El aire en el pequeño salón de Rawenna se sentía pesado, como si cada rincón estuviera cargado de un secreto antiguo y oscuro. Fuera, la noche parecía infinita, con el viento gimiendo a través de los árboles desnudos. La chica no había dormido bien desde su visita al cementerio con Gideon. Las sombras inquietas, las voces, y sobre todo, la figura espectral que los había observado desde las tumbas, la habían dejado en alerta. Sabía que ya no quedaba tiempo.
—Necesitamos hablar —dijo la muchacha con la voz en apenas un susurro mientras servía el té en dos tazas de porcelana desportillada.
El chico, sentado en el sillón frente a ella, la miraba expectante. Desde esa noche en el cementerio, algo había cambiado en él. Su entusiasmo por desenterrar la verdad sobre el lugar había sido reemplazado por una mezcla de curiosidad y miedo. No lo decía en voz alta, pero ella podía ver en sus ojos que sabía que estaban en peligro. Aún así, seguía buscando respuestas, y ella no podía seguir ocultando la verdad.
—Sobre el pacto —empezó la muchacha al sentir cómo se le formaba un nudo en la garganta—. Hay algo que no te he contado. Algo que deberías saber antes de seguir adelante.
Gideon entrecerró los ojos al inclinarse hacia ella.
—Lo he notado —susurró—. Algo no está bien desde que fuimos al cementerio. He visto cosas. Sombras. Escucho voces por la noche, como si alguien me llamara desde el otro lado. No es solo mi imaginación, ¿verdad?
Rawenna negó con la cabeza, con su mirada fija en la taza que sostenía entre sus manos. Las palabras que estaba a punto de pronunciar eran difíciles, pero ya no había vuelta atrás.
—El pacto… no es solo un trato cualquiera —contestó lentamente—. Hace generaciones, uno de mis antepasados cometió un error terrible. Invocó fuerzas que no comprendía, buscando poder o protección, no lo sé con certeza. Pero lo que sí sé es que esa invocación desató algo. Espíritus, sombras… entidades que no deberían estar aquí. El pueblo comenzó a ser atacado, las cosechas se marchitaban, la gente enfermaba, y las almas de los muertos no descansaban.
Gideon escuchaba atentamente, con una expresión seria que rara vez mostraba. Rawenna hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas.
—Mi antepasado, en su desesperación, hizo un pacto con esas fuerzas. A cambio de mantener la paz en el pueblo, cada año, un corazón enamorado debe ser entregado. Debe morir… para calmar la ira de los espíritus. Esa es la maldición que pesa sobre mi familia. Mi linaje está atado a este pacto, porque fue nuestra culpa que las sombras fueran desatadas.
El silencio que siguió fue espeso. El chico apartó la mirada un momento, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Un corazón enamorado? —murmuró—. ¿Eso significa que cada año alguien tiene que morir por culpa de este pacto?
Ella asintió, con un brillo de tristeza en sus ojos.
—Y no es solo cualquier persona. El sacrificio debe ser alguien que ama de verdad. El amor… Lo que estos espíritus más envidian es el amor de los vivos, y por eso exigen un corazón enamorado. Si no se les da lo que quieren, los ataques regresan. Y no solo es una persona la que muere; el pueblo entero sufre.
El chico la miró incrédulo. Aunque había visto señales sobrenaturales, aquello sonaba demasiado cruel, demasiado irreal para ser verdad.
—¿Y qué tiene que ver contigo? —preguntó él en voz baja, aunque ya sospechaba la respuesta.
La muchacha se levantó y caminó hacia la ventana, observando la oscuridad exterior como si buscara una señal entre las sombras.
—Cualquier persona en mi vida que se enamore… cualquiera que desarrolle sentimientos por mí, está en peligro —confesó finalmente—. Si formo un vínculo amoroso, podría ser su condena. Eso es lo que mi familia ha llevado a cuestas durante generaciones. No podemos amar. No podemos permitirnos acercarnos demasiado a nadie, porque ese amor será usado como sacrificio.
El rostro de Gideon palideció al comprender la magnitud de lo que Rawenna le estaba diciendo.
—Entonces… yo… —empezó, pero se detuvo, sintiendo un nudo en la garganta.
La chica lo miró, con los ojos llenos de angustia.
—Por eso te dije que te fueras —apuntó con la voz ligeramente quebrada—. No puedes quedarte aquí, Gideon. Ya he visto las señales. Los espíritus te han marcado. Ellos saben lo que siento por ti, y lo que tú puedes llegar a sentir por mí. Si sigues aquí, serás el siguiente. No puedo permitir que eso suceda.
El joven se quedó en silencio un momento, sopesando sus opciones. Las palabras de ella resonaban en su mente como un eco lejano, pero claro. Las sombras que había visto, las voces que lo llamaban en el cementerio… todo tenía sentido ahora. El miedo comenzaba a apoderarse de él, aunque algo más profundo lo mantenía firme.
—No voy a dejarte sola en esto, Rawenna —dijo finalmente, con su voz cargada de determinación—. Sé que esto suena a locura, pero no me iré. No quiero perderte por algo que ni siquiera comprendo del todo. Si hay alguna forma de romper este pacto, de liberarte de esta maldición, lo descubriremos juntos.
La chica negó con la cabeza, desesperada.
—No lo entiendes. No se puede romper. He investigado durante años, he buscado maneras de evitarlo, pero no hay escapatoria. Lo único que puedes hacer es irte antes de que sea demasiado tarde.
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Editado: 27.10.2024