El Pacto Oculto.

Capítulo 11: Ecos de una Decisión.

Narrado por Margaret Smit

El silencio era ensordecedor.

Cuando finalmente nos detuvimos, después de escapar de la división Umbra, la realidad se estrelló contra mí como una ola. Helena estaba a mi lado, inclinada contra la pared de un corredor secundario que habíamos encontrado en nuestra huida. Su respiración era irregular, pero sus manos aún sostenían el dispositivo con el que había desactivado Umbra Omega.

—¿Lo logramos? —preguntó, con un hilo de voz.

Asentí, incapaz de decir nada. Mi garganta estaba seca, y mis pensamientos giraban en torno a una sola imagen: Alfio y Lucian quedándose atrás.

El aire en el pasillo era pesado, como si las paredes mismas estuvieran juzgándome. Las luces de emergencia parpadeaban, lanzando sombras inquietantes que parecían acercarse cada vez más. Por un momento, me quedé allí, incapaz de moverme, mi mente atrapada en una maraña de “qué pasaría si”.

—Margaret —dijo Helena, su voz temblando—. Tenemos que movernos.

Supe que tenía razón, pero mis piernas se sentían como de plomo. Alfio me había dicho que lo dejara atrás. Que me llevara a Helena y completara la misión. Había obedecido, pero ahora cada paso que daba se sentía como una traición.

—Vamos —dije finalmente, con la voz más firme de lo que esperaba.

La saqué de allí.

El camino hacia el punto de extracción fue un tormento. Cada pasillo parecía igual, una repetición interminable de luces parpadeantes y ecos distantes. A pesar de las palabras de Helena, podía sentir su miedo, su incertidumbre. Pero no podía permitirme consolarla; apenas podía mantenerme a flote yo misma.

Cuando finalmente vimos la señal que marcaba el lugar de extracción, un alivio momentáneo me inundó, pero fue rápidamente reemplazado por la realidad de nuestra situación. Solo estábamos dos.

La nave que nos esperaba tenía el motor encendido, lista para despegar. La puerta lateral se abrió, y un par de miembros del equipo técnico nos ayudaron a subir. No dijeron nada al ver nuestras caras, pero podía sentir las preguntas no formuladas en sus miradas.

—¿Dónde están los otros? —preguntó uno de ellos finalmente, un hombre llamado Harris.

No respondí. Simplemente me senté en el banco más cercano, dejando que la frialdad del metal se filtrara a través de mi ropa.

Helena, para su crédito, trató de explicarlo.

—Se quedaron atrás para darnos tiempo —dijo, su voz apenas un susurro.

Harris asintió con gravedad, y no hizo más preguntas.

La nave despegó, y mientras ascendíamos, mi mente regresó a ese momento en la Cámara. La expresión de Alfio cuando me dijo que me fuera, la manera en que Lucian lo respaldó sin dudarlo. Me pregunté si aún seguían vivos.

El escondite temporal estaba en una zona remota, lejos de cualquier infraestructura de AtlasCorp. Cuando llegamos, la noche había caído, y el frío mordía con fuerza. Harris y los demás se encargaron de asegurar el perímetro mientras Helena y yo entrábamos en el pequeño refugio.

El lugar era austero, con paredes de concreto y muebles mínimos. Una mesa de madera ocupaba el centro de la habitación principal, y sobre ella había un mapa y varios dispositivos de comunicación.

Helena se dejó caer en una de las sillas, exhausta. Yo me quedé de pie, mirando el mapa sin realmente verlo.

—¿Y ahora qué? —preguntó, su voz apenas un susurro.

No sabía qué responder. Habíamos cumplido la misión, pero no podía evitar sentir que habíamos fallado. La desactivación de Umbra Omega era un golpe para AtlasCorp, sí, pero ¿a qué costo?

Finalmente, me volví hacia ella.

—Esperamos.

Ella asintió, pero su expresión me dijo que no estaba satisfecha con mi respuesta. Tampoco lo estaba yo.

La noche fue larga. No pude dormir, así que me quedé en la habitación principal, revisando los datos que habíamos recuperado. Las cifras y los esquemas bailaban ante mis ojos, pero nada parecía tener sentido. Mi mente seguía regresando al mismo lugar: Alfio y Lucian.

—No puedes seguir castigándote por esto.

La voz de Helena me sacó de mis pensamientos. Estaba de pie en la entrada, con una manta sobre los hombros.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, aunque sabía exactamente a qué se refería.

—Hiciste lo que tenías que hacer. Nos sacaste de allí. Cumplimos la misión.

—¿A qué costo? —repliqué, mi voz más dura de lo que pretendía.

Ella no retrocedió.

—A ninguno que ellos no estuvieran dispuestos a pagar. Alfio sabía lo que hacía. Lucian también.

Su mirada era intensa, pero detrás de su firmeza podía ver su propia lucha interna.

—¿Y si están muertos? —pregunté, mi voz quebrándose.

Helena se acercó y puso una mano en mi hombro.

—Entonces tenemos que asegurarnos de que su sacrificio signifique algo.

Quería protestar, gritar, pero no lo hice. Sus palabras eran verdad, por mucho que dolieran.

Cuando el amanecer llegó, los primeros informes comenzaron a llegar. Harris se acercó con un comunicador portátil, su expresión seria.

—Tenemos noticias.

Mi corazón se detuvo por un momento.

—¿De Alfio y Lucian?

Él asintió lentamente.

—Los detectaron saliendo de las instalaciones. Alfio está herido, pero ambos están vivos.

El alivio me golpeó como una ola, tan intenso que casi me derrumba.

—¿Dónde están? —pregunté, agarrando el comunicador.

—Se están dirigiendo hacia uno de nuestros puntos de reunión. Si todo sale bien, estarán aquí en unas horas.

Quería llorar, pero no tenía lágrimas. En su lugar, una determinación renovada llenó mi ser.

Habíamos logrado sobrevivir. Y aunque la batalla no había terminado, ahora tenía algo que me impulsaba hacia adelante: la esperanza.




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