El otro manuel

Un reflejo fuera de lugar

El cuaderno seguía abierto sobre la banca, pero nadie se atrevía a tocarlo. Manuel, Clara y Julián intercambiaban miradas nerviosas. El aire se sentía más denso, como si algo invisible los estuviera observando.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Julián, con los brazos cruzados—. Porque, en serio, esto ya no es divertido.

—¿Cuándo fue divertido? —soltó Clara, sin apartar la vista del cuaderno.

—Cuando logramos entrar a la oficina sin que nos atraparan —respondió él, con una sonrisa tensa—. Luego dejó de serlo cuando empezamos a encontrar mensajes espeluznantes.

Manuel no dijo nada. Seguía mirando el charco bajo la banca, donde su reflejo había parpadeado de forma independiente. ¿Lo había imaginado?

Respiró hondo y miró su reflejo otra vez.

Nada raro.

Pero algo no estaba bien.

El reflejo estaba ahí, copiando sus movimientos… pero con un retraso mínimo. Si Manuel levantaba la mano, el reflejo lo hacía un segundo después. Si giraba la cabeza, el reflejo tardaba en seguirlo.

—Manuel, ¿qué miras? —preguntó Clara.

Él no respondió. Se inclinó un poco más hacia el charco.

El reflejo también.

Pero entonces, algo imposible ocurrió.

El reflejo sonrió.

Manuel se quedó helado.

Él no había sonreído.

—¡Manuel! —La voz de Clara lo hizo dar un respingo.

Parpadeó y su reflejo volvió a la normalidad. Estaba copiando sus movimientos otra vez, como si nada hubiera pasado.

—¿Estás bien? —preguntó Julián.

Manuel sintió la boca seca. ¿Decía la verdad o los asustaba más?

—Sí… solo… estoy cansado —murmuró.

Clara y Julián no parecieron muy convencidos, pero no insistieron.

—Volvamos a lo importante —dijo Clara, cerrando el cuaderno de golpe—. Si Gómez estaba investigando algo, debe haber una razón. Y si escribió "nos vemos pronto, Manuel", entonces alguien sabe más de lo que debería.

—Y lo peor es que ese alguien nos está observando —añadió Julián.

Los tres se quedaron en silencio.

De repente, la campana del recreo sonó, sobresaltándolos. La escuela seguía su curso, como si ellos no estuvieran descubriendo un misterio escalofriante.

—Tenemos que deshacernos de esto —dijo Clara, abrazando el cuaderno contra su pecho—. No podemos llevarlo a nuestras casas.

—Podríamos esconderlo en la biblioteca —sugirió Julián—. Nadie lee ahí.

—Tú no lees ahí —corrigió Clara—. Pero no es mala idea.

Manuel los dejó hablar. Su mente estaba en otro lado.

Su reflejo le había sonreído.

Y eso solo podía significar una cosa.

Él no estaba solo.

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Mientras tanto, en la oficina de Gómez

El profesor Gómez estaba de pie frente a su espejo. Su expresión era sombría.

El cuaderno ya no estaba.

Sus dedos se crisparon. No debieron encontrarlo.

Entonces, el reflejo en el espejo hizo algo que no debería haber hecho.

Le guiñó un ojo.

Gómez sintió un escalofrío en la espalda.

Un susurro apenas audible llenó la habitación.

—Ellos ya saben…

Y esta vez, Gómez no estaba seguro de si venía del espejo o de su propia cabeza.

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Un encuentro inesperado

Los niños caminaban por el pasillo, con el cuaderno bien escondido en la mochila de Clara. Estaban a punto de girar en la esquina cuando una voz profunda los detuvo en seco.

—No deberían tener eso.

Manuel, Clara y Julián sintieron que el corazón se les detenía. Lentamente, se giraron.

El profesor Gómez estaba allí. Su mirada era severa, pero había algo más en su expresión: preocupación.

—Yo… nosotros… no sabemos de qué habla, profesor —intentó decir Julián con una sonrisa nerviosa.

—No jueguen conmigo —interrumpió Gómez, con un tono bajo y tenso—. Sé que tienen mi cuaderno.

Clara apretó la correa de su mochila.

—No sé cómo lo consiguieron, pero es peligroso —continuó Gómez, bajando la voz, como si temiera que alguien más estuviera escuchando—. No porque yo lo diga, sino porque hay fuerzas que ustedes no comprenden.

Los niños se quedaron en silencio.

—Tienen que devolverlo —dijo Gómez—. Ahora mismo.

Clara intercambió miradas con Manuel y Julián. Finalmente, con un suspiro, sacó el cuaderno de la mochila y se lo entregó al profesor.

Gómez lo tomó con una expresión indescifrable.

—Si siguen por este camino, habrá consecuencias —añadió—. Consecuencias que no podrán detener.

Julián carraspeó.

—Eso suena como una amenaza…

Gómez negó con la cabeza.

—Es una advertencia.

Por un momento, nadie dijo nada. Luego, Gómez miró alrededor, como si temiera que alguien estuviera espiando, y se inclinó levemente hacia ellos.

—Esto es su última oportunidad —dijo, con un tono casi suplicante—. Olvídense del cuaderno. No lo abran más. No investiguen. No miren los espejos por mucho tiempo.

Su mirada se posó en Manuel.

—Y tú, Manuel… ten cuidado con tu reflejo.

Sin decir más, el profesor se alejó.

Pero entonces, justo antes de que doblara la esquina, algo los hizo contener la respiración.

El reflejo de Gómez, proyectado en una ventana cercana, no lo siguió de inmediato.

Tardó un segundo más en moverse.

Y por un instante, sonrió.




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