Narrado por Margaret Smit
La sala de mantenimiento era claustrofóbica, un espacio reducido lleno de cables expuestos, herramientas oxidadas y el zumbido constante de un generador. El aire estaba cargado de tensión, como si cada uno de nosotros contuviera un grito que amenazaba con escapar. Me senté en un rincón, con la espalda contra la pared fría, mientras Helena y Alfio hablaban en voz baja sobre el siguiente paso.
No podía concentrarme en lo que decían. Mi mente estaba atrapada en el momento en que la vi: Sophia, o lo que quedaba de ella. Las palabras que había pronunciado, la frialdad en su mirada, el orgullo con el que hablaba de ser Umbra todo eso chocaba con los recuerdos que tenía de ella.
—Margaret, ¿estás escuchando? —La voz de Alfio rompió mi trance.
Lo miré, parpadeando rápidamente para alejar las lágrimas que amenazaban con caer.
—Lo siento, ¿qué decías?
Él se arrodilló frente a mí, su expresión seria pero llena de comprensión.
—Estamos discutiendo cómo llegar al Nivel Omega. Es nuestra única oportunidad de detener esto y, quizás, traer de vuelta a Sophia. Pero necesitamos que estés con nosotros.
Asentí, aunque no estaba segura de tener la fuerza para seguir adelante.
—Estoy aquí —dije, intentando sonar más convencida de lo que realmente me sentía—. Lo haré.
Helena, que estaba revisando su equipo, lanzó una mirada en mi dirección.
—Sé que es difícil, Margaret. Pero no podemos permitirnos flaquear ahora. Si Sophia está conectada al núcleo, desconectarla no solo podría salvarla, sino también destruir el control de AtlasCorp sobre el proyecto Umbra.
—¿Y si no queda nada de ella para salvar? —pregunté, mi voz apenas un susurro.
Helena no respondió de inmediato, pero Alfio tomó mi mano y la apretó suavemente.
—Siempre queda algo, Margaret. Siempre.
Sus palabras eran reconfortantes, pero no lograban disipar el temor que se aferraba a mi pecho. Aún así, sabía que no podía rendirme. No cuando había llegado tan lejos.
Un plan desesperado
El mapa digital que Alfio había descargado mostraba el camino hacia el Nivel Omega, un laberinto de corredores y puertas aseguradas por múltiples capas de seguridad. El tiempo jugaba en nuestra contra. Sabíamos que Umbra, o Sophia, o lo que fuera que ella era ahora, no se quedaría quieta después de nuestra última confrontación.
—Habrá un escuadrón completo esperándonos antes de llegar siquiera a las escaleras que conducen al núcleo —explicó Helena, señalando un punto en el mapa—. Tendremos que dividirnos.
—¿Dividirnos? —repetí, alarmada—. Eso nos hace más vulnerables.
—Lo sé —admitió—, pero también aumenta nuestras probabilidades de éxito. Alfio y yo podemos distraer a los guardias mientras tú accedes al terminal principal.
—¿Yo? —pregunté, sintiendo que el pánico comenzaba a crecer dentro de mí.
Helena asintió.
—Eres la única que tiene acceso al código que necesitamos. Sophia te lo dio, incluso si no lo recuerdas. Está dentro de ti, en las memorias que AtlasCorp intentó borrar.
El nudo en mi estómago se apretó. Sabía que tenía razón, pero eso no hacía que la tarea fuera menos aterradora.
—Confía en nosotros —dijo Alfio, mirándome directamente a los ojos—. Llegaremos a tiempo para cubrirte. Pero necesitamos que seas valiente, Margaret.
El descenso
El camino hacia el Nivel Omega fue un caos absoluto. Alfio y Helena cumplían su parte, enfrentándose a los guardias con una mezcla de estrategia y pura fuerza bruta. Yo, mientras tanto, corría por los pasillos oscuros, mi respiración acelerada y mi corazón latiendo con fuerza en mis oídos.
Cada paso que daba parecía más difícil que el anterior. Las paredes del complejo se sentían como un laberinto opresivo, diseñado para desorientarme. Finalmente, llegué al terminal principal, una sala iluminada por una luz azul pálida que hacía que todo pareciera irreal.
Me acerqué al panel, mis manos temblorosas mientras introducía los comandos que Helena me había enseñado. Las líneas de código comenzaron a aparecer en la pantalla, pero algo dentro de mí se resistía a continuar.
—Margaret.
La voz me hizo girar bruscamente. Sophia, o Umbra, estaba allí, de pie al otro lado de la sala. Su rostro era una mezcla de desafío y algo más… algo que no podía identificar.
—Sabía que vendrías aquí —dijo, avanzando lentamente—. Siempre fuiste tan predecible.
—Déjame ayudarte —le dije, sintiendo cómo mi voz se quebraba—. Sophia, sé que aún estás ahí.
Ella negó con la cabeza, pero por un instante, vi algo en sus ojos: duda.
—No entiendes, Margaret. Esto es más grande que tú, que yo, que cualquier otra cosa. AtlasCorp no puede ser detenido.
—Eso es lo que quieren que creas. Pero no es cierto. ¡Eres más fuerte que ellos!
Di un paso hacia ella, pero en ese momento, la alarma comenzó a sonar, y Sophia levantó su arma.
—No te acerques más —advirtió, su voz temblando ligeramente.
—Sophia, por favor —Supliqué, con lágrimas corriendo por mi rostro—. No quiero perderte otra vez.
Por un momento, pareció vacilar. Bajó el arma, y su expresión se suavizó. Pero entonces, un disparo resonó en la sala, y Sophia se desplomó al suelo.
—¡No!
Corrí hacia ella, ignorando el hecho de que el disparo provenía de Helena, que había llegado justo a tiempo para ver la escena.
—No había opción —dijo Helena, acercándose con cautela—. Ella iba a dispararte.
Me arrodillé junto a Sophia, sosteniendo su cabeza en mis manos. Ella me miró, sus ojos llenos de algo que no podía describir: arrepentimiento, miedo, quizás algo de amor.
—Margaret lo siento —susurró, su voz apenas audible.
—No, no digas eso. Vas a estar bien.
Pero ambas sabíamos que no era cierto.
Sophia cerró los ojos, y con ella, una parte de mí se rompió para siempre.
Alfio llegó en ese momento, su rostro sombrío al ver lo que había ocurrido. Nadie dijo nada mientras yo permanecía allí, sosteniendo a mi hermana, el peso de la pérdida aplastándome.