Narrado por Margaret Smit
El laboratorio estaba en silencio, salvo por el zumbido constante de las máquinas. Era un silencio incómodo, cargado de pensamientos no expresados y emociones reprimidas. Alfio y Lucian estaban enfrascados en una discusión sobre los puntos de entrada a la Cámara, mientras Helena seguía sumergida en sus cálculos. Y yo, atrapada entre el ruido y el vacío, no podía dejar de sentir que algo más grande se cernía sobre nosotros.
Me levanté de la silla y caminé hacia una de las ventanas del refugio. Desde allí, podía ver las luces de la ciudad en la distancia, una red de destellos que ocultaba el caos y el control que AtlasCorp ejercía sobre todo. Era casi irónico cómo esa vista podía parecer hermosa desde lejos, cuando de cerca no era más que una fachada de brutalidad.
—¿Qué tienes en mente, Margaret? —La voz de Helena me sacó de mis pensamientos.
Me volví hacia ella. Estaba apoyada contra una de las mesas, sus ojos oscuros evaluándome con esa mezcla de curiosidad y paciencia que siempre parecía tener.
—Es Lucian —respondí, sin molestarse en suavizar mis palabras—. No confío en él.
Helena sonrió, pero no era una sonrisa cálida.
—Eso te pone en la misma posición que el resto de nosotros. Pero necesitamos lo que sabe.
—¿Y si nos traiciona? ¿Si nos lleva directamente a una trampa? —pregunté, cruzándome de brazos.
Helena suspiró y se pasó una mano por el cabello.
—Margaret, nadie aquí está ciego a los riesgos. Pero si tienes una mejor opción, estoy escuchando.
No respondí. Sabía que no había otra opción, pero eso no hacía que confiar en Lucian fuera más fácil.
—Mira, entiendo cómo te sientes —continuó Helena—. Pero si te quedas atrapada en el miedo, no podrás ver las oportunidades.
Sus palabras resonaron más de lo que quería admitir, pero antes de que pudiera responder, Alfio levantó la voz desde el otro lado de la sala.
—Tenemos un plan.
Me acerqué a la mesa donde estaban los planos holográficos. Alfio señaló un punto específico en la Cámara, un acceso secundario que parecía menos custodiado.
—Si logramos entrar por aquí, podremos alcanzar el núcleo del sistema antes de que activen Umbra Omega por completo.
—¿Y qué pasa si ese acceso está comprometido? —pregunté.
—Entonces improvisamos —respondió Alfio con una seguridad que no compartía.
Lucian observaba en silencio, con los brazos cruzados. Su presencia seguía siendo una sombra pesada en la sala. Finalmente, habló.
—Esto no será tan simple como creen. Incluso si logran entrar, la Cámara está protegida por un sistema de defensa autónomo. Y no, no es algo que puedan hackear fácilmente.
—¿Qué sugieres entonces? —preguntó Alfio, su voz cargada de irritación.
Lucian sonrió, pero no era una sonrisa amigable.
—Sugiero que estén preparados para perder. AtlasCorp siempre juega con ventaja.
El comentario hizo que mi sangre hirviera.
—¿Entonces por qué estás aquí? ¿Para recordarnos que vamos a fracasar?
Lucian me miró directamente, sus ojos como dos pozos oscuros.
—Estoy aquí porque ustedes son lo suficientemente desesperados como para intentar lo imposible. Y porque, por muy loco que parezca, creo que tienen una oportunidad.
Había algo en su tono, una pizca de sinceridad enterrada bajo el sarcasmo, que me hizo dudar. Pero antes de que pudiera pensar en una respuesta, Alfio cerró la conversación.
—Bien, entonces estamos listos. Nos movemos al amanecer.
Después de que todos se dispersaron para prepararse, me quedé en el laboratorio, observando los planos holográficos. La Cámara era más que un simple lugar; era un símbolo de todo lo que estaba mal con AtlasCorp. Era su arrogancia, su hambre de poder, su desprecio por las vidas humanas. Y ahora, era nuestro objetivo.
Sentí que alguien se acercaba y, al voltear, vi a Alfio. Su expresión estaba más relajada que de costumbre, pero aún había una sombra de preocupación en sus ojos.
—¿Estás bien? —me preguntó.
—No lo sé —admití, sin tratar de fingir fuerza.
Él asintió lentamente, como si entendiera.
—Es normal. Pero necesitamos tu cabeza en esto, Margaret. No podemos permitirnos errores.
—Lo sé —dije, aunque la idea me pesaba más de lo que quería admitir.
Él me miró por un momento más, como si estuviera buscando algo en mi expresión, y luego simplemente asintió antes de irse.
Cuando me quedé sola, miré nuevamente hacia la ciudad. El amanecer llegaría pronto, y con él, nuestra oportunidad de cambiar el rumbo. Pero mientras la oscuridad seguía envolviéndonos, no podía evitar sentir que el costo de lo que estábamos a punto de hacer sería más alto de lo que cualquiera de nosotros podía prever.