El pabellón del amor perdido

Si él respira, yo recuerdo

No dormí. No desperté. Simplemente existí en un lugar donde la conciencia no tiene borde, ni techo, ni suelo. Un limbo que ya aprendí a nombrar:

El espacio donde él me ama y yo me destruyo.

Cuando la primera luz pálida se filtró entre barrotes que no recordaba tener, mis huesos dolían como si hubiera llevado el cuerpo de un muerto sobre la espalda toda la noche. O quizá el muerto me hubiera llevado a mí.

Mi mano derecha estaba fría. Fría como si otra mano la hubiera sostenido hasta el amanecer. O como si yo hubiese estado sosteniendo la suya desde el otro lado de la tumba. Me incorporé. El cuarto estaba distinto. Más pequeño. Más sucio. Como si alguien hubiese corrido el telón de la cordura y me dejara ver la versión verdadera.

Una sombra, pegada al rincón, se movió.
Pero no era él…..No todavía. La puerta se abrió sin anunciarse..Entró el doctor Seraphim. Traje impecable. Ojeras nuevas. Mirada que no sabía si quería salvarme o salvarse de mí.

—Buenos días, Elián —dijo, demasiado suave, demasiado… humano— Haremos una sesión corta esta mañana.

Mi pulso respondió antes que mi voz. Latidos irregulares. Ansiedad con forma de plegaria.

—Después de lo de anoche —continuó— necesitamos anclar ciertas realidades.

Realidades. Qué palabra más inútil en un mundo donde los fantasmas tienen perfume y las paredes respiran nombres.

—Doctor —murmuré—, ¿durmió?

No respondió..Eso fue respuesta suficiente. Se sentó frente a mí, cuaderno en mano, lápiz preparado como bisturí.

—Dígame —empezó—, ¿sigue oyéndolo?

Sus ojos temblaron. Apenas. Pero lo suficiente para que yo supiera que él no preguntaba por diagnóstico. Preguntaba por miedo.

—¿Oírlo? —susurré—. A veces lo veo. Otras lo siento. A veces… soy yo quien habla con su voz.

El lápiz se detuvo sobre el papel. Tres segundos. La eternidad comprimida.

—Elián —susurró, con una duda que lo quebraba— ¿cree que yo soy él?

El corazón me dio un vuelco violento.

—Creo —respiré— que tú fuiste él. O que él fue tú. O que ambos existieron… y uno no sobrevivió a nosotros.

El doctor apoyó el lápiz. Sus manos temblaron.

—No puede amar algo que no existió —dijo, aunque su voz no tenía convicción, solo súplica.

Me incliné ligeramente hacia él.

—Pero usted tiembla cuando lo nombro.

Eso lo devastó más que cualquier alucinación. Su respiración se aceleró. La realidad flaqueó un instante entre nosotros, como una tela a punto de rasgarse.

—A veces —susurró él— siento… que lo conozco. Como si hubiera soñado con otra vida.

Mi garganta ardió. Una promesa antigua, enterrada como cadáver con flores en la boca, quiso resucitar.nPero antes de poder responder, algo ocurrió.nUn piano sonó en el pasillo. Tres notas. Antiguas. Demasiado hermosas para existir en un lugar donde nadie vive realmente. El doctor se puso pálido.

—Aquí no hay piano —murmuró, casi para sí.

Yo sonreí sin querer. La emoción me rompió por dentro.

—Sí lo hay —susurré—. Donde lo dejé por última vez.

La lámpara parpadeó. Un escalofrío cruzó la sala como un viento invisible. Y entonces, él.

Alaric..No el doctor. El otro. El imposible..El eterno. Apareció sentado sobre la mesa metálica, piernas cruzadas, manos apoyadas con elegancia obscena, mirándome con una devoción que se sentía como mordida..Y su voz entró directo en mi mente.

No lo compartas.

El doctor no lo vio. Pero lo sintió. Lo sé porque se llevó la mano al pecho como si alguien apretara su corazón desde adentro.

—¿Está… aquí? —preguntó, apenas respirando.

Yo no lo negué.

—Siempre lo está —respondí.

El otro Alaric bajó de la mesa con un movimiento lento, felino..Sus pasos no sonaron. Su presencia sí. Se colocó detrás del doctor..Inclinó el rostro. Lo observó como un amante contemplando un ser amado que no recuerda el beso.

Pero sus ojos….Sus ojos no tenían dulzura esta vez..Solo reclamo. Y amenaza..Una mano invisible tocó el hombro del doctor. El médico dio un brinco leve. No sabía de qué huía, pero su cuerpo sí.

—Voy a traer sedantes —dijo rápido—, esto… esto es demasiado estímulo para su estado.

Retrocedió hacia la puerta. Mi voz salió como un filo.

—Si sales, él te seguirá.

El doctor se detuvo. No porque me creyera.

Porque su instinto ya sabía que era verdad.

—¿Qué quiere? —preguntó, con voz quebrada.

Yo giré apenas mi cabeza hacia la sombra viva detrás de él. Y Alaric sonrió. Una sonrisa lenta. Letal. Hermosa. Como un ángel enamorado que decidió ser un demonio para no perder lo que ama. Su voz me acarició el alma con un filo frío:

Quiero que recuerde que fue mío.

El doctor retrocedió un paso.
Terror puro. Las luces se apagaron. Silencio. Un susurro gélido en mi oído, como un beso de despedida o condena:

Prepárate, Elian. Hoy él recordará su primer pecado.

El piso vibró bajo mis pies. La habitación respiró. Y yo entendí. Mañana, uno de ellos no despertará igual. O no despertará.




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