El otro manuel

Reflejos en movimiento

Manuel trató de actuar normal el resto de la clase, pero su mente no dejaba de repasar lo que había visto. Sus reflejos estaban mal. No era una coincidencia.

Cuando sonó el timbre del recreo, salió al patio con Clara y Julián.

—Ya suelta lo que te pasa —dijo Clara, cruzándose de brazos.

—Sí, ya nos preocupaste —añadió Julián—. Bueno, más o menos. Tal vez un poquito.

Manuel suspiró. No tenía sentido ocultarlo más.

—Mis reflejos… no me siguen. O lo hacen con retraso. A veces se quedan quietos cuando yo me muevo.

Hubo un breve silencio. Luego, Julián soltó una carcajada.

—¡Ja! Eso es buenísimo. ¿Y qué, también tienes superpoderes ahora?

—Estoy hablando en serio —gruñó Manuel.

Clara, en cambio, se quedó pensativa.

—¿Cuándo empezó?

—Hoy. Aunque ya había visto cosas raras antes… pero ahora es diferente.

Julián sonrió y se frotó las manos.

—Bueno, solo hay una forma de comprobarlo.

—No, Julián…

—¡Hagamos pruebas científicas!

Antes de que Manuel pudiera protestar, Julián ya estaba frente a una de las ventanas del pasillo, haciendo movimientos ridículos con los brazos.

—¡Mira! Mi reflejo me sigue perfecto. Todo en orden.

—Eso no significa nada —dijo Manuel, molesto.

Clara suspiró y se acercó al vidrio.

—A ver…

Los tres se quedaron observando sus reflejos. Al principio, todo parecía normal. Luego, ocurrió.

Los reflejos parpadearon… pero en distinto orden. Primero Manuel, luego Julián y al final Clara.

Los tres se quedaron helados.

—¿Vieron eso? —susurró Clara, retrocediendo un paso.

—N-No. No, no lo vi porque eso no pasó —dijo Julián, riendo nervioso, pero su voz tembló.

Manuel sintió cómo su piel se erizaba. Sus reflejos estaban sonriendo.

Ellos no.

—¡Vámonos de aquí! —exclamó Manuel, y salió corriendo. Clara y Julián lo siguieron sin pensarlo.

No se detuvieron hasta que entraron al cuarto de limpieza. Era un espacio pequeño, con escobas, trapeadores y una sola bombilla temblorosa. Sin espejos.

—Okey… —Julián jadeaba—. Esto ya no es divertido.

Clara miró a Manuel con seriedad.

—Tienes razón. Algo pasa con los reflejos.

—Lo sé —dijo Manuel, aún temblando.

De repente, alguien tosió detrás de ellos.

Los tres se giraron de golpe.

El profesor Gómez estaba en la puerta, con una ceja levantada.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó.

Los tres se quedaron en silencio.

El profesor los miró unos segundos más, luego sacó un pañuelo y se limpió las gafas.

Fue un movimiento pequeño, pero Manuel lo notó. Gómez pasó el pañuelo por los lentes dos veces, luego los sostuvo en su mano, sin ponérselos de inmediato. Como si estuviera asegurándose de no reflejarse en ellos.

—No deberían meterse donde no los llaman —dijo Gómez, con voz tranquila, pero firme. Luego se giró y salió del cuarto.

Los tres se quedaron quietos.

—¿Se dieron cuenta? —susurró Clara.

—Sí… —dijo Manuel—. Él tampoco quiere ver su reflejo.

Julián tragó saliva.

—Tal vez… él sabe lo que está pasando.

El aire en el pequeño cuarto se sintió pesado. Nadie lo dijo en voz alta, pero los tres pensaron lo mismo.

Si el profesor Gómez estaba evitando su reflejo… entonces el problema de Manuel era real. Y alguien más lo sabía.

Mientras Manuel, Clara y Julián salían del cuarto de limpieza, Julián miró de reojo el vidrio de la puerta.

Ahí estaban sus reflejos.

Pero algo no cuadraba.

Manuel ya estaba de espaldas a la puerta… pero su reflejo no.

Seguía mirándolo, con los ojos muy abiertos.

Como si supiera algo que él no.




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