Narrado por Margaret Smit
La noche antes de la misión fue interminable. Cada minuto se estiraba como una sombra alargada, cubriendo todo con dudas y ansiedad. Me senté sola en el laboratorio, rodeada de monitores y mapas holográficos que delineaban nuestro plan. A pesar de los detalles que habíamos calculado y de las múltiples simulaciones realizadas, no podía sacudirme la sensación de que algo estaba destinado a salir mal.
El refugio estaba en un inquietante silencio. Lucian se había retirado temprano, diciendo que necesitaba “descansar” antes del asalto. Alfio estaba revisando su equipo, su expresión más seria de lo normal. Helena, como siempre, estaba absorta en sus cálculos, asegurándose de que cada variable estuviera en su lugar.
Yo, en cambio, no podía concentrarme en nada. Había demasiado en juego. Si fallábamos, AtlasCorp activaría Umbra Omega, un sistema tan avanzado que podría rehacer el mundo a su imagen y semejanza, eliminando cualquier rastro de libertad o humanidad. Y si lográbamos detenerlos… Bueno, todavía no estaba segura de qué significaría eso para nosotros.
Me levanté y caminé hacia una de las ventanas pequeñas del refugio. Desde allí podía ver las luces de la ciudad en la distancia, un recordatorio constante del control que AtlasCorp tenía sobre nuestras vidas. Las calles parecían tan tranquilas desde aquí, pero sabía que cada rincón estaba vigilado, cada movimiento monitoreado. La paz era una ilusión cuidadosamente fabricada.
—¿No puedes dormir?
La voz de Alfio me sobresaltó. Me volví para verlo apoyado contra la puerta, con los brazos cruzados y esa mirada que siempre parecía ver más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—No exactamente —respondí, volviendo mi mirada a la ventana—. ¿Y tú?
—Nunca lo hago antes de una misión —dijo, entrando en la habitación y acercándose a mí—. Supongo que ya estoy acostumbrado.
—Eso no suena muy alentador.
Alfio esbozó una sonrisa fugaz.
—No estoy aquí para ser alentador. Estoy aquí para asegurarme de que sobrevivamos.
El peso de sus palabras cayó entre nosotros como una pared invisible. Había algo en Alfio que siempre parecía tan inquebrantable, como si nada pudiera conmoverlo. Pero en momentos como este, cuando la tensión era palpable, podía ver grietas en su fachada.
—¿Crees que tenemos una oportunidad? —pregunté, sin mirarlo.
—Creo que no podemos permitirnos fallar.
Su respuesta no era exactamente lo que quería escuchar, pero tampoco era una sorpresa.
—Margaret, he visto muchas cosas en mi vida, pero nunca he visto a alguien enfrentarse a AtlasCorp y ganar sin perder algo en el proceso.
Sus palabras me hicieron girar para mirarlo.
—¿Y qué estamos dispuestos a perder?
Él sostuvo mi mirada durante un largo momento antes de responder.
—Eso depende de cada uno de nosotros.
Antes de que pudiera responder, Helena apareció en la puerta.
—Es hora de revisar el plan por última vez.
Asentí y seguí a Alfio hacia la sala principal, donde Lucian ya estaba esperando. Había algo inquietante en su actitud relajada, como si no tuviera nada que perder en todo esto.
—Bien, todos aquí —dijo Alfio, activando el mapa holográfico de la Cámara. Señaló el acceso secundario que habíamos identificado anteriormente—. Entraremos por aquí, pero necesitamos neutralizar las defensas externas primero. Helena, ¿puedes hacerlo?
Helena asintió, sus ojos fijos en el mapa.
—Si logramos acercarnos lo suficiente, puedo desactivar los sistemas de seguridad de forma remota. Pero solo tendré una ventana de unos cinco minutos antes de que se reinicien.
—Eso será suficiente —dijo Alfio con confianza, aunque no estaba seguro de si realmente lo creía.
Lucian interrumpió, su tono sarcástico tan afilado como siempre.
—¿Y qué pasa si no lo logran?
—Entonces improvisamos —respondí antes de que Alfio pudiera hablar.
Lucian soltó una risa corta y amarga.
—Improvisar contra AtlasCorp. Suena como un plan brillante.
Ignoré su comentario y me concentré en el mapa. Cada paso que dábamos estaba cargado de peligro, pero no había vuelta atrás.
Cuando finalmente llegó el amanecer, estábamos listos. El camino hacia la Cámara fue una mezcla de tensión y adrenalina. Cada esquina que girábamos, cada sombra que cruzábamos, parecía estar llena de amenazas invisibles.
Alfio lideraba el camino, moviéndose con una precisión que me recordaba por qué confiaba en él. Helena estaba detrás de mí, cargando su equipo con un enfoque inquebrantable. Lucian cerraba la marcha, su mirada alerta a pesar de su actitud desinteresada.
Cuando llegamos al perímetro de la Cámara, todo parecía tranquilo. Demasiado tranquilo.
—Esto no me gusta —murmuró Alfio, escaneando el área con su visor.
—Tranquilo, cowboy. Déjame trabajar —dijo Helena mientras conectaba su equipo a un panel oculto en la pared.
Los minutos que siguieron fueron eternos. Helena trabajaba con una rapidez que casi parecía irreal, pero podía ver el sudor en su frente.
—Casi llisto —murmuró, sus dedos volando sobre el teclado.
De repente, un zumbido bajo llenó el aire, seguido por un clic.
—¡Listo! —dijo Helena, levantando la vista con una sonrisa de triunfo.
Pero antes de que pudiéramos avanzar, una alarma se activó, llenando el aire con un sonido estridente.
—¿Qué demonios? —gritó Alfio, levantando su arma.
Lucian maldijo por lo bajo mientras miraba alrededor con rapidez.
—Parece que improvisar llegó más pronto de lo esperado.
Antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, el suelo tembló bajo nuestros pies. Desde las sombras, emergieron drones y soldados equipados con tecnología que nunca había visto antes.
—¡Cubran a Helena! —gritó Alfio mientras abría fuego.
Todo se convirtió en caos. Las balas y los láseres cruzaban el aire, iluminando la oscuridad con destellos mortales. Me cubrí detrás de una estructura mientras disparaba a los drones que se acercaban. Helena seguía trabajando, ignorando el peligro a su alrededor.