Narrado por Margaret Smit
El auto se tambaleaba sobre la carretera llena de baches mientras Alfio conducía en silencio, con los ojos fijos en el camino. La lluvia caía con fuerza, transformando los parabrisas en un lienzo distorsionado de luces y sombras. Helena estaba dormida en el asiento trasero, agotada tras nuestra reunión en la estación abandonada. Lucian se había quedado para coordinar las operaciones desde una ubicación remota, y aunque sabía que era lo más lógico, no podía evitar sentir su ausencia como un vacío en nuestro pequeño equipo.
Mis pensamientos se arremolinaban como el agua bajo las ruedas del coche. La mención de Astra Delta había cambiado todo. Lo que antes era una misión de supervivencia y resistencia se había transformado en algo profundamente personal. Saber que mi hermana estaba viva, o al menos que había estado involucrada en los experimentos de AtlasCorp, me daba una razón para seguir, pero también cargaba mi mente con dudas. ¿Estaba siendo egoísta al perseguir esta verdad? ¿Estaba poniendo a los demás en peligro por algo que quizá no podríamos cambiar?
—¿Quieres hablar de ello? —preguntó Alfio, rompiendo el silencio.
Su voz era tranquila, pero no tenía ese tono neutral que solía usar cuando evitaba profundizar en emociones. No, esta vez sonaba genuino.
—No estoy segura de qué decir —respondí, girándome hacia él. La tenue luz del tablero iluminaba su rostro, resaltando las líneas de tensión que parecían más profundas cada día.
—No tienes que decirlo todo de golpe —insistió, manteniendo la vista en la carretera—. Pero sé que esto es más que solo una misión para ti. Y está bien.
Suspiré, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
—Mi hermana siempre fue diferente. Donde yo era pragmática, ella soñaba. Donde yo veía problemas, ella veía soluciones. Cuando desapareció, sentí como si una parte de mí se hubiera apagado. Como si su luz hubiera dejado de iluminar mi camino.
Me detuve, sintiendo un nudo en la garganta.
—Y ahora sé que no solo fue una desaparición. Fue AtlasCorp. Fueron ellos quienes se la llevaron, quienes la convirtieron en un nombre en esa lista. Y no puedo quedarme de brazos cruzados.
Alfio asintió lentamente.
—Lo entiendo. Más de lo que crees.
Lo miré, sorprendida por su respuesta. Había algo en su tono, una vulnerabilidad que rara vez dejaba entrever.
—¿Por qué lo dices?
Por un momento, pensé que no respondería. Pero finalmente, habló.
—Perdí a alguien también. Una persona que significaba mucho para mí. Y aunque las circunstancias eran diferentes, sé lo que es cargar con esa culpa, esa necesidad de hacer algo, de arreglar lo que parece irreparable.
Su confesión dejó un vacío en el aire. Había mucho más en Alfio de lo que mostraba, más de lo que cualquiera de nosotros había visto.
—Gracias por decírmelo —dije finalmente—. Y por entender.
—Siempre lo haré —respondió, desviando la mirada hacia mí por un breve instante antes de volver al camino.
Cuando llegamos al escondite, una pequeña cabaña en medio de un bosque, la lluvia había amainado. Helena despertó al detenerse el auto y, tras un gruñido somnoliento, nos ayudó a descargar las provisiones. La cabaña estaba casi vacía, con solo un par de camas y una mesa desgastada, pero era suficiente para nuestras necesidades.
Mientras Alfio revisaba los mapas y Helena se encargaba de organizar el equipo, me senté junto a la ventana, observando cómo la niebla cubría los árboles como un manto. Mi mente estaba en Astra Delta, en los experimentos, en mi hermana.
—Necesitas dormir, Margaret —dijo Helena, interrumpiendo mis pensamientos.
—Lo sé, pero no puedo. Hay demasiadas cosas dando vueltas en mi cabeza.
Helena se sentó frente a mí, su expresión seria pero comprensiva.
—Sé lo que estás pensando. Que todo depende de ti. Que si no encuentras a tu hermana, habrás fallado. Pero no estás sola en esto. Alfio y yo estamos aquí porque creemos en lo que estamos haciendo. Porque queremos luchar contigo.
Sus palabras, aunque simples, me llegaron profundamente.
—Gracias, Helena. De verdad.
Ella asintió y se levantó, dejándome sola con mis pensamientos.
A la mañana siguiente, nos reunimos alrededor de la mesa para planificar nuestra siguiente movida. Alfio trazó un mapa detallado de la instalación Astra Delta, utilizando la información que habíamos obtenido de los archivos.
—Es un complejo altamente protegido —explicó—. Cámaras, guardias, sistemas de seguridad avanzados. Entrar será complicado, pero no imposible.
Helena señaló una entrada lateral en el mapa.
—Aquí. Según los registros, es menos vigilada porque está cerca de los generadores. Si podemos cortar la energía, tendremos una ventaja.
—¿Y cómo planeamos entrar sin que nos detecten? —pregunté.
Alfio sonrió levemente, sacando un pequeño dispositivo de su mochila.
—Con esto. Es un emisor de interferencias que puede desactivar los sensores de movimiento durante unos minutos. No es infalible, pero nos dará tiempo suficiente.
El plan era arriesgado, pero todos estábamos de acuerdo en que era nuestra mejor opción.
Esa noche, mientras los demás dormían, me senté en la mesa con los archivos de Astra Delta. Estudié cada detalle, buscando cualquier pista que pudiera ayudarnos. Pero cuanto más leía, más me daba cuenta de que esto no era solo una misión de rescate. Astra Delta era el núcleo de Érebo, el lugar donde AtlasCorp había perfeccionado su control sobre las mentes humanas.
Encontré un nombre que no reconocía: Proyecto Daedalus. Los documentos no daban muchos detalles, pero mencionaban que era una extensión de Érebo, algo relacionado con inteligencia artificial y manipulación genética.
Sentí un escalofrío. ¿Qué más estaba escondiendo AtlasCorp?
—¿Otra noche sin dormir?
La voz de Alfio me hizo sobresaltarme. Lo miré mientras se acercaba y se sentaba a mi lado.