El pacto de medianoche

Capítulo 4

La noche de Halloween siempre había tenido un aire especial en el pueblo, como si la frontera entre el mundo de los vivos y los muertos se volviera tenue, casi inexistente. El aire estaba impregnado de una energía inquietante, y el viento soplaba con un aullido fantasmal que parecía sonar en cada rincón oscuro. La chica, desde su ventana, observaba la bruma que se cernía sobre el cementerio, sabiendo que esa noche marcaría el desenlace del pacto que había asolado a su familia por generaciones.

La luna llena iluminaba los campos, y la muchacha no podía apartar de su mente el creciente temor por Gideon. Desde que le había revelado la verdad, el vínculo entre ellos se había hecho más fuerte, más profundo. A pesar de su advertencia, él se había quedado, decidido a desafiar el destino, a romper el pacto a su lado. Pero ella sabía que la maldición no era algo que pudiera simplemente deshacerse con valentía.

De repente, un escalofrío recorrió su cuerpo. Algo estaba mal. Se giró hacia la sala y notó que la puerta principal estaba entreabierta. La brisa helada que entraba a través de ella era solo el principio de lo que su instinto ya le advertía: el chico no estaba allí.

—¡Gideon! —gritó con desesperación, pero no hubo respuestas.

El eco de su voz se desvaneció en el silencio de la noche. El terror la invadió de inmediato, y sin pensarlo dos veces, se lanzó a las calles desiertas del pueblo. El cementerio. Sabía que allí lo encontraría. Los espíritus habían comenzado a actuar, y el pacto estaba reclamando su sacrificio. Corrió, con el corazón acelerado, mientras sentía que cada sombra se movía a su alrededor, como si estuviera siendo observada por ojos invisibles.

El cementerio apareció ante ella, cubierto por una niebla espesa que flotaba entre las lápidas antiguas. Su respiración era pesada, y sus pasos resonaban sobre la hierba húmeda. Rawenna se adentró en el lugar sagrado, con el alma cargada de temor y sus manos temblorosas aferrando un amuleto protector que había llevado consigo desde que era niña.

Y entonces lo vio.

El chico estaba de pie en el centro del cementerio, inmóvil, rodeado por una multitud de figuras espectrales. Los espíritus eran sombras distorsionadas, con rostros deformes, ojos vacíos y cuerpos translúcidos que emitían un brillo sobrenatural. Sus voces, que antes habían sido susurros suaves, ahora eran gritos desgarradores que hacían eco en el aire nocturno. Estaban reclamando lo que creían que les pertenecía: el corazón de Gideon.

—¡No! —gritó ella, avanzando con rapidez hacia él, pero una barrera invisible de energía oscura la detuvo antes de que pudiera alcanzarlo.

Los espíritus la observaron con sus ojos brillando con malevolencia.

—El pacto… —susurraron con voces que parecían salir del mismo suelo—. Es el momento.

Rawenna extendió su mano hacia Gideon mientras su magia palpitaba en sus venas. Sabía que tenía que hacer algo para protegerlo, mas cada vez que intentaba usar su poder, los espíritus lo bloqueaban, consumiendo su energía con una fuerza aterradora. El poder que se había acumulado durante generaciones ahora estaba en su apogeo.

—Por favor, ¡dejarlo ir! —suplicó con la voz quebrada por la desesperación—. No es necesario. Romperé el pacto de alguna manera, pero no le toméis a él.

Los espíritus rieron con un sonido retorcido y escalofriante que resonó en los cielos oscuros.

—El pacto es más antiguo que tu voluntad, bruja —dijo una de las sombras, con un rostro que parecía cambiar constantemente, como si todas las almas atrapadas en él buscaran una forma de escapar—. Tu familia lo selló con sangre, y ahora debe pagarse con amor. El corazón de este hombre será el tributo.

Gideon, pálido pero consciente, dio un paso hacia la chica, luchando contra la fuerza que lo mantenía en su lugar.

—Rawenna… —la llamó con dificultad—. No puedo… no puedo huir de esto. No te dejaré sola. Si es mi destino…

La muchacha negó con la cabeza mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. No podía permitir que él fuera el sacrificio. Pero entonces, mientras luchaba por mantener su control sobre la magia, los espíritus revelaron algo que la dejó sin aliento.

—El pacto no solo reclama a este hombre —le explicó el espectro líder al acercarse un poco más—. Está vinculado a ti, Rawenna. Tu vida está entrelazada con la suya. El sacrificio no es solo un corazón enamorado, sino dos. Solo con ambos se completará el círculo de la maldición. Vosotros dos están atados por un hilo mágico, una maldición que corre en tus venas y que se activa cuando alguien te ama de verdad.

La chica sintió un golpe en el pecho. Todo lo que había creído saber del pacto era solo una parte de la verdad. No solo había puesto en peligro a Gideon por amarlo, sino que su propio corazón también estaba condenado a ser el sacrificio. Ellos dos estaban atrapados en un destino sellado siglos atrás.

Los espíritus se acercaron aún más, con sus manos etéreas extendidas hacia ellos.

—El sacrificio debe cumplirse —declararon al unísono.

La joven, debilitada por la revelación, cayó de rodillas, sintiendo el peso del destino aplastarla. Pero mientras las sombras se cernían sobre ellos, algo dentro de ella se encendió. No podía aceptar ese final. No iba a permitir que el amor se convirtiera en su maldición definitiva.




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