El otro manuel

Ecos en la oscuridad

El camino a casa se sintió más largo de lo normal. Manuel no podía dejar de pensar en lo que había pasado en la escuela. Sus reflejos no solo estaban desincronizados, sino que parecían tener una voluntad propia. Y lo peor de todo: el profesor Gómez también lo sabía.

Cuando entró a su casa, el ambiente era distinto. No podía explicarlo con palabras, pero algo se sentía... fuera de lugar.

—¿Qué te pasa? —Laura lo miró con el ceño fruncido desde el sofá.

Manuel dudó. Decirle que sus reflejos no lo obedecían sonaba ridículo. Pero Laura no era tonta, si ocultaba algo, lo notaría.

—Nada —mintió, dejándose caer en un sillón.

—Mentiroso —dijo ella sin levantar la vista del celular—. Siempre te rascas la oreja cuando mientes.

Manuel apretó los labios y bajó la mano de inmediato.

Antes de que pudiera inventar una excusa, Tomás apareció corriendo con un juguete en la mano y pasó frente al televisor apagado. Manuel sintió un escalofrío.

El reflejo de Tomás no estaba corriendo. Se quedó quieto, como si lo estuviera observando.

Parpadeó y, en un segundo, todo volvió a la normalidad.

—¿Viste eso? —susurró Manuel.

—¿Ver qué? —Laura ni siquiera lo miró.

—Nada... olvídalo.

Manuel sintió su corazón latir con fuerza. Si hasta en su casa los reflejos estaban raros, significaba que no era solo un problema en la escuela.

Recuerdos de Laura

Más tarde, mientras Laura hacía la tarea en la mesa del comedor, Manuel decidió probar suerte.

—Oye… ¿alguna vez viste algo raro en los espejos?

Laura levantó la vista y lo miró con curiosidad.

—¿Por qué preguntas eso?

—No sé… cosas raras. Como que el reflejo no coincida con la realidad.

Laura frunció el ceño, como si estuviera recordando algo.

—Cuando era más chica, mamá me dijo que no mirara los espejos cuando estuviera sola.

Manuel se tensó.

—¿Por qué?

—Nunca me explicó. Solo dijo que era “una costumbre vieja” de la familia.

Manuel sintió un escalofrío.

—¿Lo hiciste alguna vez?

Laura asintió lentamente.

—Una noche… cuando tenía como seis años, me quedé sola en el baño con el espejo apagado. No pasó nada… pero al día siguiente, mamá cambió todos los espejos de la casa.

Manuel tragó saliva.

—Tal vez solo estaban viejos —dijo, intentando convencerse a sí mismo.

—Tal vez —respondió Laura, pero su expresión decía lo contrario.

Las reglas del reflejo

Esa noche, Manuel no pudo dormir. Se sentó en la cama y encendió la linterna de su celular, apuntando hacia el espejo de su armario.

Tenía que probar algo.

Se movió lentamente, fijándose en cada detalle. Nada raro.

Pero cuando apagó la linterna, sintió un escalofrío.

Encendió la luz de golpe.

Su reflejo estaba en otra posición.

Respiró hondo.

—Solo pasa en la oscuridad… —susurró.

Si los reflejos cambiaban solo cuando no los veía, eso significaba que no eran simples ilusiones.

Eran algo más.

Se estaba acostando cuando escuchó un sonido.

Un rasguño.

Vino del espejo.

Manuel se quedó inmóvil, con el corazón golpeándole en el pecho.

Esperó unos segundos.

Silencio.

Se tapó con las cobijas y cerró los ojos, pero tardó mucho en quedarse dormido.

Investigación y obstáculos

Al día siguiente, Clara y Julián lo esperaban en la entrada de la escuela.

—Dinos que traes buenas noticias —pidió Julián.

—Tengo algo mejor: un patrón —dijo Manuel, bajando la voz—. Los reflejos cambian cuando hay poca luz.

Clara se cruzó de brazos.

—Entonces tenemos que hacer más pruebas.

Pero antes de que pudieran planear algo, la directora apareció por el pasillo.

—¡Manuel Torres, Clara Velázquez y Julián Ríos! A mi oficina, ahora mismo.

Los tres se miraron, confundidos.

Cuando entraron a la oficina, el profesor Gómez estaba ahí, con los brazos cruzados.

—¿Nos metimos en problemas? —susurró Julián.

—Creo que nos metieron en problemas —murmuró Manuel.

Gómez los miró fijamente, pero no dijo nada.

Entonces, Manuel notó algo en la ventana detrás del profesor.

Había un reflejo en el vidrio. Pero no era Gómez.

Era alguien más.

Y los estaba mirando directamente.

La directora tomó asiento, entrelazó los dedos y los miró con una expresión seria.

—Chicos… —dijo lentamente—. Ustedes han estado haciendo preguntas peligrosas.

El estómago de Manuel se hundió.

—¿Cómo que peligrosas? —preguntó Clara.

La directora exhaló y miró a Gómez, que no dijo nada.

—Hay cosas que es mejor no cuestionar —dijo la directora—. No queremos que terminen viendo… lo que no deben ver.

El silencio en la habitación se hizo insoportable.

Manuel tragó saliva.

Los adultos sabían lo que estaba pasando.

Pero lo estaban ocultando.




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