El otro manuel

Recuerdos del pasado

La voz de Laura seguía dando vueltas en su cabeza.

"Recuerda lo que prometimos."

Manuel sabía que no había sido solo un sueño. Ese recuerdo era real. Pero, por alguna razón, su mente lo había enterrado.

Caminaba por los pasillos de la escuela junto a Clara y Julián, con el cuaderno bien guardado en su mochila. Después de lo que vieron en la biblioteca, el ambiente entre ellos se había vuelto más tenso. Incluso Clara, que siempre trataba de ser lógica, había cambiado su actitud.

—Tenemos que hacer algo —dijo ella, rompiendo el silencio.

—¿Cómo qué? ¿Llamar a un cazador de espejos? —bromeó Julián.

—Estoy hablando en serio. Esto no es normal. Y ya no es solo Manuel, yo también lo vi.

—Yo digo que lo dejemos en manos del destino —dijo Julián, encogiéndose de hombros—. O mejor, lo metemos en la caja de objetos perdidos y fingimos que nunca lo encontramos.

Manuel negó con la cabeza.

—No podemos ignorarlo. Hay algo en este cuaderno que tiene que ver conmigo… y con Laura.

Ambos lo miraron con curiosidad.

—¿Qué tiene que ver Laura? —preguntó Clara.

Manuel tragó saliva. Era hora de contarles todo.

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1. La promesa olvidada

Mientras se sentaban en un rincón del patio, Manuel les explicó su recuerdo.

—No sé cuántos años tenía, pero recuerdo que Laura y yo estábamos frente a un espejo. Ella me hizo prometer algo, pero no sé qué.

—¿Y crees que tenga que ver con los reflejos? —preguntó Clara.

—Estoy seguro. Porque justo después, vi que su reflejo… se movió antes que ella.

Julián se estremeció.

—Eso suena como la versión maldita del "Simon dice".

—¿Y no has intentado preguntarle? —insistió Clara.

—Sí, pero lo evade. Y si Laura no quiere hablar de eso, es porque algo muy raro pasó.

Clara se quedó pensativa.

—Quizás si encontramos más información en el cuaderno, podríamos entender mejor lo que está pasando.

Manuel sacó el cuaderno y lo abrió en la página con la frase tachada.

"Ya es tarde."

Pasó los dedos por la tinta gastada.

Y entonces, notó algo.

El papel estaba rugoso, como si hubiera más tinta debajo.

—Esperen —susurró.

Sacó un lápiz y empezó a frotarlo suavemente sobre la hoja. Poco a poco, una nueva frase empezó a aparecer debajo de la tachadura.

Cuando las letras fueron visibles, el aire pareció volverse más denso.

"No lo olvides, Manuel."

Los tres se quedaron en silencio.

—¿Qué rayos significa eso? —susurró Julián.

Manuel sentía un nudo en el estómago.

—Alguien escribió esto… para mí.

Clara miró a su alrededor, como si de repente la escuela le pareciera un lugar menos seguro.

—Esto se está volviendo demasiado personal.

Manuel apretó los labios. Alguien, en algún momento, intentó hacerle recordar algo. Y si la tinta estaba oculta… significaba que alguien más intentó que lo olvidara.

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2. Un reflejo fuera de lugar

El timbre de la siguiente clase sonó, y aunque ninguno tenía ganas de ir, entraron al edificio.

Mientras caminaban por el pasillo, Manuel sintió algo raro.

Los reflejos en las ventanas.

Siempre estaban ahí, repitiendo los movimientos de los estudiantes, copiando sus pasos. Pero esta vez… había uno que no encajaba.

Se detuvo en seco.

Una de las ventanas reflejaba a un grupo de niños caminando… pero entre ellos, había alguien que no estaba en el pasillo real.

Era un niño de espaldas, con ropa ligeramente más vieja que la de los demás.

Pero cuando Manuel parpadeó… desapareció.

Clara lo notó.

—¿Viste eso?

—Sí —dijo Manuel en voz baja.

Julián miró la ventana y luego a ellos.

—¿Qué vieron? Porque si fue algo que me va a hacer tener pesadillas, prefiero no saberlo.

Clara le dio un codazo.

—No es momento para chistes.

Pero en ese momento, una voz los sobresaltó.

—¿Qué hacen aquí?

Era el profesor Gómez.

Los tres giraron al mismo tiempo. Estaba apoyado en la puerta de su aula, observándolos con una ceja levantada.

—Nada, profe, solo… admirando el arte de la escuela —dijo Julián con una sonrisa tensa.

Gómez no pareció convencido.

—Es mejor que vayan a clase.

Dicho eso, entró en su aula y cerró la puerta.

Pero justo antes de que se cerrara por completo…

Manuel vio que el profesor había evitado mirar la ventana.

Y en ese instante, supo que él también sabía algo.

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3. No están solos

Manuel, Clara y Julián llegaron al salón, pero apenas prestaron atención a la clase.

—¿Se dieron cuenta de lo que hizo Gómez? —susurró Manuel.

—Sí —asintió Clara—. No miró el reflejo.

Julián miró a los dos.

—Bueno, a lo mejor él también tiene un hermano traumado con los espejos.

—O a lo mejor —dijo Manuel, cerrando el cuaderno—, sabe exactamente lo que está pasando.

El problema ya no era solo suyo.

Los reflejos estaban cambiando. El cuaderno los estaba guiando hacia algo.

Y lo peor de todo…

Los adultos sabían más de lo que decían.




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