El Pacto de los Espejos

Capítulo 15: El Rostro del Elegido

El taller de Javier Mendoza ya no era un lugar, sino un umbral. La puerta de sombras líquidas, con el símbolo de las tres líneas curvas brillando como un sol negro, parecía absorber la luz del taller, dejando solo un resplandor tenue que hacía que las sombras parecieran vivas. La figura con el rostro de Javier, pero con los ojos del gato esfinge, estaba frente a él, inmóvil, como si esperara una respuesta. Clara Vega seguía en la silla, con la mirada perdida, murmurando palabras incoherentes sobre un “intercambio”. Adrián, pálido y tembloroso, sostenía la esfera de metal negro, cuyo símbolo pulsaba en sincronía con el zumbido de los objetos en la mesa: el cristal, el dispositivo, el fragmento de piedra, el pedazo de espejo. Las palabras del gato —“El intercambio está completo. Ahora, enfréntame”— resonaban en el aire, como si el taller mismo estuviera hablando.

Javier retrocedió, con la esfera en la mano, sintiendo su frío abrasador. El dinero, el éxito, el negocio que había construido con las puertas ahora parecían una ilusión. Cada cliente que había cruzado, cada objeto que había guardado, lo había llevado a este momento, donde el taller ya no era suyo. Era parte de algo más grande, algo que lo había elegido mucho antes de que él abriera la primera puerta. La sombra con su rostro lo miraba, y en sus ojos de zafiro, Javier vio un destello de mundos infinitos, de puertas abriéndose en cadena, de un ciclo que no podía detener.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó Javier, con la voz quebrada. La sombra no respondió, pero el gato esfinge, que ahora estaba sentado junto a la puerta de sombras, ladeó la cabeza. Su voz resonó, no en su mente, sino en el taller, clara y fría: “No eres el primero. Pero eres el elegido”.

Antes de que Javier pudiera procesar las palabras, la puerta del taller se abrió con un chirrido. Era Elena, la cliente misteriosa, pero su apariencia había cambiado. Su rostro estaba más pálido, casi translúcido, y sus ojos brillaban con un resplandor que recordaba al del gato. No traía a Rafael, ni explicó su ausencia. En cambio, se acercó a la puerta de sombras, ignorando a la figura con el rostro de Javier. —No puedes detenerlo —dijo, con una voz que parecía venir de un lugar lejano—. El ciclo debe completarse. Abre la puerta, o será abierta por ti.

Javier sintió un escalofrío. Clara, aún semiconsciente, murmuró algo sobre “el precio del pacto”. Adrián, con la esfera en la mano, intentó hablar, pero su voz se quebró. —Los datos… —dijo, casi tartamudeando—. No son solo mundos. Son memorias. Memorias de algo que no debería existir. Y tú… tú estás en ellas, Javier.

Javier miró la esfera, luego la puerta de sombras. Los fragmentos del espejo roto comenzaron a vibrar en el suelo, alineándose en un nuevo patrón, esta vez formando un círculo perfecto alrededor de la puerta. El símbolo de las tres líneas curvas apareció en el aire, flotando como una constelación. La sombra con su rostro dio un paso hacia él, y Javier sintió que el taller se desmoronaba, como si la realidad misma estuviera colapsando.

—No quiero esto —dijo Javier, retrocediendo hasta chocar con la mesa. Los objetos cayeron al suelo, y el zumbido se convirtió en un rugido ensordecedor. La esfera de metal negro se calentó en su mano, y una imagen apareció en su mente: un infinito de puertas, todas conectadas por el símbolo, todas abiertas por rostros que eran versiones de él mismo, pero en mundos diferentes, en tiempos diferentes. El gato esfinge estaba en cada puerta, observándolo, juzgándolo.

Elena se acercó a la puerta de sombras, con una sonrisa que no era humana. —No tienes opción —dijo—. El pacto no se rompe. Cruza, o serás consumido. —Antes de que Javier pudiera detenerla, Elena tocó la puerta, y su cuerpo se desvaneció en un destello de luz negra. La sombra con el rostro de Javier dio otro paso, y el taller tembló violentamente.

Clara abrió los ojos de repente, gritando. —¡No lo hagas, Javier! ¡No eres tú quien cruza! ¡Es él! —Señaló a la sombra, que ahora estaba a solo un metro de él. Adrián dejó caer la esfera, que rodó hacia la puerta de sombras, y el símbolo en su superficie brilló con más intensidad. El gato esfinge se levantó, caminando lentamente hacia el umbral, y su voz resonó de nuevo: “El elegido no cruza. El elegido abre. Pero el precio es tuyo”.

La puerta de sombras comenzó a expandirse, y los fragmentos del espejo roto se elevaron, formando un arco sobre




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