El otro manuel

El departamento de salazar y el mensaje que no deberia ser enviado

El edificio donde había vivido Martín Salazar no inspiraba confianza. La fachada estaba descuidada, la pintura se descascaraba en las esquinas y las luces parpadeaban en el pasillo, como si el lugar mismo se resistiera a revelar sus secretos.

Manuel, Clara y Julián subieron las escaleras en silencio. La advertencia del hombre del café aún pesaba en sus mentes: “Lo que sea que estén buscando, déjenlo antes de que sea tarde.” Pero Manuel sabía que no podían detenerse ahora.

Cuando llegaron a la puerta del departamento, probaron el picaporte. Para su sorpresa, la puerta se abrió con facilidad.

—¿No estaba cerrada? —susurró Clara.

—O alguien más ya entró antes —dijo Manuel con un escalofrío en la espalda.

Ecos de una Desaparición

El interior del departamento estaba inquietantemente normal, como si Salazar hubiera salido a comprar algo y nunca regresado. Sobre la mesa había una taza con restos de café seco, una chaqueta colgada en el perchero y una estantería repleta de libros polvorientos.

Manuel comenzó a revisar la mesa, buscando cualquier pista útil. Clara inspeccionaba la estantería, mientras Julián, con su inagotable curiosidad, abrió la nevera.

—Nada interesante —anunció—. Excepto este yogur vencido hace tres años.

—No lo huelas —dijo Clara sin levantar la vista.

Pero Manuel ya no los escuchaba. Entre las páginas de un cuaderno había una hoja doblada con una serie de palabras escritas a toda prisa:

> "El reflejo no es solo una imagen. No lo mires por mucho tiempo. Si recibes un mensaje con la frase 'Las Sombras Nos Ven', corre. No están solos."

Manuel tragó saliva.

—Chicos, creo que Salazar sabía algo.

Julián y Clara se acercaron para leer la nota.

—¿“Las Sombras Nos Ven”? ¿Qué significa eso? —preguntó Clara.

—No lo sé, pero… ¿y si lo intentamos? —dijo Julián, sacando su teléfono.

—¿Intentamos qué? —preguntó Clara.

—Mandar un mensaje con esa frase. A ver si alguien responde.

Manuel y Clara se miraron, ambos con la misma expresión de incredulidad.

—Es una idea terrible —dijeron al unísono.

—Exacto, por eso hay que hacerlo —dijo Julián con una sonrisa, escribiendo el mensaje y enviándolo a un número desconocido.

Un segundo de silencio.

Nada.

Y entonces, el teléfono vibró.

Mensaje recibido:

> "Demasiado tarde."

Un escalofrío recorrió la espalda de Manuel.

—Oh, mierda —susurró.

El Armario y la Última Advertencia

Antes de que pudieran reaccionar, un golpe seco vino del armario en la esquina del cuarto.

—Dime que fue un ratón —susurró Clara.

—O un espíritu vengativo atrapado en un plano interdimensional —agregó Julián.

—Vamos con ratón —dijo Manuel, avanzando con cautela.

Abrió la puerta.

Dentro, colgada en un gancho, había una chaqueta. Pero lo que llamó su atención estaba en el suelo: otra nota, arrugada y escrita con la misma letra de la anterior.

> "Si estás leyendo esto, es porque llegaron a mi casa.
No me busquen. No confíen en los reflejos.
Y sobre todo…
Si 'ellos' ya saben que están aquí… corran."

Los tres se quedaron helados.

El teléfono de Julián vibró otra vez.

Nuevo mensaje:

> "Los vemos."

Un silencio denso llenó el departamento.

—Nos largamos —dijo Clara, caminando rápido hacia la puerta.

—Sí, sí, excelente idea —dijo Julián, ya con la mano en el picaporte.

Pero cuando intentaron abrirla…

No se movió.

Manuel sintió su corazón latir con fuerza. Giró la perilla con desesperación.

—No se abre.

Y entonces, vieron algo en el espejo del pasillo.

No era su reflejo.

Era alguien más.

Y sonreía.



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En el texto hay: amistad amigos familia

Editado: 13.03.2025

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