Manuel se despertó con la sensación de que algo extraño había ocurrido la noche anterior, pero no quería pensar en eso. Hoy sería un buen día. Solo por hoy.
El sol entraba por la ventana, iluminando su habitación con un tono cálido. Desde la cocina llegaba el aroma del desayuno y la voz de su madre regañando a su hermana mayor.
—¿Y ahora qué hice? —se quejó Laura.
—¡Te terminaste la leche y no avisaste!
—No fui yo. A lo mejor fue Manuel.
—Yo ni tomo leche sola —protestó Manuel mientras bajaba las escaleras.
Su hermana le sacó la lengua antes de irse a su cuarto con su taza de café.
—Ya deja de pelear con tu hermana y come —dijo su madre, empujándole un plato de huevos revueltos.
—Yo te vi en la cocina anoche —interrumpió Tomás, su hermanito menor, con la boca llena de cereal.
Manuel lo miró con extrañeza.
—No, yo estaba dormido.
Tomás solo se encogió de hombros.
—Tal vez estabas soñando.
Manuel no le dio más importancia. Hoy no quería pensar en cosas raras. Afuera lo esperaban Julián y Clara. Un día sin reflejos extraños ni sombras misteriosas. Un día normal.
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Diversión Antes del Misterio
El primer destino fue el parque, pero no se quedaron mucho tiempo. Julián intentó, una vez más, entrenar palomas con trozos de galleta, hasta que una le robó el paquete entero y se lo llevó volando.
—Roberto es un traidor —dijo, indignado.
Clara no podía dejar de reír.
Para cambiar de ambiente, fueron al centro comercial. En la tienda de videojuegos, Manuel y Julián compitieron en una máquina de carreras mientras Clara les lanzaba palomitas en sus bebidas para distraerlos.
—¡Eso es ilegal! —se quejó Julián cuando perdió el control del auto.
—No si no nos atrapan —respondió Clara, con una sonrisa malvada.
Después de hamburguesas y helado, entraron a una tienda esotérica solo por diversión. Había velas de colores, amuletos y un estante con libros de magia y tarot.
—¡Miren esto! —exclamó Julián, sacando una bola de cristal—. ¡Puedo ver el futuro!
—Sí, y el futuro dice que no tienes dinero para comprarla —bromeó Clara.
Manuel, por su parte, sintió una extraña incomodidad al ver un espejo antiguo en la esquina de la tienda. Era grande, con un marco de madera oscura tallada con símbolos extraños.
Se quedó viéndolo, sintiendo un leve escalofrío. No sabía por qué, pero sentía que ese espejo le resultaba familiar.
—Interesante elección, niño —dijo una voz anciana detrás de él.
Manuel se giró y vio a la dueña de la tienda, una señora mayor de mirada curiosa.
—¿Sabes lo que representan los espejos?
Él negó con la cabeza.
—A veces, los espejos guardan secretos que ni siquiera nosotros recordamos.
Manuel frunció el ceño, sin saber qué responder.
—¡Oye, Manuel! ¡Vámonos! —gritó Julián desde la entrada.
Manuel dio un último vistazo al espejo y se alejó. Antes de salir de la tienda, escuchó a la anciana decir algo más.
—Los reflejos no siempre muestran la verdad.
Por alguna razón, esas palabras le dieron escalofríos.
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El Recordatorio
Después de un día lleno de risas y distracciones, Manuel regresó a casa cuando el sol ya se estaba ocultando. Se sentía cansado, pero bien.
Subió a su cuarto y se dejó caer en la cama.
Tal vez todo estaba volviendo a la normalidad.
Pero entonces, notó algo.
Había un papel sobre su escritorio.
Dos palabras escritas con una caligrafía desconocida:
> Aún no.
Manuel frunció el ceño. ¿Lo había dejado él y no lo recordaba? ¿Era una broma de su hermana?
Suspiró, tomó el papel y lo guardó en un cajón.
—Ya me estoy sugestionando demasiado —murmuró antes de meterse en la cama.
Cerró los ojos, sin notar que, en el espejo de su habitación, su reflejo tardó un segundo más de lo normal en hacer lo mismo.