El Pacto Oculto.

Capítulo 4: Umbra Omega.

Narrado por Margaret Smit

La pantalla frente a mí parpadeaba, proyectando la palabra “Umbra Omega” con una luz azulada que parecía quemarse en mi retina. No podía apartar la vista. En mi mente, esa combinación de palabras giraba como un torbellino, sugiriendo una amenaza mucho mayor de lo que hasta ahora había imaginado.

—Umbra Omega… —murmuré para mí misma, incapaz de comprender del todo lo que significaba.

—¿Qué encontraste? —La voz de Alfio me sobresaltó. Estaba detrás de mí, observándome con una mezcla de curiosidad y preocupación.

—No lo sé —respondí, mi voz más agitada de lo que esperaba—. Es un subproyecto dentro de Umbra. No había visto este nombre en los archivos anteriores. ¿Helena te mencionó algo sobre esto?

Él negó con la cabeza y se acercó para mirar la pantalla. Su expresión, siempre controlada, parecía tensarse al leer esas palabras.

—Si existe algo llamado “Omega”, puedes apostar que es el siguiente nivel de Umbra —dijo con gravedad—. AtlasCorp no haría algo así sin una razón.

Tenía razón. Omega. El final. Si Umbra era una herramienta de control, esto debía ser su culminación, algo más definitivo, algo más letal.

—Necesitamos hablar con Helena —dije, levantándome rápidamente.

La encontramos en su pequeño laboratorio, sentada frente a una de sus pantallas holográficas, garabateando algo en un cuaderno físico, un anacronismo en un mundo digital. Apenas levantó la vista cuando entramos.

—Helena, ¿qué es Umbra Omega? —pregunté sin rodeos.

Su reacción fue instantánea. La pluma en su mano cayó al suelo, y su rostro, ya pálido, pareció perder aún más color. Por un momento, pensé que iba a negarlo, que iba a decir que no sabía de qué hablaba. Pero luego soltó un suspiro profundo y se pasó una mano temblorosa por el cabello.

—Así que lo encontraste —murmuró.

—¿Encontré qué? —insistí, mi paciencia empezando a agotarse.

Helena cerró los ojos por un momento, como si buscara fuerzas para responder.

—Umbra Omega no es solo un proyecto. Es un protocolo de contingencia. La versión final de Umbra. Si AtlasCorp activa Omega, no solo estarán controlando mentes. Podrán… reiniciar personas.

Mi corazón dio un vuelco.

—¿Reiniciar? —pregunté, con un nudo en la garganta.

—Borrar recuerdos. Implantar nuevas personalidades. Crear soldados, políticos, cualquier cosa que necesiten. Umbra es manipulación. Omega es… aniquilación.

El silencio cayó sobre la habitación como una losa. Incluso Alfio, que siempre parecía tener algo que decir, permaneció callado.

—¿Por qué no mencionaste esto antes? —pregunté finalmente, tratando de contener mi enojo.

Helena me miró con los ojos llenos de culpa.

—Porque no quería asustarte más de lo necesario. Ya es suficientemente difícil enfrentar a Umbra. Omega… Omega es algo que nunca debió existir.

—Pero existe —dijo Alfio con dureza—. Y si AtlasCorp lo activa, estamos perdidos.

Helena asintió lentamente.

—Por eso desaparecí. No solo porque sabía lo que estaban haciendo, sino porque me aseguré de robar parte del código de Omega antes de irme.

Sus palabras me dejaron helada.

—¿Tienes el código de Omega? —pregunté, apenas capaz de procesar lo que acababa de decir.

—Fragmentos —respondió—. Lo suficiente para entender cómo funciona, pero no para detenerlo. Para eso necesitaríamos acceso al Núcleo Central.

El Núcleo Central otra vez. La fortaleza de AtlasCorp, el lugar donde se guardaban todos sus secretos. No era solo una misión suicida, era una sentencia de muerte.

—¿Y qué pasa si no llegamos a tiempo? —preguntó Alfio, su tono frío.

Helena bajó la mirada.

—Si no llegamos a tiempo, Omega será activado globalmente. No habrá resistencia. No habrá lucha. La humanidad dejará de ser libre.

Las palabras de Helena flotaron en el aire, pesadas e imposibles de ignorar. Por un momento, sentí que todo el peso del mundo estaba sobre mis hombros.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —pregunté finalmente.

Helena negó con la cabeza.

—No lo sé. Podrían activarlo mañana o en un año. Pero si yo fuera AtlasCorp, no esperaría demasiado.

Me giré hacia Alfio, buscando en su rostro alguna señal de duda, de miedo. Pero él estaba tan decidido como siempre.

—¿Cuáles son nuestros próximos pasos? —le pregunté.

—Primero, necesitamos aliados —respondió sin dudar—. Y después, necesitamos un plan para infiltrarnos en el Núcleo Central.

Allí estaba la palabra que había estado evitando. Infiltrarnos. Estaba claro que no había otra opción, pero la idea de entrar en el corazón de AtlasCorp me aterrorizaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.

Helena asintió lentamente.

—Conozco a alguien que podría ayudarnos —dijo, su voz apenas un susurro—. Un ex miembro del consejo de AtlasCorp. Alguien que se fue antes de que Omega fuera diseñado.

—¿Cómo se llama? —preguntó Alfio.

Helena vaciló un momento antes de responder.

—Lucian Kane.

El nombre resonó en mi mente. Lucian Kane, el genio financiero que había ayudado a construir el imperio de AtlasCorp. Si alguien conocía sus debilidades, era él.

—¿Dónde está? —pregunté.

Helena me miró con una mezcla de tristeza y resignación.

—Eso es lo complicado. Lucian Kane está en el Sector Siete.

—¿El Sector Siete? —Alfio bufó—. Ese lugar es un cementerio. Nadie entra ni sale de ahí sin morir.

—Entonces tendremos que encontrar la forma —dije, tratando de sonar más valiente de lo que me sentía.

Porque, en el fondo, sabía que no había otra opción. Si queríamos detener a AtlasCorp, si queríamos evitar que Umbra Omega destruyera todo lo que conocíamos, teníamos que arriesgarlo todo.

Esa noche, mientras la lluvia seguía golpeando las ventanas, me di cuenta de algo.

No había vuelta atrás. Habíamos cruzado un umbral, y el mundo que conocíamos ya no existía. Ahora solo quedaba luchar, aunque las probabilidades estuvieran en nuestra contra. Porque si AtlasCorp ganaba, no solo perderíamos nuestras vidas. Perderíamos nuestras almas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.