Narrado por Margaret Smit
El amanecer se filtraba a través de los árboles cuando salimos de la cabaña. El aire tenía un peso distinto, cargado de promesas y amenazas a partes iguales. Helena había empaquetado todo lo necesario, revisando cada detalle del plan como si fuera una fórmula matemática que no podía fallar. Alfio estaba a mi lado, su mirada fija en el horizonte, mientras yo trataba de mantener mis pensamientos bajo control.
El complejo Titan. Solo pronunciar el nombre me producía un escalofrío. Había leído sobre ese lugar en los archivos de AtlasCorp: una fortaleza construida para proteger sus secretos más oscuros. Ahora, nos dirigíamos directamente a sus puertas con la esperanza de que nuestra pequeña chispa de resistencia pudiera incendiar sus cimientos.
“Si fallamos, todo habrá sido en vano.”
Ese pensamiento me atormentaba mientras revisaba nuestro equipo una vez más. Helena había conseguido un pequeño arsenal gracias a los contactos de la resistencia, pero sabía que no sería suficiente si algo salía mal. No podíamos permitirnos errores.
El viaje hacia Titan
El camino hacia el complejo fue más silencioso de lo que esperaba. Helena conducía una vieja camioneta que había logrado conseguir, mientras Alfio y yo íbamos en la parte trasera, rodeados de mochilas y cajas de suministros. El traqueteo del vehículo y el sonido del viento eran lo único que rompía el silencio.
—¿Estás lista? —preguntó Alfio de repente, su voz baja pero firme.
—No lo sé —admití, sin apartar la vista del camino—. Pero no tengo opción, ¿verdad?
Alfio me miró por un momento antes de asentir.
—Es suficiente. A veces, no saber si estás lista significa que estás más preparada de lo que crees.
Su intento de consolarme me arrancó una pequeña sonrisa, aunque mi pecho seguía apretado. Quería creerle, pero la verdad era que el miedo no desaparecía. Solo se quedaba ahí, latente, como un recordatorio constante de lo que estaba en juego.
Helena interrumpió nuestros pensamientos cuando anunció que estábamos cerca.
—Tienen vigilancia por todas partes. Debemos abandonar el vehículo y seguir a pie.
Nos detuvimos en un claro, ocultando la camioneta entre los árboles. Cargamos todo lo que podíamos llevar y comenzamos a caminar en silencio. El bosque que rodeaba el complejo Titan era denso y oscuro, como si intentara proteger los secretos que se escondían en su interior.
Cuando finalmente llegamos a un punto elevado desde donde podíamos ver la estructura, me quedé sin aliento.
El complejo era enorme, una monstruosidad de metal y cristal que se alzaba como un gigante en medio del paisaje. Las luces brillaban en la oscuridad, y podía ver drones patrullando el perímetro. Había torres de vigilancia y cámaras en cada esquina, un recordatorio constante de que no había margen para el error.
Helena sacó un pequeño dispositivo de su mochila y comenzó a escanear las frecuencias de seguridad.
—Las cámaras tienen un ciclo de cinco segundos antes de que vuelvan a revisar el mismo punto —dijo, concentrada—. Si nos movemos rápido, podemos cruzar el perímetro antes de que nos detecten.
Alfio y yo asentimos, confiando en su juicio.
La infiltración
El primer obstáculo fue una valla eléctrica que rodeaba el complejo. Helena utilizó un cortador láser para abrir un pequeño hueco, lo suficiente para que pudiéramos pasar uno por uno. Mi corazón latía con fuerza mientras me deslizaba por la abertura, sintiendo cómo el metal rozaba mi piel.
Alfio fue el último en cruzar, asegurándose de que no dejáramos rastro. Desde allí, nos movimos en silencio, utilizando las sombras para escondernos de los drones y las cámaras. Helena lideraba el camino, su conocimiento del sistema de seguridad resultando invaluable.
Cuando finalmente llegamos a la entrada principal, me sorprendió ver que no había guardias humanos. Todo estaba automatizado, controlado por la inteligencia artificial que AtlasCorp había perfeccionado durante años.
—Aquí es donde empieza lo difícil —murmuró Helena, conectando su dispositivo a un panel cercano—. Necesito unos minutos para desactivar las alarmas internas.
Mientras ella trabajaba, Alfio y yo vigilábamos los alrededores. La tensión en el aire era palpable, y cada sonido parecía amplificado. Finalmente, Helena asintió.
—Listo. Podemos entrar.
La puerta se abrió con un leve zumbido, revelando un pasillo largo y estéril iluminado por luces blancas. Mis pasos resonaban en el suelo, cada uno un recordatorio de lo lejos que habíamos llegado.
Descubriendo la verdad
El interior del complejo era aún más impresionante que su exterior. Pantallas gigantes cubrían las paredes, mostrando datos que no podía entender. Helena nos guió hacia la sala de servidores, donde se almacenaba el núcleo de datos de AtlasCorp.
—Este es el corazón del Proyecto Umbra Omega —dijo, señalando un enorme servidor en el centro de la sala—. Si logramos desactivarlo, será un golpe devastador para ellos.
Mientras ella trabajaba para acceder al sistema, Alfio y yo exploramos la sala. Fue entonces cuando lo vi: un pequeño monitor que mostraba un mapa interactivo. En el centro del mapa había un punto marcado como “Proyecto Umbra Omega - Etapa Final.”
—Helena, ¿qué significa esto? —pregunté, señalando la pantalla.
Ella se acercó y su rostro se tensó al leer la información.
—No puede ser.
—¿Qué pasa? —insistió Alfio.
—Umbra Omega no es solo un sistema de control. Es una inteligencia artificial avanzada diseñada para tomar decisiones sin intervención humana. Si se activa por completo, AtlasCorp podría controlar cada aspecto de la sociedad sin oposición.
Sentí que el suelo se desmoronaba bajo mis pies. Habíamos subestimado el alcance del proyecto.