El Pacto Oculto.

Capítulo 16: Bajo la Superficie.

Narrado por Margaret Smit

El viento gélido azotaba mi rostro mientras avanzábamos por el sendero. Habíamos dejado atrás la cabaña antes del amanecer, siguiendo el plan que habíamos trazado la noche anterior. Aunque las palabras de Alfio aún resonaban en mi mente, sentía que el peso de nuestra misión recaía sobre mis hombros. Cada paso me acercaba a Astra Delta y, con ello, a una verdad que no sabía si estaba lista para enfrentar.

—Estamos cerca del perímetro exterior —susurró Alfio, deteniéndose para revisar el mapa en su dispositivo.

Helena se posicionó detrás de él, con el rifle que había tomado de nuestro escondite listo en sus manos. Su mirada estaba fija en la densa vegetación que nos rodeaba, como si esperara que algo o alguien emergiera en cualquier momento.

—¿Estás bien? —preguntó, girándose hacia mí.

Asentí, aunque la tensión en mi pecho hacía que mi respiración se sintiera pesada. No quería mostrar debilidad, no ahora.

—Estoy bien. Sigamos.

El complejo de Astra Delta apareció ante nosotros como una fortaleza tecnológica en medio del bosque. Sus paredes de metal reflejaban la luz tenue del amanecer, y las cámaras de seguridad se movían de un lado a otro con precisión mecánica. Alfio se agachó tras un árbol, señalando una pequeña entrada lateral que apenas era visible entre las sombras.

—Ahí está —dijo en voz baja—. Justo como lo planeamos.

Helena asintió y comenzó a configurar el emisor de interferencias. Mientras lo hacía, me giré hacia Alfio.

—¿Qué pasa si el dispositivo no funciona?

Él me miró, sus ojos serenos a pesar de la intensidad de la situación.

—Funcionará. Y si no, encontraremos otra forma. Siempre lo hacemos.

Sus palabras, aunque tranquilizadoras, no disiparon por completo mi inquietud. Pero no había tiempo para dudar.

—Listo —anunció Helena, levantándose con el emisor en la mano—. Esto nos dará tres minutos, no más.

Alfio asintió y, sin esperar más, avanzó hacia la entrada. Helena y yo lo seguimos de cerca, nuestros pasos amortiguados por el barro del terreno. Cuando llegamos a la puerta, Alfio conectó el emisor a un pequeño panel de control, y en cuestión de segundos, las luces de las cámaras parpadearon y se apagaron.

—Vamos —murmuró, empujando la puerta para abrirla.

El interior de Astra Delta era aún más imponente que su exterior. Los pasillos estaban iluminados por un resplandor azul frío, y el aire tenía un olor metálico que me hizo estremecer. Todo estaba impecablemente limpio, pero esa perfección solo acentuaba la sensación de opresión.

Nos movimos rápidamente, siguiendo el plano que habíamos memorizado. Sabíamos que el laboratorio principal estaba en el nivel inferior, protegido por una serie de puertas de seguridad. Cada paso que daba sentía como si estuviera descendiendo a un abismo del que quizá no podría salir.

Cuando llegamos al primer control de seguridad, Alfio sacó un pequeño dispositivo de su mochila.

—Esto debería neutralizar el sistema por unos segundos —explicó, conectándolo al panel.

El dispositivo emitió un leve zumbido, y la puerta se abrió con un chasquido.

—Bien hecho —dijo Helena, dándole una palmada en el hombro antes de avanzar.

Alfio me miró y me hizo un gesto para que lo siguiera.

—Mantente cerca.

El laboratorio estaba lleno de cubículos de vidrio, cada uno con su propio equipo de monitoreo. Al pasar, vi docenas de tubos de ensayo y máquinas que parecían sacadas de una película de ciencia ficción. Pero lo que realmente me detuvo fue lo que había dentro de algunos de esos cubículos: personas.

Sus cuerpos estaban conectados a cables y tubos, sus ojos cerrados como si estuvieran dormidos. Pero sus expresiones eran de agonía, y sus movimientos espasmódicos sugerían que estaban lejos de cualquier sueño pacífico.

—¿Qué están haciendo aquí? —susurré, horrorizada.

—Experimentación —respondió Alfio con voz grave—. Esto es Érebo en acción. Manipulan sus mentes, sus recuerdos todo para crear soldados y agentes leales a AtlasCorp.

El nudo en mi estómago se apretó. No podía evitar imaginar a mi hermana en uno de esos cubículos, su vida y su mente destrozadas por estos experimentos.

—Tenemos que detener esto —dije, mi voz firme a pesar del temblor en mis manos.

—Y lo haremos —aseguró Alfio—. Pero primero, tenemos que encontrarla.

Mientras avanzábamos, nos encontramos con más pruebas de los horrores de Astra Delta: documentos que detallaban procedimientos inhumanos, grabaciones de sujetos que suplicaban ser liberados. Cada hallazgo hacía que mi determinación creciera, pero también incrementaba mi miedo.

Finalmente, llegamos a una sala que parecía ser una especie de centro de comando. En el centro, una gran pantalla mostraba un mapa del complejo, con varios puntos marcados en rojo. Alfio comenzó a trabajar en la consola, buscando cualquier información que pudiera llevarnos a mi hermana.

—Aquí está —dijo finalmente, señalando uno de los puntos en el mapa—. Está en el ala oeste, en una sección llamada Nivel Omega.

—¿Omega? —preguntó Helena, frunciendo el ceño.

—Parece ser una parte separada del complejo, probablemente la más protegida.

Sabía que no sería fácil llegar allí, pero no me importaba.

—Entonces, vamos.

Alfio me miró, su expresión seria.

—Esto será peligroso, Margaret. Podríamos no salir de esta.

Lo miré directamente a los ojos, dejando que viera la determinación en los míos.

—No voy a dejarla aquí.

Alfio asintió, y por un momento, vi algo parecido al orgullo en su rostro.

—Entonces no perdamos más tiempo.

El camino hacia el Nivel Omega fue aún más complicado de lo que esperaba. Nos encontramos con varios guardias, pero Helena se encargó de neutralizarlos con una precisión impresionante. Cada vez que disparaba, su expresión era fría y calculadora, pero sabía que lo hacía porque entendía lo que estaba en juego.




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