El Pacto Oculto.

Capítulo 6: Ecos del Sector Siete.

Narrado por Margaret Smit

El Sector Siete era un nombre que cargaba un peso casi palpable. Una advertencia susurrada en los rincones oscuros de la red, un territorio al que nadie se aventuraba sin estar dispuesto a perderlo todo. Mientras nos acercábamos a la frontera de esta zona olvidada, sentí una mezcla de ansiedad y determinación que hacía eco en cada latido de mi corazón.

Desde la ventana del vehículo, observé el paisaje volverse más inhóspito con cada kilómetro que recorríamos. Las luces brillantes y limpias de las torres corporativas quedaron atrás, reemplazadas por edificios desmoronados, calles cubiertas de escombros y un aire que parecía tan pesado como el silencio que nos envolvía.

Alfio conducía, con el rostro serio y los ojos enfocados en el camino. A su lado, Helena revisaba un mapa holográfico, murmurando instrucciones que apenas se oían por encima del sonido del motor. Yo estaba en el asiento trasero, apretando los puños sobre mis rodillas, tratando de ignorar la sensación de que nos dirigíamos directamente hacia una trampa.

—¿Cuánto falta? —pregunté, rompiendo el silencio.

Helena levantó la vista, sus ojos oscuros cansados pero alertas.

—Estamos cerca. La última ubicación conocida de Lucian Kane está a unos dos kilómetros de aquí. Pero Margaret… este lugar no es como nada que hayas visto antes.

—Ya lo estoy notando —respondí, mirando por la ventana las sombras que se movían entre los escombros.

El Sector Siete no estaba completamente abandonado. Había personas, o lo que quedaba de ellas, merodeando en los bordes de la ciudad. Algunos eran antiguos empleados de AtlasCorp que habían sido descartados como desechos. Otros eran buscadores de chatarra, tratando de ganar algo en medio del caos. Y luego estaban los otros, aquellos que ni siquiera tenían un nombre, figuras deformes que evitaban la luz y te observaban con ojos vacíos.

—Margaret, ¿estás bien? —La voz de Alfio me sacó de mis pensamientos.

—Sí, solo intentando procesar todo esto.

—No lo proceses demasiado —dijo él, sin apartar la vista del camino—. Solo concéntrate en sobrevivir.

Había algo en su tono que me irritaba, pero no era el momento de discutir. Sabía que Alfio estaba acostumbrado a situaciones extremas, mientras que yo aún me tambaleaba ante la magnitud de lo que enfrentábamos.

Finalmente, Helena nos indicó detenernos frente a un edificio medio derrumbado. El letrero oxidado sobre la entrada apenas era legible, pero alcanzaba a decir “Centro de Investigación y Desarrollo AtlasCorp – Sede Experimental”.

—Aquí es —dijo Helena, apagando el mapa holográfico.

—¿Estás segura de que Kane sigue aquí? —pregunté, observando el edificio con desconfianza.

—Tanto como se puede estar segura de algo en el Sector Siete —respondió, encogiéndose de hombros.

Salimos del vehículo con cautela, nuestras botas resonando contra los restos de metal y concreto. Alfio llevaba su arma lista, y yo sujetaba una linterna que parecía inútil contra la oscuridad que nos rodeaba.

El interior del edificio era aún peor. Los pasillos estaban cubiertos de cables caídos, y las paredes tenían marcas que parecían hechas por garras. Pero lo más inquietante era el silencio, roto solo por el eco de nuestros pasos.

—Esto no me gusta nada —murmuré, sintiendo cómo mi piel se erizaba.

—No tiene que gustarte, solo tiene que funcionar —respondió Alfio, avanzando delante de nosotros.

Finalmente, llegamos a una sala amplia con una mesa en el centro. Había monitores rotos por todas partes, y en uno de los rincones, una figura estaba sentada, inmóvil.

—Lucian Kane —dijo Helena, con un tono de alivio y miedo al mismo tiempo.

El hombre levantó la cabeza lentamente. Su rostro era más viejo de lo que esperaba, con arrugas profundas y ojos hundidos que parecían haber visto demasiado. Pero cuando habló, su voz era firme.

—No sé quiénes son, pero si han llegado hasta aquí, deben ser estúpidos o desesperados.

—Probablemente ambas cosas —respondió Alfio, bajando el arma pero sin soltarla.

—Venimos porque necesitamos tu ayuda —dije, tratando de sonar más segura de lo que me sentía.

Lucian soltó una carcajada amarga.

—Ayuda eso es algo que nadie ha pedido en este lugar en años.

Le expliqué brevemente sobre Umbra Omega, sobre nuestra lucha contra AtlasCorp y cómo necesitábamos su conocimiento para detenerlos. A medida que hablaba, su expresión pasó de la burla al interés, y luego a algo que parecía una mezcla de arrepentimiento y decisión.

—Umbra Omega… Sabía que estaban trabajando en algo grande, pero no pensé que llegarían tan lejos —murmuró. Luego nos miró con una intensidad que me hizo retroceder un paso—. Si quieren mi ayuda, habrá un precio.

—¿Qué precio? —pregunté, sintiendo que no me gustaría la respuesta.

Lucian se levantó lentamente, señalando hacia las sombras que se movían fuera de las ventanas.

—Primero, tendrán que sacarme de este infierno. Y luego, necesitarán hacer algo que probablemente odien: confiar en mí.

La palabra “confiar” quedó suspendida en el aire como un desafío. Porque sabía que para Alfio y para mí, confiar en alguien como Lucian Kane sería una apuesta peligrosa. Pero mientras veía los restos de lo que AtlasCorp había dejado atrás en el Sector Siete, entendí que ya no teníamos elección.




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