y hace lo que te dije.
- Gracias, Rosita, gracias. Bueno, se ve que mi interrupción no tuvo demasiada fuerza, así que bueno. Siga con lo suyo padre.
Raimundo había sido uno de los amores de juventud de tía Rosa, uno de los cuantos. Era del barrio, pero se había mudado al centro. Tenía una fábrica de golosinas, era multi mega millonario. A tía Rosa le había hecho todo tipo de regalos, incluso le había regalado un auto, pero la tía lo había rechazado por que le había parecido demasiado excesivo. Raimundo le había pedido casamiento a tía Rosa en infinidad de oportunidades, pero tenía un gran defecto, era un mujeriego sin remedio. Pero era un buen tipo, una persona muy leal, y era extremadamente culto. Se había recibido de ingeniero, pero más allá de eso era un gran lector y sabía de todo. Tía Rosa siempre nos comentaba la gran biblioteca que tenía en su casa, ella decía, con gran exageración, que la biblioteca de Alejandría debería haber sido así de grande.
Al fin culminó la ceremonia. A Don Tránsito le habían vuelto los colores a su rostro, tía Rosa estaba exultante, mamá seguía llorando, y Jorge seguí tiroteando a Jordana mientras María hacía lo imposible para que no pasara nada entre ellos.
Yo acompañé a Raimundo a casa. La verdad que mientras íbamos camino allá sentía el olor que emanaba, y yo no podía creerlo por la imagen que siempre había tenido de él, un tipo pulcro y siempre perfumado, como recién bañado.
- ¡Qué grande estas, Isidoro!
- Los chicos crecen, Don Raimundo.
- Es verdad. ¿Vos estás solo?
- Sí…
- Mmmmm… bueno, ya algo aparecerá. Vi a una chica que estaba cerca de ti, una de piel morena, negra digamos. Muy bonita y con un cuerpo de ensueño.
- Sí, es amiga de mi hermana.
- Ah. Esa piba te miraba con amor. Le gustás y mucho.
- No, no creo. En realidad mi hermana me la quiere presentar.
- Escuchá lo que te dice un viejo, esa piba está muerta con vos. Y es hermosa. Dale para adelante.
- Pero ahora estaba con mi amigo.
- ¿Qué tiene que ver? Tu hermana te la llevó para vos, no seas tonto.
- Lo que pasa es que en la cabeza tengo a otra piba.
- No era que no estabas de novio.
- No es mi novia.
- ¿Y qué es?
- Una compañera de trabajo.
- Ah, entiendo. Está con alguien y por eso no te da bola.
- Exacto, y se está por casar.
- MIrá, te voy a decir algo y tal vez pienses, que me dice este viejo tonto. Pero haceme caso, no pierdas la oportunidad con la morena, tal vez lo que te pasa con la otra no es amor, tal vez sea una obsesión, y sin darte cuenta te podés enamorar de esta chica. No pierdas el tiempo, sacate las ganas, dale para adelante.
- Pero, ahora el que se la encaró fue mi amigo.
- ¿Y? Los hombres a veces me dan gracia, se creen que a las mujeres las pueden marcar como se marca el ganado. A mí me pasó una vez con un gran amigo. Íbamos siempre al mismo boliche, conocíamos a todas las minas. Una vez fui solo y me encontré con una chica que había estado con él, pero no de novio, solo sexo. La noche fue pasando, fueron pasando los tragos y terminamos en la casa de ella. Quedé con la chica para no contar nada, obviamente yo era un ingenuo, la chica le contó. Entonces vino a encararme, a decirme que lo había traicionado y no recuerdo cuantas cosas más. Una vez que terminó le dije, o sea que a esa chica la puede tocar cualquier tipo en el mundo menos yo, según tus reglas. No supo que contestarme. La vida es demasiado corta para darle bola a esas pavadas. Bueno, me voy a bañar.