El viento de octubre soplaba con una fría insistencia, arrastrando las hojas secas por los adoquines del pequeño pueblo. Rawenna observaba desde la ventana de su casa en las afueras, una estructura de piedra gris con techo de tejas rojas, viejas y desgastadas por el tiempo, al igual que ella. Vivir en ese lugar apartado no era una elección de comodidad, sino de necesidad. Ser una bruja, aunque en secreto, venía con un costo: el aislamiento. Para los habitantes del pueblo, Rawenna era una mujer extraña, solitaria, siempre observando desde la sombra, como una presencia inquietante. Algunos la llamaban “bruja” a sus espaldas, y otros, con miedo supersticioso, evitaban siquiera pronunciar su nombre.
La chica no tenía amigos ni familiares cercanos, solo el peso del legado que su familia había mantenido por generaciones. Un pacto oscuro, sellado hace siglos, para mantener a raya a las almas inquietas que se alzaban del cementerio cada Halloween. Ella conocía el precio de aquel pacto, y con cada año que pasaba, el miedo a fallar aumentaba en su interior.
El cementerio se alzaba en una colina cercana, con su vista desde la ventana siempre presente, como una amenaza silenciosa que la acechaba día y noche. Durante el día, las tumbas parecían simples monumentos de piedra cubiertos de musgo, pero Rawenna sabía que por la noche, y especialmente en la víspera de Halloween, las sombras adquirían vida propia, los espíritus se agitaban, y el velo entre los vivos y los muertos se volvía peligrosamente fino.
Una tarde, mientras caminaba por la plaza del pueblo, la joven sintió una presencia desconocida. La gente solía ignorarla o mirarla, pero esta vez, sintió unos ojos fijos en ella. Se giró lentamente, y allí estaba él, un joven alto, con cabello oscuro ligeramente desordenado y ojos curiosos, clavados en ella con una intensidad que la hizo sentir desnuda, expuesta. Era extraño ver a un forastero en un lugar como ese, donde las caras nuevas eran tan raras como las tormentas de verano.
—Disculpa —dijo él al acercarse con una sonrisa amistosa—. ¿Eres de aquí?
Rawenna dudó antes de responder. Algo en su voz, en la manera en que la miraba, la desconcertaba. No estaba acostumbrada a que alguien la abordara tan directamente.
—Nací aquí —contestó al fin, con tono cauteloso.
—Perfecto, quizás puedas ayudarme. Soy Gideon, investigador de fenómenos paranormales. Estoy trabajando en un proyecto sobre leyendas y mitos rurales, y me han contado que este pueblo tiene una historia bastante… peculiar —continuó el chico sin perder la sonrisa, como si no notara la frialdad de ella.
La muchacha frunció el ceño. Fenómenos paranormales. El tipo de cosas que a la gente le encantaba explotar para asustar a los turistas, pero que Rawenna sabía que era mucho más real y peligroso de lo que cualquier curioso podía imaginar.
—No sé nada sobre eso —mintió. Pero el muchacho no pareció convencido.
—Oh, lo dudo —replicó al acercarse un poco más—. He escuchado rumores. Algo sobre un cementerio maldito y un pacto oscuro. Nadie quiere hablar conmigo de eso, aunque apuesto a que tú sabes algo.
La chica sintió cómo el corazón le latía con fuerza en el pecho. El nombre del cementerio siempre estaba presente, pero casi nunca era mencionado en voz alta. La mayoría de los habitantes evitaba hablar de él, como si ignorarlo lo mantuviera inofensivo. Sin embargo, aquel forastero había venido buscando respuestas, y lo peor era que parecía saber más de lo que ella deseaba que supiera.
—Estás en el lugar equivocado —comentó Rawenna mientras se giraba para marcharse. No obstante, algo en la voz de él la detuvo.
—¿De verdad? —preguntó con una mezcla de curiosidad y desafío—. Porque me parece que tú eres la clave para descubrir lo que realmente está ocurriendo aquí.
La joven apretó los puños, sintiendo la tensión que se acumulaba en sus músculos. Había pasado años manteniéndose al margen, siendo invisible, una sombra más entre las calles polvorientas del pueblo. Ahora, este desconocido la señalaba como la portadora de la verdad. ¿Cómo había llegado a esa conclusión? ¿Quién era realmente?
Dudó por un momento, observando los ojos de Gideon. Había algo en él que la desarmaba, una mezcla de honestidad y determinación. Era peligroso, pero no en el sentido habitual. Su peligro radicaba en su curiosidad, en su persistencia. Rawenna sabía que si lo dejaba seguir buscando por su cuenta, podría llegar demasiado lejos, y eso podría costarle la vida.
—El cementerio no es un lugar para los curiosos —apuntó la chica, con su voz más suave y llena de advertencia—. Te lo digo por tu bien. Hay cosas en este pueblo que no deberían ser desenterradas.
Gideon la miró con interés renovado, como si acabara de confirmar sus sospechas.
—Eso significa que hay algo ahí, ¿verdad? —inquirió al dar un paso más hacia ella—. Mira, solo quiero entender lo que está pasando. No busco problemas, solo respuestas.
La joven suspiró. ¿Debería confiar en él? Algo dentro de ella, una chispa que llevaba mucho tiempo apagada, comenzaba a encenderse. Años de soledad y silencio habían hecho que olvidara lo que era conectar con alguien, pero ahora, esa chispa se estaba avivando, y aunque sabía que era un riesgo, no podía evitar sentirse atraída por el carisma del hombre.
—Te lo advierto —le dijo al fin con la mirada clavada en él—. Algunas respuestas traen consigo consecuencias. Si insistes en seguir adelante, debes estar preparado para enfrentarte a lo que encuentres.
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Editado: 27.10.2024