El otro manuel

Un reflejo fuera de control

El despertador sonó como un taladro perforándole el cerebro. Manuel gruñó y estiró el brazo para apagarlo, pero en su confusión terminó golpeando la mesa de noche.

—¡Agh!

Desde la habitación de al lado, su hermana mayor gritó:

—¡Deja de hacer ruido, cavernícola!

—¡No es mi culpa que tengas el oído de un murciélago! —gruñó Manuel, frotándose la mano adolorida.

Se levantó con pesadez y fue directo al baño. Se echó agua en la cara y levantó la vista. Ahí estaba su reflejo, con cara de sueño y el pelo hecho un desastre.

Bostezó y su reflejo lo imitó… pero con un ligero retraso.

Manuel se quedó quieto. Movió los dedos. Su reflejo lo hizo también… tarde otra vez.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

—Seguro sigo dormido… —susurró, y salió del baño a toda prisa.

Bajó las escaleras y entró a la cocina, donde su familia ya estaba reunida.

—Siéntate, hijo, desayuna algo —dijo su madre, sirviéndole café a su padre.

—No tengo hambre…

—¡Mentira! Siempre tienes hambre —dijo su hermana, arqueando una ceja.

—Hoy no.

Su madre lo miró con sospecha y le tocó la frente.

—No tienes fiebre. ¿Te duele la panza? ¿O la cabeza? ¿O…?

—Mamá, estoy bien —insistió Manuel, apartándose.

Tomás, su hermanito menor, lo miraba fijamente con su cuchara flotando en el aire.

—¿Qué? —preguntó Manuel.

Tomás ladeó la cabeza.

—Nada… solo que…

Se giró lentamente hacia la ventana de la cocina, donde el reflejo de la familia se proyectaba en el vidrio.

—¿Qué pasa, enano? —preguntó su hermana.

Tomás frunció el ceño.

—Nada… creí ver algo raro.

Manuel tragó saliva y miró su reflejo en la ventana. Todo parecía normal… hasta que notó un detalle.

Él estaba sentado con los brazos cruzados, pero su reflejo tenía las manos sobre la mesa.

Un segundo después, el reflejo corrigió la posición.

Manuel sintió la boca seca. Se levantó de golpe.

—Voy a la escuela.

—¿No vas a terminar el desayuno? —preguntó su madre.

—No tengo hambre.

—Ya lo dijiste —comentó su hermana—. ¿Por qué tan raro? ¿Te hiciste emo y no nos avisaste?

—Tal vez está enamorado —dijo su padre con una sonrisa.

—¡No estoy enamorado! —Manuel sintió la cara arder.

Tomás rió.

—¡Manuel tiene noviaaaa!

—¡Cállate, enano!

Sin esperar más, agarró su mochila y salió. No quería mirar más reflejos en todo el día.

Pero lo peor vino cuando cruzó la puerta y, por inercia, miró de reojo la ventana de la cocina.

Su reflejo seguía ahí.

Y aún no se había movido.

Mientras Manuel caminaba hacia la escuela, su reflejo en la ventana seguía sentado, con una sonrisa apenas visible en el vidrio.

Tomás giró la cabeza en ese momento, miró la ventana y abrió la boca como si fuera a decir algo… pero el reflejo, de repente, se movió rápido para imitar a Manuel.

Como si nunca hubiera pasado nada.




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