El otro ayer

V

Su soledad fue interrumpida cuando abrieron la puerta y una mujer de cabello negro largo, ojos verdes, piel morena y sonrisa cautivadora entró. Vestía una camisa pegada que hacía resaltar su figura y una falda que le combinaba con su cabello. Tenía lindas piernas, cuidadas y ejercitadas. Caminaba muy sensual y mezclaba eso con una mirada coqueta.

Por el pequeño trayecto fue desvistiéndose. Primero desabotonó la camisa. La espalda mostraba una sexy galaxia de lunares. Luego la falda que enseñó unas pantis muy provocativa y una nalgas bien llamativas producto del trabajo físico. El cuerpo de aquella ninfa quedó en ropa interior

Fue hasta el hombre que la miraba con ojos acostumbrados a tal figura y se posó encima de él con las piernas abiertas.

Sin explicaciones lo besó. Metió su lengua en la boca del hombre y cerró los ojos, pero el impacto fue de mierda cuando no recibió la misma intensidad pasional.

―¿Qué te pasa? —preguntó ella.

―Ahorita no Victoria, no tengo mente para eso —contestó él.

―Pues, anoche tenías un fulgor de los mil dioses, Guillermo.

—Anoche fue anoche, hoy es hoy ―contestó secamente.

—Solo quería darte un regalo por el buen desayuno que hiciste ―dijo ella con cara de mimada.

—Gracias, pero ahorita no.

Se la quitó lenta y cuidadosamente. Se puso de pies y caminó a recoger la ropa que estaba en el piso. Caminó de vuelta a ella y la ayudó a vestirse. Antes de poner su camisa, con los dedos recorrió los lunares. Le atraían pero no era la misma sensación. Luego le besó los hombros. Victoria tembló y la piel se puso de gallina, pero Guillermo no sintió nada.

Después de estar vestida se sirvió una soda con limón y él agarró una cerveza. Bebieron en silencio. Mirándose a los ojos. Victoria sonrió, Guillermo le devolvió el gesto. Por educación y cortesía: ―¿de dónde habrá salido este hombre?—. Pensó.

Cuando finalizaron sus bebidas, ella lo seguía mirando. Tenía ganas de hablar, ganas de estallar. Su ser estaba incomoda. ―pregunta—. Escuchó.

―Es… es que no te entiendo Guillermo, hay días que estás bien, otros te veo perdido. Llevo tiempo viniendo aquí, tenemos más de un año saliendo y no hemos concretado nada, no sé qué soy para ti, ni como me vez y eso me confunde, me confundes y no es que seas un mal hombre; eres un excelente hombre, en detalles, en educación, en inteligencia y ¡que decir en la cama! Porque ¿qué hombre ayuda a vestir a una mujer o le prepara desayuno, almuerzo y cena? Pero me confundes, en verdad.

La miró en una media mudez. Le tocó la mano y sonrió.

—Tú también eres una gran mujer, creo que envidiable por muchos, pero a veces los tiempos no son exactos o son de empujar a uno al vertedero y eso es fatal ―contestó.

—¡VES! Allí está, no logro entender tus palabras ―expresó Victoria.

—Como quisiera explicarme mejor.

Ella suspiró, lo miró con algo de nostalgia y se tocó los labios.

―Eres un caballero ¿sabías?

—Siempre me lo dices ―contestó Guillermo con una sonrisa.

Victoria se puso de pies, se acercó a él y le dio un beso en la boca.

—Quisiera meterme en tu mente y tratar de entender cada cosa de ti.

―Mmm… no te lo recomiendo.

—Me voy Guillermo, tal vez vuelva más tarde o tal vez desee quedarme en mi casa.

Dio media vuelta y se fue. Cerró la puerta con cuidado y la soledad volvió a estar presente.

 

En ese momento Guillermo sacó otro cigarro, lo puso en sus labios y dio fuego.

Se inclino al espaldar y cerró los ojos. Recreó en una imagen esa espalda llena de pecas y sus labios recorriéndola. Sintió amor y una leve subida de su libido.




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