Realmente la vida de Isidoro había cambiado para siempre. De tal manera fue ese cambio que acá tenemos que cambiar de narrador, poco importa, por ahora, quien soy. Acá el tema es que Isidoro luego de ese casamiento no volvió a ser el mismo, por muchas circunstancias. Esa noche se fue con Jordana a un hotel e hizo el amor como nunca en su vida. Sentía que era la mujer de su vida, su enamoramiento poco duraría. En su cabeza seguía Mariel, no podía, o no quería sacársela de la cabeza. La ingesta de alcohol comenzó a ser diaria y no paró. Los fines de semana le daba a la cocaína para mantenerse despierto y seguir de fiesta. Se acostaba con cuanta mujer podía, solo era cuestión de que le gustara un poco y le dé un poco de bolilla. Después de la conquista solo quedaba el sexo, se notaba que lo más importante era el cortejo ya que muchas veces se quedaba dormido y, en un par de ocasiones le habían robado los pocos dineros que tenía y se quedaba con lo puesto. El juego también entró en su vida, y a veces sentía que le daba más satisfacción jugar que el sexo. Le gustaba tanto el juego que no le importaba demasiado la plata que ganaba, el tema eran ver la bola de la ruleta rodar y rodar con el peligro de poder perder todo. Jamás disfrutaba lo que ganaba, solo ganaba para seguir jugando. Era una etapa dura de su vida porque no le daba bola a nadie, ni a su madre, ni a su tía. Solo le daba un poco de cabida a Jorge, solo un poco.
Jorge lo acompañó esa noche porque lo vio demasiado pasado y para controlar el dinero que iba a jugar, si era posible le iba a “robar” plata de su bolsillo para que no se jugara toda. Apenas llegaron al casino, ya en la puerta lo saludaban a Isidoro. Ya era conocido en el ambiente. Se colocó en una de las mesas de ruleta cerca del crupier. Apenas se sentó le llevaron un wiski.
Isidoro comenzó a jugar. A Jorge le llamaba poderosamente la atención la manera de jugar. Jugaba todo lo que tenía en todas las bolas. Era como que en el fondo quería ganar todo el casino, cosa imposible, o perder todo. No le importaba nada. Se ponía como loco con cada bola que rodaba, cuando ganaba festejaba como un energúmeno, gritos, palmas. Y cuando perdía puteaba con igual intensidad. Incluso se peleaba con los que cantaban los números antes que el crupier.
EL tipo se le paró de manos, era muy alto y grande. Una sola mano que le pusiera a Isidoro en ese estado y lo podría matar. Jorge se puso en el medio para separar. El hombre lo empujó y Jorge le respondió con otro empujón que casi no lo movió, el hombre mientras se recomponía le puso un derechazo en la mandíbula que lo dejó tirado en el piso sin reacción alguna. Isidoro se asustó al ver a su amigo en el piso. Le levantó la cabeza pero Jorge no volvía en sí. Isidoro comenzó a llorar desconsoladamente mientras le acariciaba la cara e insultaba al hombre que lo había golpeado, el cual ya había desaparecido.
La ambulancia no tardó en llegar. Los camilleros se llevaron a Jorge. Isidoro lo acompaño en la ambulancia. Había un aparato que marcaba los latidos del corazón de Jorge. Isidoro igual estaba muy nervioso. Era como que se le había pasado la borrachera y toda la droga que había tomado. El susto lo había vuelto a la realidad.
Llegaron al hospital, lo bajaron rápidamente a Jorge y lo llevaron inmediatamente a quirófano. Isidoro estaba en la sala de espera. Tomo de su campera una petaca en la que tenía vodka y le dio un trago bien largo. Eran casi las dos de la mañana y no sabía a quién llamar. Era demasiado tarde para llamar a su madre, su tía seguía de viaje. Solo pensó en Mariel.