El oso (segunda parte)
Capítulo 34
Al lograr conectarse con la cámara, no veía nada. Seguramente era porque estaba la habitación oscura. Hizo un poco más de foco y pudo ver algunas manchas blancas, seguramente sería la cama o la mesita de luz. Se armó de paciencia hasta que, por fin, alguien encendió la luz. Era Copitelli que estaba con el torso desnudo y una toalla atada a la cintura. Se secó un poco el pelo con una toalla pequeña que tenía en su mano derecha, mientras con la otra mano tomaba el celular y marcaba.
Copitelli estaba sumamente ofuscado. Isidoro maldecía por no poder escuchar lo que le decían a Copitelli del otro lado. Se lo veía nervioso, por lo que se podía ver, y escuchar, Copitelli estaba arreglando una cita, un engaño a Mariel. Isidoro lo había sospechado de siempre. Copitelli cortó el teléfono y empezó a maldecir al aire, en ese momento Isidoro se dio cuenta que el micrófono no era tan bueno, en contraposición con la cámara que se veía perfecta. Copitelli apagó la luz y se tiró en la cama. Isidoro siguió mirando hasta que apareció Mariel, que se desnudó rápidamente y se metió en la cama besando frenéticamente a un Copitelli que se hacía el dormido. Isidoro aguantó hasta que vio que Mariel le besaba el pecho a su novio e iba bajando lentamente. No aguantó más y dejó de espiar. Apagó la pc y se fue tiró en la cama. La imagen que había visto de Mariel no le había gustado nada, pero sabía que era el riesgo que iba a correr una vez que decidió meter, furtivamente, esa cámara en la casa de Mariel y Copitelli. Era lógico que en algún momento iba a verlos en esa situación. Empezó a dar vueltas en la cama, no podía dormir. Pero ahora no pensaba en Mariel, pensaba en Jorge. Todavía no se hacía a la idea de verlo así, de verlo siendo algo que no era, algo casi inerte, sin respuesta. Se levantó de la cama y se fue al patio. La noche era cálida y recordaba en ese lugar cada conversación que había tenido con Jorge, cada brindis, cada fiesta, cada borrachera. El vino a la memoria una noche en que Jorge lo tuvo que llevar hasta la cama de la borrachera que tenía, y que por suerte no se cruzaron a ningún habitante de la casa. La tía Rosa los había visto desde su habitación caminando en zigzag, pero se había hecho la tonta. Eso se lo contó al otro día. Isidoro sonrió y en ese momento se sintió más cerca de Jorge que nunca, comprendió que los recuerdos nos unen a las personas amadas aunque no las tengamos cerca. Derramó unas lágrimas de emoción, de felicidad. Lo sentía Jorge a su lado. Solo esperaba que a Jorge, más allá de su estado, sintiera lo mismo. Recordó unas palabras de Borges “Cuando soñamos nuestro cuerpo físico no importa, lo que importa es nuestra memoria y las imaginaciones que urdimos con esa memoria” Y se puso a llorar como un chico. Si Borges tenía razón, Jorge se soñaría de pie, riendo, corriendo, soñaría que estaban ambos juntos. Del llanto pasó a la risa imaginando los sueños de Jorge, alguna mujer seguramente, alguna enfermera lo pasarían a visitar en sus sueños. Ahora sí tenía sueño. Se fue a la habitación y se tiró en la cama a descansar.
A la mañana siguiente se levantó más temprano. Iba a ir a la clínica a ver a Jorge, y para su sorpresa, más que agradable, tía Rosa lo acompañaría.
Isidoro la miró con los ojos llenos de lágrimas y la abrazó fuerte, fuerte. Su tía era la persona que más la conocía junto con su madre, con la diferencia que la mamá era menos comunicativa y demostrativa. Se fue al baño y se lavó la cara. Al verse le dio la razón a su tía, tenía los ojos rojos e hinchados. Cuando volvió a la mesa, le comentó la frase de Borges que se le había metido en la cabeza la noche anterior.