El otro ayer

N

Un «hola, buenos días» sonó en el cuarto. Ella observó a un hombre que venía con un vaso con jugo de naranja. Era un hombre unos años menor que ella —10―. Para ser exactos y estaba en ropa interior. Había sido deportista y sabía cómo mantenerse. El hombre se acercó un poco más y le extendió la bebida.

—Para ti ―dijo.

Ella lo sostuvo y respondió:

—Muchas gracias, Nicolás.

―De nada, Sofía —respondió con una sonrisa.

Se sentó a su lado y acarició el cabello. Luego pasó la nariz para sentir su aroma. Nicolás siempre hacía eso. Sofía llevó el vaso a su boca y bebió un poco de jugo.

―¿Te parece si salimos a caminar? El sol está a todo su esplendor y el cielo despejado —preguntó él.

Ella subió las cejas y continuaba bebiendo el jugo. Era común en Nicolás cada vez que venía, follaban, en la mañana se levantaba temprano, hacía un poco de ejercicios luego hacía jugo de naranja para finalmente decir para salir a caminar ―una rutina—. Llegó a decir ella una vez a solas.

―No sé, Nicolás hoy no quiero salir de la cama —respondió.

―Mmm…. bueno ¿te pido algo de comer?

Sofía entró en silencio: —Por qué tienes que preguntarlo todo, solo pide la comida― pensó digiriendo cada palabra.

—Si deseas ―contestó ella después de suspirar.

El pobre hombre no se sintió muy convencido, puso cara de derrota y volteó la mirada, entre tanto Sofía terminaba el jugo. Trasladó el vaso hasta la mesita poniendo mucho cuidado y cuando volteó el hombre se abalanzó salvajemente. La besó sin dudar y luego habló:

—Mejor nos comemos, ¿no crees?

Sofía sintió un cosquilleo provocativo en su columna y una tensión en la pelvis. Puso ojos gatunos y empezaron a besarse. El intercambio de labios era a gusto, pero en un punto de todo ese preámbulo, ella lo imagino y entrando en sí supo que no era su lengua, que no era su sabor, que no era la piel del hombre que buscaba su alma y en ese instante se detuvo.

―Espera —dijo ella.

Nicolás se separó. Mostró su libido muy fuerte sin querer y la miró.

―¿Te sucede algo? —preguntó.

―No, es que aún tengo un poco de sueño, siento un poco de pereza —contestó.

―Emm… eres algo extraña Sofía, pero sin insultar. Anoche tu fuego era, era, pues, que casi me follas y ahorita estás fría como un géiser.

—A veces soy así, discúlpame.

―Mmm…. No te quiero presionar, pero sabes que no soy un niño, aunque sea 10 años menor que tú.

—Lo sé, y a veces quisiera entenderme.

―¡No es entenderte Sofía! Es dar un paso.

—Disculpa.

―No tienes porque disculparte. Duerme, iré a caminar.

 

Supo que el tono de Nicolás a pasar de ser tranquilo venía cargado de inconformidad.

Se vistió rápido, fue al baño y antes de salir de la habitación expresó:

—No sé si venga, puede ser que me quede dando unas vueltas, si deseas salir, solo llama a mi teléfono.

Le dio un beso en la frente y se retiró.

Sofía se estiró en su cama. Paso las manos por su cuello y después por los hombros. Cerró los ojos. Sintió unos labios recorrer su espalda y su sexo vibró. Lo imaginó y sus manos presenciaron su energía. Un pequeño temblor en su sexualidad, gimió y amasó el placer.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.