El otro ayer

La misma línea de tiempo

En la sala de una reconocida editorial, tres personas hablaban de manera muy seria. Intercambiaban un diálogo sobre una situación personal. Uno de ellos tenía las manos puesta en la mesa, muy sereno y sin titubear.

—Pero Guillermo, ¿estás seguro de lo qué haces?

―Sí Andrés, quiero que todo siga igual.

—Mira que tu libro tendrá otra traducción, ahora será en Georgiano, ¡imagínalo! Ha sido el libro más prometedor que ha pasado por aquí ―dijo Andrés.

—Lo sé, me lo has dicho desde hace días ―contestó Guillermo.

—Y sabes qué será más entrada de Dinero ¿no? ―explicó Andrés.

—Sí.

La tercera persona miraba en silencio.

―¿Y quieres qué Sofía siga recibiendo una parte de tus regalías? —preguntó Andrés.

—Sí.

―Por eso traje al abogado, para que te instruyera mejor —dijo Andrés.

El jurista miró a Guillermo sin hablar.

—Él ya sabe, llevo acordando eso desde el principio ―expresó Alcalá.

—Eso es correcto y no ha cambiado nada ―contestó el abogado.

—Pues, Guillermo, no soy el más apropiado en esto, tengo tres divorcios, macho, pero sabes que estoy para ayudarte, no quiero que nada te pase ―dijo Andrés.

—Lo entiendo, como asesor te has comportado excelente Andrés y te lo agradezco ―expresó Guillermo.

—Es decir, que estás más que seguro de lo qué haces.

―Sí.

—Pues caballeros, si así es la situación, no tengo más nada que agregar, la señorita Antúnez seguirá recibiendo la parte correspondida ―dijo el abogado.

Se retiró educadamente de la sala dejando a los dos hombres allí.

Guillermo encendió un cigarro y miró su móvil. En eso Andrés habló:

—¿Tú crees qué esto es necesario?

―Sí Andrés, te lo he repetido mil veces, ella se lo merece, se merece esto y más. Sofía ha estado o estuvo todo ese tiempo conmigo, desde los rechazos editoriales hasta ganar el premio, ella siempre se mantuvo a mi lado, creyendo en mí y sin pedir nada a cambio —contestó.

El asesor calló. Movió los dedos y luego se rascó la cabeza.

―Te juro que voy a investigar lo que pasó esa noche. Por mis muertos que lo averiguo.

—Pasó lo que pasó Andrés, te lo he explicado varias veces.

―Sí, pero hay algo que no me flipa y buscaré hasta el final —dijo el asesor en tono poético.

 

Guillermo se puso de pies y fue a despedirse. En instante Andrés le detuvo.

―Antes de que te vayas, tienes que firmar esto para que el libro sea traducido en esa lengua.

—Sí, está bien.

Alcalá sacó la pluma y estampó su firma en el papel. Después le dio la mano a Andrés y se retiró del edificio.

A las afueras una brisa agitó su cabello y chocó con su cuerpo. Caminó hasta una esquina y paso frente a un restaurante. Quedó inmóvil al introducir su mirada por el cristal. No podía creer lo que definían sus ojos, quedó petrificado.

Sintió que la rabia consumía su cuerpo, apretó los puños pero después de un leve suspiro, liberó la tensión y siguió caminando.

 

Se detuvo en la calle de Augusto Figueroa frente a Intruso Bar. Era un local conocido para él. Hace un tiempo había celebrado buenos momentos, tiempos pasados que no volverán; eso pensó.

Entró y fue directo a la barra, buscó el primer taburete y se sentó.

El barman lo vio y reconoció su mirada. Sin dar orden a un perdido, le puso un vaso con whiskey.

―Gracias —dijo Guillermo.

Bebió un sorbo y luego giró su mirada. Vio a las personas que allí estaban. Personas que buscaban algo, pero ¿qué buscaban? Su mirada enfocó al primero: una pareja. La chica hablaba sin parar y el hombre no le quitaba los ojos de encima y permanecía en silencio. Contaba algo, una historia tal vez, un cuento que tal vez a ella le interesaba, pero ¿a él le interesaba? Posiblemente, no.

Luego miró a otra mesa, su segundo objetivo: dos mujeres. Estas reían y tomaban vino, reían tanto que una de ellas se tuvo que limpiar las lágrimas. Él sonrió, en cierto sentido el estimulo de esas damas le dio una dosis de energía positiva.

Tercer objetivo, mesa tres, otra pareja, jóvenes: la mujer discutía fuertemente y la cara era de furia. El hombre movía las manos como respuesta. Ella se levantó y le dio una cachetada.

Todo el bar los observó. La dama se puso de pies y se marchó.

«Tres historias» pensó. Tres historias que terminarán diferente para cada cuerpo.

—¿Qué escena, ¿no?? ―dijeron.

Alcalá volteó para seguir la onda de la voz. Llegó al lugar de donde emanaba. Era una mujer.

—Si… pero ¿desde cuándo estás aquí? ―Preguntó.

—Desde que llegaste, Guillermo ―respondió.




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