El Pacto Oculto.

Capítulo 3: La Doctora Cruz.

Narrado por Margaret Smit

Siempre había imaginado cómo sería encontrarme con Helena Cruz. En mi mente, la escena siempre se desarrollaba con un aire de heroísmo: la científica renegada entregándome respuestas con palabras seguras, revelando secretos ocultos con la confianza de quien sabe que tiene el poder. Pero la mujer que estaba frente a mí era muy diferente.

Helena Cruz parecía un espectro. Su piel estaba marcada por años de estrés, y su delgadez era tan extrema que, por un momento, pensé que cualquier viento la haría tambalearse. Pero no eran sus manos temblorosas ni su ropa desgastada lo que me impactó. Era su mirada. Esos ojos no habían dejado de observarme desde el momento en que abrí la puerta. Era como si estuviera evaluando no solo quién era yo, sino también si podía confiar en mí.

—Entra —dijo al fin, con voz ronca.

El interior de su refugio era tan caótico como imaginaba. Había cables colgando del techo, pantallas holográficas encendidas en cada rincón, mapas llenos de marcas y líneas rojas cubriendo las paredes. El lugar parecía más un campo de batalla que un hogar.

—Él no puede quedarse aquí —dijo, señalando a Alfio sin siquiera mirarlo.

—Si él no entra, yo tampoco —respondí con firmeza.

Helena me miró con una ceja levantada, como si evaluara mi respuesta. Luego suspiró.

—Bien, pero no toques nada —le dijo a Alfio, antes de darse la vuelta y caminar hacia una mesa cubierta de papeles y restos de tecnología.

—¿Por qué estás aquí, Margaret? —preguntó mientras buscaba algo entre las pilas de documentos—. Hace años que desaparecí. No porque fuera fácil, sino porque era necesario. ¿Por qué me buscas ahora?

Tomé aire y traté de no mostrar mis nervios.

—Umbra —dije.

Esa única palabra la hizo detenerse en seco. Helena giró lentamente hacia mí, sus ojos clavándose en los míos como dagas.

—¿Qué sabes sobre Umbra? —preguntó, con un tono que mezclaba incredulidad y temor.

—Lo suficiente para entender que es peligroso —respondí—. Lo suficiente para saber que AtlasCorp está planeando algo grande.

Helena soltó una risa amarga.

—Grande —murmuró, como si probara la palabra en su lengua—. Lo llaman grande porque no tienen otra palabra para describirlo. Pero no tienes idea de lo que significa realmente.

—Entonces explícamelo.

La doctora me miró por un largo momento, como si estuviera considerando si valía la pena arriesgarse. Finalmente, señaló una silla frente a ella y me hizo un gesto para que me sentara. Alfio se quedó de pie detrás de mí, sus brazos cruzados y su mirada fija en Helena.

—Umbra comenzó como un proyecto noble —comenzó ella, su voz más suave ahora, casi melancólica—. La idea era simple: conectar a la humanidad. Crear una red mental que permitiera a las personas compartir pensamientos, emociones, recuerdos. Imagina un mundo sin mentiras, sin secretos, sin guerra.

—¿Y qué salió mal? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

—AtlasCorp salió mal —respondió Helena con una sonrisa amarga—. Tomaron mi idea y la convirtieron en algo… monstruoso. No querían conexión. Querían control.

Mi corazón latía con fuerza mientras la escuchaba. Sabía que AtlasCorp era despiadada, pero lo que ella estaba describiendo era más que eso. Era una empresa jugando a ser Dios.

—Umbra no es solo un proyecto —continuó Helena—. Es un sistema de dominio absoluto. Una vez que te conectan a la red, ya no eres tú mismo. Tus pensamientos, tus decisiones, incluso tus emociones… todo puede ser manipulado.

Sentí un escalofrío recorrer mi columna vertebral.

—¿Y qué tan avanzado está? —pregunté, temiendo la respuesta.

Helena bajó la mirada.

—Más de lo que crees. Umbra ya está en funcionamiento, Margaret. No a gran escala, no todavía. Pero las pruebas han comenzado.

Mi mente se llenó de imágenes de personas caminando como zombis, sus pensamientos robados, su voluntad anulada. No era solo una pesadilla. Era una realidad.

—¿Y tú? —pregunté, tratando de mantener la calma—. ¿Por qué dejaste el proyecto?

Helena rió, pero no había humor en su voz.

—Porque me di cuenta de lo que estaba ayudando a construir. No podía seguir siendo parte de eso. Así que hice lo único que podía hacer: desaparecí.

—Pero tienes información. Sabes cómo detenerlo, ¿verdad?

Helena me miró, y por un momento pensé que iba a negarlo. Pero en lugar de eso, asintió.

—Sí. Sé cómo destruir Umbra. Pero no será fácil.

—Nada de esto lo es —intervino Alfio por primera vez. Su voz era grave, casi un gruñido—. Así que dime, ¿qué necesitamos hacer?

Helena lo miró con desconfianza, pero luego me miró a mí y asintió.

—El corazón de Umbra está en el Núcleo Central de AtlasCorp —dijo—. Es un lugar al que nadie ha entrado y salido con vida. Pero si podemos llegar allí, podríamos desactivar la red antes de que alcance su capacidad total.

—¿Y cómo hacemos eso? —pregunté.

Helena suspiró.

—Eso es lo que aún tengo que averiguar.

Esa noche, mientras Helena dormía, Alfio y yo hablamos en voz baja.

—¿Confías en ella? —me preguntó, su rostro serio.

—No tengo otra opción —respondí.

Alfio asintió, pero no parecía convencido.

—Esto es más grande de lo que imaginaba, Margaret. Si vamos a seguir adelante, necesitamos algo más que una científica cansada y un par de hackers. Necesitamos aliados. Y pronto.

—¿Tienes a alguien en mente?

—Conozco a algunas personas —respondió—. Pero no te va a gustar.

—Haz lo que tengas que hacer —dije, sabiendo que cada segundo que pasaba nos acercaba más al desastre.

Mientras Alfio hacía sus llamadas, yo me senté frente a las pantallas de Helena, observando los datos que había comenzado a transferir. Las piezas del rompecabezas estaban ahí, pero aún faltaba algo. Algo que no podía ver todavía.

Y entonces apareció una palabra en la pantalla que me dejó sin aliento:




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