Narrado por Alfio Lee
Nunca me ha gustado confiar en otros. La gente tiende a decepcionarte, a poner sus intereses por encima de los tuyos en el momento menos esperado. Pero mientras observaba a Margaret discutir con Helena sobre los fragmentos de código de Umbra Omega, supe que esta vez no tendríamos elección.
Había pasado años desconfiando de los sistemas, desmantelándolos desde dentro, pero esto era diferente. Esto no era solo un juego de hackers o un golpe calculado contra una corporación corrupta. Esto era más grande, más peligroso, y si queríamos sobrevivir, necesitaríamos a alguien que pudiera ayudarnos a mover las piezas del tablero.
Necesitábamos al consejo.
El consejo de AtlasCorp era un mito para muchos, pero yo sabía que existía. Había leído sobre ellos en documentos clasificados cuando trabajé para ellos como ingeniero de seguridad. Ocho individuos, cada uno a cargo de un aspecto crítico de la empresa: tecnología, finanzas, relaciones públicas, operaciones encubiertas, investigación biotecnológica, desarrollo militar, inteligencia artificial y recursos humanos. Ocho mentes brillantes, despiadadas, y cada una con su propio interés.
Lucian Kane había sido uno de ellos. Si estaba en el Sector Siete, tal vez lo habrían dejado allí como un castigo o porque sabían que no podría salir con vida. Pero lo más preocupante era lo que significaba para el resto del consejo.
Sabían lo que estaban haciendo. Y no tendrían reparos en aplastarnos.
—Helena, ¿qué puedes decirnos sobre los miembros actuales del consejo? —pregunté, rompiendo la discusión.
La doctora levantó la vista de sus notas.
—Puedo darte sus nombres, pero no estoy segura de cuánto te servirá eso. Cada uno tiene su propio feudo dentro de AtlasCorp. Algunos se odian, otros trabajan juntos… todo depende de quién tenga el poder en el momento.
—Entonces necesitamos entender sus motivaciones —respondí—. Si vamos a enfrentarnos a ellos, tenemos que saber cómo piensan.
Helena asintió, aunque parecía agotada. Caminó hacia una de sus pantallas holográficas y comenzó a proyectar imágenes y datos.
—Aquí están los nombres de los ocho actuales —dijo, señalando la pantalla—.
1. Evelyn Marek, directora de inteligencia artificial. Es la mente detrás de los algoritmos que hacen que Umbra sea posible. Su lealtad está totalmente con el proyecto. No le importa el daño que cause mientras su tecnología funcione.
2. Adrian Holt, jefe de operaciones encubiertas. Si algo sucio necesita hacerse, él es el encargado. Tiene un ejército de mercenarios bajo su control, y no le temblará la mano si nos ve como una amenaza.
3. Sienna Voss, directora de relaciones públicas. Es la cara de AtlasCorp ante el mundo. Todo lo que sabes sobre la empresa, todo lo que crees que es, viene de ella. Y es experta en manipular la opinión pública.
4. Viktor Petrov, jefe de desarrollo militar. Es un exgeneral que encontró en AtlasCorp la oportunidad de diseñar armas que ningún gobierno le permitiría crear. Es brutal y eficiente.
5. Naomi Tanaka, directora de biotecnología. Es la responsable de los implantes que conectan a las personas con Umbra. Sus experimentos son éticamente cuestionables, pero muy efectivos.
6. Marcus Gale, director financiero. Es quien mantiene el dinero fluyendo. Si alguien sabe cómo detener los recursos de AtlasCorp, es él. Pero convencerlo de traicionar a la empresa sería casi imposible.
7. Cassandra Wyatt, directora de recursos humanos. Es mucho más que eso. Su trabajo consiste en identificar amenazas internas y eliminarlas antes de que se conviertan en problemas.
8. Elias Drake, jefe de investigación y desarrollo. Nadie entiende los detalles técnicos de Umbra como él. Es un genio, pero su lealtad está comprada con recursos ilimitados para sus experimentos.
Mientras Helena hablaba, traté de memorizar los nombres y las caras que aparecían en la pantalla. Cada uno de ellos representaba un obstáculo, una posible muerte en nuestra lucha.
—¿Crees que alguno de ellos podría estar dispuesto a ayudarnos? —preguntó Margaret, su voz cargada de esperanza.
Negué con la cabeza antes de que Helena pudiera responder.
—Ninguno de ellos nos ayudará por altruismo —dije con firmeza—. Pero podrían estar dispuestos a traicionar a AtlasCorp si eso sirve a sus intereses.
—Entonces necesitamos averiguar qué quieren —intervino Margaret.
—Exacto —dije—. Pero también necesitamos mantenernos alejados de ellos tanto como podamos. Estos no son tus típicos ejecutivos. Son asesinos con trajes caros.
El silencio cayó sobre nosotros mientras todos asimilábamos lo que esto significaba. Era un juego peligroso, y sabíamos que cualquier error podía costarnos la vida.
—Primero el Sector Siete —dije finalmente, rompiendo el silencio—. Encontraremos a Lucian Kane y veremos qué sabe. Después decidiremos cómo manejar al consejo.
Helena asintió, aunque parecía preocupada.
—No puedo prometer que saldrán con vida de esa zona —advirtió.
—Nunca espero promesas —respondí, con una media sonrisa que no llegaba a mis ojos—. Pero si hay algo que sé hacer, es sobrevivir.
Esa noche, mientras Margaret y Helena trabajaban en un plan más detallado, me senté solo en un rincón del laboratorio. Observaba la pantalla con las caras del consejo, grabándolas en mi memoria.
Por mucho que odiara admitirlo, una parte de mí admiraba a esas personas. Eran monstruos, sí, pero también eran brillantes. Y si quería derrotarlos, tendría que pensar como ellos.
Esto no era solo una lucha contra una corporación. Era una partida de ajedrez. Y la única forma de ganar era jugar mejor que ellos.