El otro manuel

Lo que laura calla

1. Algo en los reflejos

Manuel despertó con la sensación de que alguien lo observaba. Se quedó quieto un momento, escuchando el silencio de su habitación. Luego giró la cabeza lentamente hacia el espejo del armario.

Nada.

No había reflejos anormales, ni sombras fuera de lugar. Pero eso no significaba que todo estuviera bien.

Se levantó y bajó a desayunar. Laura ya estaba en la cocina, revolviendo su café sin mirar su reflejo en la ventana.

—Buenos días —saludó él, tanteando el terreno.

—Mmm.

Tomás estaba haciendo otra torre con los cereales.

—¿Hoy sí durará? —preguntó Manuel.

—¡Sí! —dijo Tomás, pero en cuanto lo afirmó, la torre se derrumbó.

Laura dejó la cuchara sobre la mesa y se frotó la sien, como si tuviera un dolor de cabeza.

—¿Dormiste bien? —preguntó Manuel.

—Lo suficiente.

—Porque ayer me dejaste con la duda…

Laura lo miró de reojo.

—¿De qué hablas?

—De los espejos. Sé que me ocultaste algo.

Su hermana dejó su taza con más fuerza de la necesaria.

—Manuel, deja de insistir. No hay nada.

Se levantó y salió de la cocina sin decir más.

Tomás la observó irse y luego miró a Manuel.

—Dijo "no hay nada", pero su cara decía "hay algo".

Manuel suspiró. Tomás tenía razón.

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2. Viejas fotos y un recuerdo borroso

Más tarde, cuando Laura salió, Manuel se metió en su cuarto. No era algo que haría normalmente, pero tenía que entender qué estaba ocultando.

Buscó en su escritorio, entre libros y cuadernos. Nada extraño. Luego abrió un cajón y encontró una vieja caja de fotos familiares.

Las revisó con rapidez. Había fotos de cuando eran niños, de vacaciones, de cumpleaños… hasta que encontró una donde Laura tenía unos seis años y estaba frente a un espejo.

Lo extraño no era la foto en sí, sino que alguien había tratado de tachar con marcador negro su reflejo.

El corazón de Manuel latió con fuerza.

Antes de que pudiera pensar más, escuchó la puerta principal abrirse.

—¡Manuel!

Era Laura.

Apresurado, metió la foto en su bolsillo y cerró el cajón.

Laura entró y lo vio junto a su escritorio.

—¿Qué haces aquí?

—Nada…

—No entres a mi cuarto.

Se cruzaron las miradas. Laura estaba molesta, pero detrás de su enojo había algo más: miedo.

Manuel respiró hondo.

—Laura, dime la verdad.

Ella apretó la mandíbula. Luego dijo algo que lo dejó helado.

—¿Viste la foto, verdad?

Manuel no respondió.

Laura suspiró, cerró la puerta y se apoyó en ella.

—No quería hablar de esto… pero si lo has notado, entonces ya es tarde.

Manuel tragó saliva.

—¿Tarde para qué?

Laura lo miró con seriedad.

—Para que sepas la verdad.

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3. Lo que vio en el espejo

Laura se sentó en la cama, pensativa.

—Cuando tenía tu edad… vi algo en el espejo.

—¿Algo?

—Alguien.

Manuel sintió un escalofrío.

—¿Era… tu reflejo?

Laura negó con la cabeza.

—No. No era yo. Era otra persona.

Manuel no podía respirar bien.

—¿Y qué hizo?

Laura miró la ventana, evitando los reflejos.

—Sonrió.

Eso fue suficiente para que un escalofrío le recorriera la espalda.

Laura se levantó.

—No quiero hablar más de esto. Solo… evita los espejos.

Salió de la habitación, dejándolo con más preguntas que respuestas.

Manuel sacó la foto de su bolsillo y la miró de nuevo.

El reflejo tachado de Laura.

Ahora lo entendía.

No era su reflejo.

Era alguien más.

Y si Laura lo había visto… entonces él también lo vería.

Pronto.

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Epílogo: La foto y el reflejo

Esa noche, Manuel no podía dormir. La confesión de Laura le daba vueltas en la cabeza.

Tomó la foto otra vez y la observó bajo la luz de su lámpara.

El marcador negro cubría el reflejo de Laura, pero si miraba bien… podía notar algo.

Un pequeño espacio donde la tinta no cubría por completo.

Se inclinó más cerca, tratando de distinguir la forma.

Entonces, vio algo que le revolvió el estómago.

Un ojo.

No el de Laura.

Uno más grande. Más oscuro. Como si alguien estuviera mirando desde adentro del espejo.

El aire se volvió pesado. Se le secó la garganta.

De repente, escuchó un susurro leve, casi imperceptible.

No venía de la foto.

Venía del espejo de su armario.

Se quedó helado.

Muy, muy despacio, levantó la mirada.

Y vio su reflejo.

Estaba ahí, normal.

Pero sonriendo.

Manuel parpadeó y la sonrisa desapareció.

El reflejo volvió a copiarlo como siempre.

Pero él ya no podía confiar en lo que veía.

Se tapó con la sábana y cerró los ojos con fuerza.

Porque ahora sabía que no estaba solo.

Y que lo estaban esperando.




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