El otro manuel

Sombras en los pasillos

—Definitivamente es un espía —soltó Julián con absoluta seguridad.

—O un mago —añadió Clara, cruzándose de brazos.

—O un profesor normal que tiene un cuaderno con un símbolo raro y nos mira como si supiera todos nuestros secretos —dijo Manuel, aunque su voz no sonaba muy convencida.

Los tres estaban sentados en una banca del patio, mientras el resto de los alumnos jugaban sin preocuparse por nada. Pero ellos no. Ellos tenían un nuevo misterio entre manos: el profesor Gómez.

—Ese cuaderno… yo lo vi en el sótano —susurró Manuel, asegurándose de que nadie más los escuchara.

Clara arqueó una ceja.

—Y no dijiste nada en el momento porque…

—Porque me estaba dando un mini infarto, ¿qué querías que hiciera? ¿Pedirle que lo abriera como si fuera un álbum de estampas?

—Sería una buena estrategia —comentó Julián—. A veces, si pides algo con suficiente confianza, la gente lo hace sin pensarlo.

Manuel lo ignoró y se inclinó hacia ellos.

—Gómez no se sorprendió cuando le hablamos del reflejo. Ni siquiera dudó. Eso significa que sabe algo.

—¿Y si él es uno de los buenos? —preguntó Clara.

—¿Buenos en qué? —replicó Julián—. Aquí nadie es bueno ni malo, solo somos un montón de niños y adultos metidos en un enredo de espejos raros.

Se quedaron en silencio. Lo peor era que Julián tenía razón.

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Una Conversación en la Sombra

Mientras los niños hablaban, el profesor Gómez caminaba por un pasillo vacío. Sus pasos eran firmes, pero no apresurados. Se detuvo junto a un armario de limpieza y, sin necesidad de tocar, la puerta se abrió.

El conserje estaba dentro.

—Los niños se acercan más rápido de lo que pensábamos —dijo Gómez en voz baja.

El conserje, sin mirarlo, siguió limpiando una botella con un trapo.

—Siempre pasa con los curiosos.

—Han visto el símbolo.

—Tarde o temprano iba a pasar.

Gómez suspiró.

—No quiero que se metan más de lo necesario.

El conserje sonrió, pero no de una forma amable.

—Si realmente no quisieras eso, no les habrías dejado tantas pistas.

Gómez no respondió de inmediato. Miró por el pasillo, asegurándose de que nadie los escuchara. Luego, bajó la voz.

—Sabes lo que pasa con los que se acercan demasiado a los espejos.

El conserje dejó de limpiar.

—Ninguno termina bien —murmuró.

El silencio entre ellos se volvió pesado.

—Tenemos que protegerlos —continuó Gómez—. Antes de que sea demasiado tarde.

El conserje asintió lentamente.

—Pero dime, profesor… ¿protegerlos de qué exactamente?

Gómez no respondió. Simplemente se giró y se alejó.

El conserje siguió limpiando la botella, tarareando una melodía que sonaba inquietantemente familiar.

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De Vuelta con los Niños

—¡Lo tengo! —exclamó Julián de repente, golpeando la banca con el puño—. Gómez no es ni un espía ni un mago. ¡Es un ninja maestro del conocimiento prohibido!

Manuel y Clara lo miraron con cansancio.

—Definitivamente hemos estado investigando demasiado —dijo Clara.

—No, en serio, piénsenlo. Se mueve con sigilo, sabe cosas que no debería, y si desaparece de repente en medio de una clase, lo confirmaré.

Manuel suspiró.

—Tenemos que averiguar qué significa ese símbolo. Y para eso… necesitamos entrar a su oficina.

Silencio.

—¿Sabes que eso suena a plan de película mala, verdad? —dijo Clara.

—Totalmente —asintió Julián—. Por eso me gusta.

Manuel se levantó.

—Pues entonces, prepárense. Porque esta vez… no nos vamos a quedar con la duda.

Clara y Julián se miraron.

—Si nos descubren, yo diré que fui obligado —murmuró Julián.

—Y yo diré que solo pasaba por ahí —agregó Clara.

Manuel rodó los ojos.

El misterio del profesor Gómez apenas estaba comenzando.




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