Narrado por Alfio Lee
La cabaña estaba en silencio. Solo el crujido ocasional de la madera y el susurro del viento rompiendo entre los árboles me mantenían anclado al presente. Desde afuera, este lugar podría parecer insignificante, una estructura olvidada por el tiempo, pero para nosotros era algo más: un refugio, un respiro en medio de la tormenta.
Habían pasado horas desde que supimos que Margaret y Helena habían llegado al punto de extracción, pero el alivio era un lujo que no podía permitirme por completo. Sabía que este era apenas un capítulo en una historia más larga y más peligrosa.
Lucian dormía en una silla improvisada al otro lado de la habitación. Su respiración era lenta y constante, pero incluso en el descanso, sus manos seguían cerca de su arma. Era un hombre que nunca dejaba de estar preparado, y esa actitud nos había salvado más veces de las que podía contar.
Me levanté con cuidado, intentando no hacer ruido. La herida en mi costado, aunque ya vendada, protestó con cada movimiento. Aún así, no podía quedarme quieto. Mi mente era un hervidero de pensamientos y dudas.
Me acerqué a la ventana, apartando ligeramente la cortina para observar el exterior. El bosque parecía tranquilo, pero sabía que esa tranquilidad era una ilusión. AtlasCorp no se detendría. Ellos no descansaban. Sabían que teníamos algo que podían perder: la verdad.
La primera vez que oí hablar del Proyecto Umbra, pensé que era un mito, una de esas historias que los empleados de bajo nivel susurraban en los pasillos para asustarse entre sí. Pero después de años trabajando en el núcleo de AtlasCorp, entendí que las historias más aterradoras siempre tenían algo de verdad.
El Proyecto Umbra había comenzado como una iniciativa para desarrollar inteligencia artificial avanzada. Eso era lo que decían los reportes oficiales, al menos. Pero la realidad era mucho más oscura. AtlasCorp no solo estaba creando máquinas; estaba rediseñando la humanidad misma, manipulando la genética y la conciencia para construir algo que ellos llamaban “la especie perfecta”.
Por supuesto, nunca lo dijeron de esa manera. Para ellos, era todo sobre “progreso”, sobre “trascender las limitaciones humanas”. Pero yo sabía lo que realmente significaba: control absoluto.
Me aparté de la ventana y me acerqué a la mesa donde habíamos desplegado nuestros mapas y documentos. Cada hoja representaba una pieza del rompecabezas que intentábamos resolver, pero cuanto más avanzábamos, más grande parecía el abismo.
La radio en el centro de la mesa emitió un leve crujido, seguido de la voz de Margaret.
—Alfio, ¿me copias?
Mi corazón dio un vuelco al escucharla. Tomé el transmisor y respondí de inmediato.
—Aquí estoy. ¿Todo bien?
Hubo una breve pausa antes de que ella respondiera, suficiente para que la preocupación comenzara a asentarse.
—Estamos bien. Helena está descansando. Pero necesitamos hablar. Encontramos algo en los archivos que descargamos, algo grande.
—Define “grande”.
—Umbra no es el único proyecto activo. Hay otros, y uno de ellos está en una fase avanzada. Se llama Érebo.
Mi mandíbula se tensó al escuchar el nombre. AtlasCorp siempre tenía un plan de respaldo, pero la posibilidad de que Érebo fuera aún más peligroso que Umbra era algo que no quería imaginar.
—Dime que hay algo más. Algo que podamos usar.
—Lo hay. Pero no te va a gustar.
Margaret me explicó lo que habían encontrado: una lista de nombres, personas dentro y fuera de AtlasCorp que estaban involucradas en Érebo. Algunos de esos nombres eran conocidos, otros no. Pero lo que más me impactó fue el último nombre en la lista: Lucian.
Mi mente comenzó a girar en espiral. ¿Lucian? ¿Cómo era posible? Lo conocía desde hacía años, había confiado en él con mi vida más veces de las que podía contar. Pero los documentos no mentían.
Cuando Margaret terminó de hablar, me quedé en silencio por un momento, intentando procesar la información.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó ella, con un tono que mezclaba preocupación y cautela.
—Lo que sea necesario —respondí, aunque la verdad era que no tenía idea de cómo manejarlo.
Lucian se despertó unos minutos después. Me observó con esa mirada intensa que siempre llevaba consigo, como si pudiera leer mis pensamientos.
—¿Todo bien? —preguntó, mientras se estiraba y revisaba su arma por reflejo.
—Sí —mentí, intentando sonar casual. Pero sabía que no podía evitar este enfrentamiento por mucho tiempo.
Mientras él preparaba café en una pequeña hornilla portátil, yo intenté reunir el valor necesario para confrontarlo. No era solo sobre él; era sobre todo lo que habíamos construido juntos, sobre la confianza que habíamos compartido.
Finalmente, no pude aguantar más.
—Lucian, ¿qué sabes de Érebo?
Él se detuvo en seco, y por un instante, vi algo en su rostro que no supe descifrar. Pero rápidamente recuperó la compostura.
—¿Por qué preguntas?
—Porque su nombre apareció en los documentos que encontramos. Y porque tu nombre está en la lista.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Lucian dejó el café a un lado y se giró hacia mí, su mirada fija en la mía.
—¿Y qué crees que significa eso?
—No lo sé. Por eso estoy preguntando.
Lucian suspiró y se sentó en la silla frente a mí. Por primera vez desde que lo conocí, parecía cansado, como si estuviera cargando un peso invisible.
—Trabajé en Érebo hace años, antes de que supiera lo que realmente era. Pensé que era solo otro proyecto más, una forma de avanzar en la tecnología. Pero cuando descubrí la verdad, intenté salir. Eso fue antes de que te conociera, Alfio.
—¿Y qué verdad es esa?
—Érebo no es solo un proyecto de control. Es una guerra silenciosa. Están desarrollando algo que puede reescribir la mente humana, borrar la voluntad de las personas y reemplazarla con lo que ellos consideren “adecuado”.