La brisa de octubre se volvía más fría con cada día que pasaba, y Halloween estaba a la vuelta de la esquina. Las hojas secas crujían bajo los pies de Rawenna mientras regresaba a su casa con su capa negra ondeando detrás de ella como una sombra alargada. Desde su encuentro con Gideon, una tensión persistente se había instalado en su pecho. El joven forastero no había dejado de buscarla, insistiendo en aprender más sobre las leyendas que envolvían al cementerio. A pesar de su inicial rechazo, la chica se encontraba cada vez más atraída por su curiosidad y determinación, y por una fuerza inexplicable que la empujaba hacia él.
Era casi medianoche cuando el chico apareció en la puerta de su casa.
—¿Lo has pensado? —preguntó con una sonrisa que intentaba ocultar su impaciencia.
Ella suspiró, cruzando los brazos a la altura del pecho. Sabía que el cementerio no era un lugar para cualquiera, mucho menos para alguien ajeno al pacto que su familia había hecho generaciones atrás. Las sombras se alzaban inquietas en esa época del año, susurrando secretos y buscando romper el sello que las mantenía a raya.
—No deberías estar aquí —contestó la joven con voz grave—. Hay cosas que es mejor no saber.
—Pero tú lo sabes, ¿verdad? —dio un paso hacia ella—. No me digas que tú no has sentido que algo está cambiando. El aire es diferente. Las historias que me contaron cuando llegué no son solo cuentos para asustar a los niños. Hay algo real aquí, Rawenna, y necesito saberlo.
La muchacha cerró los ojos un instante. Podía sentirlo también. Las energías oscuras se agitaban con una ferocidad que no había percibido en años, como si el pacto que protegía al pueblo estuviera comenzando a debilitarse. Las señales eran claras: las sombras más largas, el frío más intenso y las voces que susurraban su nombre por las noches.
—Está bien —cedió al mirarlo con seriedad—. Te llevaré al cementerio, pero debes prometerme que harás exactamente lo que te diga.
Gideon asintió, aunque había una chispa de emoción en sus ojos que a la chica no le gustaba. Esto no era un juego, y pronto lo descubriría.
Ambos caminaron en silencio hacia la colina, donde el cementerio se alzaba como un guardián de antiguas tragedias. La luna llena iluminaba las tumbas, proyectando sombras irregulares y casi danzantes. Rawenna podía sentir el ambiente denso, cargado de energía oscura. A su lado, el chico mantenía un aire de curiosidad, con su linterna en mano y una libreta bajo el brazo, listo para anotar cualquier cosa que encontraran.
—¿Por qué nadie quiere hablar de esto? —preguntó él para romper el silencio.
—Porque saben lo que ocurre cuando se menciona demasiado —contestó ella en voz baja, sin mirarlo—. Mi familia ha protegido este lugar durante generaciones. Cada Halloween, las energías crecen, los espíritus se agitan, y nuestro pacto los mantiene a raya.
Gideon frunció el ceño, claramente escéptico.
—¿Pacto? —inquirió con un tono que dejaba entrever que no lo creía por completo.
La joven se detuvo frente a una antigua tumba, cubierta de musgo y con las inscripciones casi borradas por el tiempo. Puso la mano sobre la fría piedra con los ojos cerrados. Las sombras alrededor de ellos parecían moverse, como si estuvieran esperando algo, alguna señal.
—El cementerio está lleno de almas que no encontraron paz —explicó la muchacha con una voz más suave—. Fueron traicionadas, abandonadas y no tuvieron la oportunidad de cerrar sus asuntos. Mi familia hizo un trato con ellos hace siglos. A cambio de no causar destrucción en el pueblo, los mantendremos ocultos, dormidos, solo permitiéndoles vagar en la noche de Halloween. Pero este año… algo está… extraño.
Gideon permaneció en silencio un momento, procesando lo que ella decía. Aunque la duda seguía en su rostro.
—¿Y qué pasa si alguien rompe el pacto? —quiso saber el muchacho.
Antes de que ella pudiera responder, una corriente de aire frío pasó entre ellos, y el chico dio un respingo al ver algo moverse entre las tumbas. Una sombra, oscura y alargada, se deslizó por el suelo como una serpiente. Rawenna sintió el pánico brotar en su interior. Los espíritus estaban despiertos antes de lo previsto.
—No deberíamos estar aquí —susurró ella, agarrando el brazo del joven—. Esto es una mala señal.
Pero él no se movió. Al contrario, levantó su linterna e iluminó hacia donde había visto la figura espectral. Al principio, parecía una simple sombra, sin embargo, luego, lentamente, comenzó a tomar forma. Era una figura alta, delgada, con una túnica rasgada que flotaba al viento. Sus ojos brillaban con una luz blanca fantasmal, y de su boca surgía un susurro apagado.
—¿Qué es eso? —quiso saber Gideon con la voz entrecortada.
Rawenna supo al instante que los espíritus lo habían marcado. Podía sentirlo, el pacto se estaba desmoronando y el chico era la causa. Su llegada al pueblo había alterado el equilibrio, y ahora las sombras lo seguían, buscando algo más allá de la simple curiosidad. Estaban hambrientos.
—Tenemos que irnos ahora —murmuró la muchacha empujando a Gideon—. ¡No es seguro!
No obstante, él se soltó, sin dejar de mirar a la figura espectral que los acechaba desde las sombras. Se sentía atrapado entre el asombro y el terror, incapaz de apartar la vista de lo que estaba presenciando. El susurro de la figura comenzó a volverse más claro, como si estuviera tratando de comunicar algo, pero las palabras eran ininteligibles, distorsionadas por el viento.
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Editado: 27.10.2024