El otro manuel

Huellas en el reflejo

1. Un recuerdo enterrado

El aire fresco de la mañana apenas lograba despejar la sensación de inquietud en Manuel. La imagen de la noche anterior seguía atrapada en su cabeza.

El espejo.
La promesa.
La foto tachada.

Caminaba junto a Clara y Julián por el patio de la escuela, pero su mente estaba en otro lado.

—¿Seguro que no quieres contarnos qué te pasa? —preguntó Clara, mirándolo de reojo.

—Ya les dije, solo estaba recordando cosas de cuando era niño —respondió Manuel, pero su tono no convenció a nadie.

Julián, masticando su chicle con calma, señaló con la cabeza hacia el edificio.

—Pues lo pareces. Tienes cara de haber visto un fantasma.

—No es un fantasma —murmuró Manuel, pateando una piedrita en el suelo—. Es Laura.

Los dos se detuvieron.

—¿Qué pasa con Laura? —preguntó Clara.

Manuel dudó. No quería sonar paranoico, pero tampoco podía callárselo.

—Desde hace años… parece que le tiene miedo a los espejos —dijo al fin—. Siempre los evita, y ahora que lo pienso, nunca me lo dijo directamente, pero… creo que siempre trató de advertirme de algo.

Julián levantó una ceja.

—¿Y qué? ¿Tiene algún trauma o algo así?

—No lo sé —admitió Manuel—. Pero encontré una foto vieja donde alguien tachó su reflejo con marcador negro.

Clara se cruzó de brazos.

—Eso es raro.

—Más raro que Julián estudiando voluntariamente —dijo Manuel.

—Oye, eso fue una vez —se quejó Julián—. Y fue porque creí que el diccionario tenía dibujos.

El comentario logró relajar un poco la conversación, pero el peso de lo que Manuel acababa de contar seguía ahí.

Antes de que pudieran seguir hablando, el timbre de la primera clase sonó.

—Ya hablaremos después —dijo Julián, y los tres entraron al edificio.

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2. El hallazgo del cuaderno misterioso

La última clase del día fue historia, pero Manuel no estaba prestando atención. Su mente seguía volviendo a la foto tachada y a la promesa.

Cuando la campana sonó, Julián se estiró y bostezó.

—Al fin, pensé que nos quedaríamos atrapados para siempre en esta clase.

—Eso es porque no hiciste ni una sola nota —le dijo Clara.

—¿Para qué? Si la historia ya pasó, no la puedo cambiar.

Manuel estaba por responder cuando algo le llamó la atención en el pasillo.

Un libro viejo, abandonado en la repisa de objetos perdidos.

Pero no era cualquier libro.

Era un cuaderno de tapa negra, con la cubierta gastada y el nombre de su dueño borrado por completo.

Manuel lo tomó sin pensar. Algo en su interior le decía que esto era importante.

—Oigan, miren esto.

Clara y Julián se acercaron mientras Manuel abría el cuaderno.

Las primeras páginas estaban llenas de garabatos y frases sin sentido.

> "Los reflejos no son lo que creemos."
"Si se quedan mucho tiempo… cambian."
"Nunca les des la espalda."

Pero la última página tenía un mensaje más claro.

> "Si estás leyendo esto, ya es demasiado tarde."

Los tres se quedaron en silencio.

—Bueno —dijo Julián después de un momento—. Si alguien quería que nos diera miedo, lo logró.

—¿Quién crees que lo escribió? —preguntó Clara.

Manuel miró la caligrafía. Algo en ella le resultaba familiar, pero no lograba identificar qué.

Y entonces lo vio.

En la esquina inferior de la última página, había un símbolo.

El mismo símbolo que había visto en la oficina de Gómez.

El estómago de Manuel se hundió.

Esto no era una coincidencia.

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3. Un reflejo que no debía estar ahí

Esa tarde, cuando llegó a casa, Manuel fue directo al cajón donde había encontrado la foto de Laura.

Sacó la imagen y la miró con atención. El reflejo tachado con marcador negro seguía allí…

Pero ahora que lo veía mejor, notó algo.

Bajo la tinta, en una esquina… había algo más.

Un borrón oscuro.

Como si alguien más estuviera en la foto.

Alguien que no debía estar ahí.

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4. El reflejo que se movió solo

Más tarde esa noche, Manuel estaba paralizado frente al espejo del armario.

Tenía que probarlo.

Respiró hondo y levantó una mano lentamente.

Su reflejo lo imitó… pero con un retraso de medio segundo.

El miedo lo golpeó como un puñetazo en el estómago.

Se giró bruscamente, mirando a su alrededor.

No había nadie en la habitación.

Cuando volvió a mirar el espejo…

Su reflejo ya estaba en la posición correcta.

Manuel sintió la piel de gallina.

Porque por primera vez en su vida, supo algo con certeza:

Su reflejo no era suyo.




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