Narrado por Alfio Lee
El dolor es un maestro cruel. Se manifiesta sin aviso, domina tus sentidos, te nubla el juicio. Pero lo peor no es el dolor físico, no las heridas que ahora palpitaban en mi costado ni la quemadura en mi brazo. Lo peor era saber que no había garantías, que todo lo que habíamos hecho podría desmoronarse en un instante si Margaret y Helena no lograban escapar.
El aire en las instalaciones de la división Umbra estaba cargado de humo y olor a metal quemado. A mi alrededor, el caos seguía su curso, con alarmas resonando como un grito interminable. Lucian estaba junto a mí, su rostro marcado por la determinación que siempre lo había caracterizado. A pesar de todo, él era un soldado, uno de los mejores.
—¿Crees que lograron salir? —preguntó, mientras revisaba la munición de su arma.
Asentí, aunque no tenía certeza. Margaret era más fuerte de lo que ella misma creía, pero esto no era solo cuestión de fuerza. AtlasCorp siempre tenía un as bajo la manga, y las probabilidades nunca estaban a nuestro favor.
—Lo hicieron —respondí, con más confianza de la que sentía. Necesitaba creerlo. Si no lo hacía, la desesperación terminaría por consumirnos.
Lucian asintió. No era un hombre de palabras, pero su mirada me decía que confiaba en mi juicio.
Habíamos desactivado Umbra Omega, pero el trabajo estaba lejos de terminar. El sistema de seguridad principal aún no había colapsado, y eso significaba que teníamos que salir antes de que cerraran todos los accesos.
—Por aquí —dije, señalando un corredor lateral que llevaba hacia una salida de servicio. Habíamos estudiado los planos hasta el cansancio, pero nada podía prepararnos para la realidad de una operación como esta.
El primer obstáculo fue un escuadrón de drones de combate que patrullaban el área. Lucian se movió con precisión quirúrgica, disparando con su rifle modificado. Yo cubría su espalda, tratando de mantener la calma mientras la adrenalina corría por mis venas.
—Dos más a la derecha —dije, señalando con un movimiento rápido de la cabeza.
Lucian asintió y eliminó a los objetivos en cuestión de segundos.
—¿Cuánto más falta? —preguntó, sin perder de vista el pasillo.
—Cincuenta metros —respondí. Pero no era la distancia lo que me preocupaba, sino el tiempo.
Cuando finalmente llegamos a la puerta de servicio, supimos que no sería tan fácil. Un equipo de seguridad de AtlasCorp nos esperaba al otro lado, equipados con exoesqueletos y armamento pesado. La compañía no había escatimado en recursos para proteger su proyecto.
—Tú abre la puerta —dije a Lucian, mientras cargaba mi arma.
—¿Estás seguro?
—Lo que necesitamos es tiempo.
Lucian dudó un instante, pero sabía que discutir conmigo no serviría de nada. Se posicionó junto al panel de control, usando un dispositivo para desactivar la cerradura electrónica.
Yo me coloqué en el centro del pasillo, apuntando hacia la entrada. Cuando la puerta se abrió, desaté un fuego constante, obligando al equipo de seguridad a retroceder. Las balas rebotaban en las paredes y el suelo, pero no me detuve.
Lucian aprovechó la distracción para lanzar una granada de humo, cubriéndonos mientras corríamos hacia la salida.
—¡A la derecha! —grité, tirando de él cuando uno de los guardias logró disparar en nuestra dirección.
El impacto me alcanzó en el costado, y el dolor fue inmediato, pero no podía detenerme. Cada segundo que perdíamos era un segundo más cerca de que AtlasCorp cerrara todas las rutas de escape.
Cuando finalmente logramos salir al exterior, me sentí como si hubiera cruzado una línea invisible entre la vida y la muerte. La oscuridad de la noche era un alivio después de las luces cegadoras de la división Umbra.
Lucian me ayudó a caminar hasta un vehículo que habíamos dejado escondido en los alrededores. Mi respiración era pesada, y podía sentir la sangre empapando mi ropa.
—No voy a dejarte morir aquí —dijo Lucian, con esa voz grave que siempre parecía contener una promesa.
—No planeo hacerlo —respondí, aunque mi tono no era tan convincente como habría querido.
Arrancó el vehículo, y nos adentramos en el bosque que rodeaba las instalaciones. Las sombras de los árboles se alargaban bajo la luz de los faros, creando un paisaje que se sentía surrealista.
—¿Crees que Margaret logró llegar al punto de extracción? —preguntó Lucian después de un rato.
No respondí de inmediato. Mi mente estaba dividida entre el dolor y la preocupación por ella. Había confiado en Margaret desde el principio, pero eso no hacía que el riesgo fuera menos real.
—Ella es más fuerte de lo que parece —dije finalmente.
Lucian asintió, como si esa fuera la respuesta que esperaba.
Cuando llegamos a uno de los puntos de reunión, el amanecer estaba cerca. El lugar era una pequeña cabaña en medio del bosque, diseñada para ser indetectable para los drones de AtlasCorp.
Lucian me ayudó a entrar, y lo primero que hizo fue buscar el botiquín médico.
—Déjame ver esa herida —dijo, con un tono que no admitía discusión.
Me quité la chaqueta con dificultad, y él examinó la herida en mi costado. No era mortal, pero necesitaba atención inmediata.
—Esto va a doler —advirtió, antes de comenzar a limpiar la herida.
Apreté los dientes mientras el alcohol hacía su trabajo, pero no me quejé. Había pasado por peores, aunque eso no lo hacía más fácil.
Mientras trabajaba, mi mente regresó a Margaret. La última vez que la vi, su mirada estaba llena de determinación y algo más. Algo que no me había atrevido a nombrar en ese momento, pero que ahora entendía con claridad: miedo. No por ella, sino por nosotros.
—¿En qué piensas? —preguntó Lucian, mientras aplicaba un vendaje improvisado.
—En lo que dejamos atrás.
Lucian no respondió, pero su silencio fue elocuente. Ambos sabíamos que la lucha estaba lejos de terminar.