El aire en la escuela tenía un peso distinto. Como si algo invisible flotara entre los pasillos, algo que solo ellos tres podían percibir. Manuel, Julián y Clara avanzaban en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. No eran los mismos niños de hace unos días. Lo que comenzó como un juego de curiosidad se había transformado en algo más grande, en un misterio que los empujaba sin descanso.
Todo había empezado con un reflejo.
Manuel había mirado al espejo como cualquier otro día, sin esperar nada extraño. Pero allí estaba. Un detalle mínimo, casi imperceptible… hasta que dejó de serlo.
Su reflejo no lo imitaba.
Primero pensó que era su imaginación, un error de su vista, un parpadeo mal sincronizado. Pero no. Algo estaba mal.
El reflejo tenía vida propia.
Y luego apareció él.
No sabía cómo describirlo. Era una figura, una sombra que se deslizaba dentro del vidrio. No tenía rostro, pero Manuel sentía su mirada. Era una presencia que lo conocía, que esperaba algo de él.
Desde entonces, los espejos dejaron de ser simples objetos. Se convirtieron en ventanas a algo que no entendía. Y lo peor de todo: una noche vio a otro Manuel en su reflejo.
Un Manuel que no era él.
Era idéntico, pero sus ojos… había algo distinto en ellos. Una expresión que Manuel nunca había visto en su propio rostro. Un conocimiento silencioso, como si ese otro Manuel supiera algo que él no.
¿Quién era? ¿Un eco del pasado? ¿Un futuro posible?
O peor aún… ¿era el verdadero Manuel?
Intentó ignorarlo. Intentó seguir con su vida como si nada. Pero entonces apareció el nombre de Martín Salazar, y con él, una cadena de secretos que los arrastró aún más lejos.
El incendio. La desaparición. La madre de Martín, hablándoles de una obsesión que él tenía con un misterio en la escuela.
Las pistas los llevaron hasta el sótano. La nota en el espejo:
"El reflejo revela la verdad oculta."
Y justo cuando creyeron que estaban solos, el conserje apareció. No por casualidad. No por rutina. Como si estuviera buscando algo.
Salieron de ahí antes de que fuera tarde. Pero no escaparon de las preguntas.
Martín desapareció.
El reflejo no era un simple reflejo.
El otro Manuel existía.
Y ahora, el profesor Gómez estaba involucrado.
El Profesor Gómez
Sentado en su escritorio, el profesor los observaba en silencio. Escuchó todo sin interrumpirlos, sin hacer gestos exagerados. No reaccionó con incredulidad ni con burla. Tampoco con miedo.
Solo asintió, despacio. Como si cada palabra que decían encajara en un rompecabezas que él ya conocía.
—¿Y qué opinan ustedes? —preguntó con una calma que resultaba desconcertante.
Los niños se miraron. Esperaban preguntas, dudas, advertencias. Pero no eso.
—¿Opinar sobre qué? —dijo Manuel, confundido.
—Sobre la verdad —respondió Gómez, entrelazando los dedos sobre el escritorio—. Han visto cosas que la mayoría de la gente ignora. Han descubierto fragmentos de un misterio que alguien ha tratado de borrar. ¿Qué piensan hacer con eso?
Julián tragó saliva. Clara cruzó los brazos.
—Seguir investigando —dijo Manuel, sin dudarlo.
El profesor sonrió de lado. No era una sonrisa burlona, sino algo más parecido al reconocimiento.
—Buena respuesta —murmuró.
Se inclinó levemente y comenzó a escribir algo en un cuaderno viejo. Manuel notó un símbolo en la portada, uno que le resultaba inquietantemente familiar.
Lo había visto antes.
En el sótano.
En los documentos que encontraron.
Pero antes de que pudiera decir algo, el profesor cerró el cuaderno con calma y lo guardó en su cajón.
No dijo nada más. No explicó nada.
Pero en ese momento, Manuel lo entendió.
Gómez no era un simple maestro.
Sabía más de lo que decía.
Y quizás, solo quizás… formaba parte de algo mucho más grande.
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Editado: 01.04.2025