Narrado por Margaret Smit
La puerta se cerró con un eco pesado que retumbó en el pasillo de metal. Estábamos adentro. La Cámara, el núcleo de todo lo que AtlasCorp representaba, se extendía frente a nosotros en un laberinto de tecnología alienante. Las paredes eran de un acero brillante, interrumpidas por líneas luminosas que pulsaban con un ritmo constante, como un corazón mecánico. El aire era frío y estéril, cargado de una energía que parecía vibrar bajo la piel.
—Esto es más grande de lo que esperaba —murmuró Helena, sus ojos recorriendo las paredes con cautela.
Alfio avanzaba al frente, su rifle preparado, sus movimientos calculados como siempre. Lucian cerraba la marcha, su expresión indescifrable, pero sus ojos vigilantes. Yo estaba en medio, tratando de concentrarme en el objetivo mientras mi mente luchaba por mantener a raya la oleada de emociones que me asfixiaba.
—Helena, ¿puedes identificar el núcleo desde aquí? —pregunté, rompiendo el silencio.
Ella asintió, ya conectando su dispositivo portátil a uno de los paneles de la pared. La pantalla se iluminó con datos que solo ella parecía entender.
—Está más adentro, en el nivel inferior. Necesitaremos cruzar al menos dos puntos de seguridad para llegar allí.
Alfio maldijo por lo bajo.
—¿Cuánto tiempo tenemos antes de que se den cuenta de que estamos aquí?
Helena tecleó rápidamente, sus ojos enfocados.
—Menos de diez minutos, si tenemos suerte.
No teníamos suerte.
Un zumbido bajo llenó el aire, seguido por un destello rojo que iluminó los pasillos. Las alarmas se activaron, un rugido ensordecedor que hacía temblar las paredes.
—Lo sabía —dijo Alfio, girando hacia nosotros—. ¡Vamos, rápido!
Corrimos. Los pasos de nuestro equipo resonaban contra las paredes, un ruido que parecía multiplicarse en la vastedad del espacio. Detrás de nosotros, el eco de la alarma se mezclaba con el zumbido de los drones que se activaban. Podía sentir la adrenalina bombeando en mis venas, el miedo y la determinación luchando por el control.
Llegamos al primer punto de seguridad, un cruce con un panel que bloqueaba nuestro acceso. Helena se lanzó al trabajo mientras Alfio y yo nos posicionábamos para cubrirla.
—Esto me llevará un minuto —dijo, sus dedos volando sobre el teclado.
—No tenemos un minuto —respondió Alfio, apuntando hacia el pasillo que habíamos dejado atrás.
Los drones llegaron primero, seguidos por un grupo de soldados con armaduras negras. Abrimos fuego. Las balas y los láseres iluminaron la oscuridad mientras el sonido de los disparos llenaba el aire. Mi cuerpo actuaba por instinto, apuntando y disparando, mientras mi mente intentaba bloquear el caos que nos rodeaba.
—¡Ya casi! —gritó Helena, su voz apenas audible sobre el ruido.
Un soldado se acercó demasiado, y antes de que pudiera reaccionar, Lucian apareció, su cuchillo destellando en un arco mortal. Lo derribó con una eficiencia que me sorprendió, pero no tenía tiempo para analizarlo.
Finalmente, el panel se abrió con un chasquido.
—¡Vamos! —gritó Helena, y corrimos hacia el siguiente pasillo.
Cuando llegamos al segundo punto de seguridad, el panorama era aún más desalentador. Esta vez, no había un panel para desactivar. En su lugar, una barrera de energía bloqueaba nuestro camino, y el sonido de los drones y los soldados se acercaba rápidamente.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunté, mirando a Helena.
—Necesito acceder al panel principal de la sala de control —respondió, mirando alrededor frenéticamente—. Pero está en el otro extremo del pasillo.
Alfio asintió, su mandíbula apretada.
—Margaret, tú y Lucian vayan con Helena. Yo los cubriré.
—¡No! —grité automáticamente. No iba a dejarlo atrás.
Él me miró, su expresión firme.
—No hay tiempo para discutir. Ve.
Sabía que tenía razón, pero cada fibra de mi ser se rebelaba contra la idea de dejarlo. Finalmente, asentí, y corrimos hacia el panel principal mientras Alfio mantenía su posición, disparando contra las oleadas de drones y soldados que nos seguían.
Llegamos al panel, y Helena comenzó a trabajar. Esta vez, Lucian y yo cubrimos su espalda.
—Esto es una locura —murmuré, disparando a un dron que se acercaba demasiado.
—Bienvenida al club —respondió Lucian, su tono más serio de lo habitual.
Los segundos se alargaron mientras Helena trabajaba. Podía sentir el sudor en mi frente, el calor de la batalla mezclado con el frío metálico del entorno. Finalmente, Helena gritó:
—¡Listo!
La barrera de energía desapareció, y Alfio corrió hacia nosotros, cubierto de polvo y sudor, pero ileso.
—Bien hecho —dijo, su voz ronca, mientras nos reuníamos para el siguiente tramo.
Finalmente llegamos al núcleo. La sala era gigantesca, una catedral de tecnología. En el centro, una estructura masiva pulsaba con luz, el corazón de Umbra Omega. Podía sentir el poder que emanaba de ella, un poder que AtlasCorp había diseñado para controlar y destruir.
—Ahí está —dijo Helena, acercándose a la consola principal—. Dame unos minutos para desactivarlo.
Mientras trabajaba, Alfio y Lucian se posicionaron para cubrirla. Yo me acerqué al núcleo, incapaz de apartar la mirada. Era hipnótico y aterrador al mismo tiempo, un recordatorio de hasta dónde podía llegar la ambición humana.
De repente, la sala se llenó de un ruido ensordecedor. Giré justo a tiempo para ver cómo un grupo de soldados entraba, liderados por una figura que reconocí al instante: el director de seguridad de AtlasCorp, Nathaniel Kerr.
—Así que finalmente llegaron hasta aquí —dijo, su voz resonando en la sala—. Pero esto es el final.
Nos apuntó con su arma, y por un momento, todo pareció detenerse. Podía escuchar mi propio corazón latiendo con fuerza, el peso de la decisión colgando sobre nosotros como una guillotina.
Fue Alfio quien rompió el silencio.