El día amaneció con un cielo plomizo, como si el clima también se preparara para lo que estaba por venir.
—¿Estamos seguros de esto? —preguntó Clara mientras caminaban por el centro, esquivando peatones.
—No —respondió Julián—. Pero lo vamos a hacer igual.
Manuel no dijo nada. Su mente seguía atrapada en la imagen de su reflejo sonriendo y en la silueta oscura que había visto en el espejo la noche anterior. No había sido su imaginación. No podía serlo.
El plan era simple: Julián le pediría a su primo acceso a los archivos de la alcaldía. Mientras tanto, Manuel y Clara harían un reconocimiento del edificio por si necesitaban volver después… de forma menos legal.
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Archivos municipales: entre el tedio y lo paranormal
Cuando entraron a la oficina de su primo, Manuel se sintió decepcionado. Había esperado algo más impresionante, tal vez un cuarto oscuro lleno de estantes polvorientos y documentos secretos. En cambio, era un espacio pequeño con escritorios amontonados, olor a papel viejo y café barato. Una luz parpadeaba en la esquina, dándole un aire de película de terror de bajo presupuesto.
El primo de Julián los miró con escepticismo.
—Dime otra vez por qué quieres estos archivos.
—Proyecto escolar —respondió Julián sin pestañear.
El hombre arqueó una ceja.
—¿Sobre incendios?
—Sobre historia local —añadió Clara con una sonrisa inocente.
El primo suspiró y sacó una carpeta de un archivador.
—Solo porque mi jefe no está. Pero tienen diez minutos antes de que alguien pregunte qué hacen aquí.
Clara se lanzó sobre los papeles mientras Manuel leía por encima de su hombro.
Incendio en edificio de departamentos.
Origen: desconocido.
Testigos reportan "presencias" en el humo.
Sin víctimas reportadas.
Caso archivado.
—¿Presencias? —Clara levantó una ceja.
—Super útil el informe —bufó Julián—. Básicamente dice "nadie murió, así que nos da igual".
Manuel hojeó más páginas y se detuvo en una lista de residentes. Un nombre estaba subrayado: Martín Salazar.
Debajo, una nota decía:
"Desaparecido antes del incendio. Último avistamiento: tres días antes del siniestro. Investigación en curso."
Manuel sintió un escalofrío.
—¿Por qué investigaban a Salazar si lo declararon desaparecido antes del incendio?
Clara frunció el ceño.
—Ayer decían que era un prófugo, pero aquí no hay nada de eso.
Julián miró sobre su hombro.
—Salazar… me suena de algún lado.
Antes de que pudieran seguir investigando, la puerta de la oficina se abrió de golpe.
—¡Mierda! —Julián agarró los papeles y los devolvió a la carpeta en un movimiento torpe—. Nos vamos.
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Un café… y un testigo inesperado
La cafetería estaba casi vacía. Clara removía su chocolate caliente con expresión pensativa, mientras Manuel no dejaba de repetir en su cabeza el nombre Martín Salazar.
—¿Y ahora qué? —preguntó Clara, rompiendo el silencio.
—Esperamos a que Julián recuerde por qué le suena ese nombre —dijo Manuel, tomando su café.
—Denme un segundo, lo tengo en la punta de la lengua… —Julián cerró los ojos.
Antes de que pudiera decir algo más, una voz se coló en la conversación.
—Si buscan a Salazar, están perdiendo el tiempo.
Los tres se giraron al mismo tiempo.
Un hombre de unos cincuenta años, con barba rala y un abrigo gastado, los miraba desde la mesa de al lado. Tenía ojeras profundas y los dedos manchados de tinta, como si hubiera pasado su vida escribiendo sin descanso.
—¿Lo conoces? —preguntó Manuel con cautela.
El hombre sonrió, pero no era una sonrisa reconfortante.
—Digamos que lo vi desaparecer.
Los tres se quedaron en silencio.
El hombre revolvió su café con calma.
—Martín Salazar no se fue. Se esfumó. Un día estaba ahí, al siguiente, su reflejo estaba, pero él no.
Manuel sintió un escalofrío.
—¿Perdón… su qué?
—El espejo de su casa. Lo vimos parado ahí, pero cuando volteamos… ya no estaba. Solo su reflejo seguía ahí.
Clara tragó saliva.
—¿Nos está jodiendo?
El hombre dejó unas monedas sobre la mesa y se levantó.
—Lo que sea que estén buscando, déjenlo antes de que sea tarde. O terminarán como él.
Y sin más, salió del café.
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La decisión de Manuel
El silencio pesó sobre los tres.
Julián fue el primero en hablar.
—Yo voto por hacerle caso y quemar la libreta.
—No —respondió Manuel de inmediato.
Clara cruzó los brazos.
—Manuel, esto ya no es un juego.
Manuel se pasó una mano por la cara. Algo dentro de él le decía que el hombre decía la verdad. Que Martín Salazar y su reflejo eran clave en todo esto.
Y que, le gustara o no, él estaba más involucrado de lo que creía.
—Hay que encontrar ese departamento.