Narrado por Margaret Smit
El plan estaba trazado, aunque cada detalle parecía una cuerda floja sobre un abismo. Helena y yo habíamos estudiado las coordenadas dejadas por Alfio una y otra vez, buscando puntos débiles en la seguridad de AtlasCorp. Pero cuanto más nos acercábamos a la fecha, más claro se volvía que nuestra misión no sería una infiltración discreta. Era una declaración de guerra.
Habíamos tomado un descanso en nuestro refugio temporal, aunque el silencio del bosque hacía poco por calmarme. Mi mente estaba inquieta, atormentada por el peso de lo que estaba por venir y por el recuerdo de Alfio. Desde que vi su mensaje, me sentía atrapada entre la tristeza y la determinación. No podía permitirme el lujo de ceder a la desesperación, pero las heridas aún estaban demasiado frescas.
Helena entró en la habitación con un mapa holográfico proyectado en su tableta.
—He conseguido interceptar algunos datos de las comunicaciones de AtlasCorp —dijo, sentándose frente a mí—. Parece que han intensificado la seguridad en el complejo que Alfio nos señaló.
—¿Qué tipo de seguridad? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
—Drones de combate, torres automatizadas, sistemas de reconocimiento facial… Lo habitual.
Suspiré, pasando una mano por mi cabello. No era solo lo habitual. Era un laberinto de muerte que protegía lo más valioso para AtlasCorp: los datos de Umbra Omega.
—¿Y el consejo? —pregunté, recordando a los rostros que habían estado detrás de cada decisión cruel y despiadada de la corporación.
—No hay indicios de que ninguno de ellos esté físicamente presente en el complejo —respondió Helena—. Pero no me sorprendería que vigilaran todo de cerca.
Asentí, aunque una parte de mí deseaba enfrentarlos cara a cara. Quería que sintieran el peso de sus crímenes, que supieran lo que habían hecho a personas como Alfio, a Sophia, y a tantos otros cuyas vidas habían sido destruidas por su codicia.
El núcleo de la resistencia
La base hacia la que nos dirigíamos estaba en una isla remota, aislada por barreras naturales y tecnológicas. Era un lugar que AtlasCorp había diseñado para ser impenetrable. Sin embargo, gracias a Alfio, teníamos un as bajo la manga: un canal de acceso subterráneo que conectaba la isla con una antigua instalación abandonada en el continente.
—No podemos hacerlo solas —dijo Helena, rompiendo el silencio.
—Lo sé —admití—. Pero la resistencia está dispersa, y no sabemos quién sigue vivo después del ataque a Titan.
Helena me lanzó una mirada intensa.
—Entonces es hora de buscar aliados.
Las palabras de Alfio volvieron a mi mente: Confío en ti, Margaret. Siempre lo he hecho. Tenía que seguir adelante, incluso si significaba trabajar con personas que apenas conocía.
Decidimos dividirnos para encontrar a los pocos miembros de la resistencia que aún quedaban. Helena iría a buscar a un grupo de combatientes en el norte, mientras yo me dirigiría a un escondite en el este, donde, según nuestros informes, un antiguo miembro de AtlasCorp se había unido a nuestra causa.
Una alianza incómoda
Llegar al escondite fue más complicado de lo que esperaba. Cada paso era una prueba de mi resistencia, tanto física como emocional. El camino estaba lleno de obstáculos: patrullas de drones, estaciones de control, e incluso un pequeño grupo de mercenarios contratados por AtlasCorp.
Cuando finalmente llegué, el escondite resultó ser una fábrica en ruinas, oculta entre montañas. En su interior, encontré a un hombre alto y robusto con cicatrices que cruzaban su rostro. Tenía un aire imponente, pero sus ojos mostraban algo más que dureza: una chispa de humanidad que no había esperado encontrar.
—Margaret Smit —dijo, cruzando los brazos—. He oído hablar de ti.
—¿Y qué has oído? —pregunté, manteniendo mi tono neutral.
—Que eres testaruda, que has perdido mucho, y que aún así sigues peleando.
—¿Es suficiente para que te unas a nosotras?
El hombre, que se presentó como Adrian Black, soltó una carcajada seca.
—No soy un idealista, Margaret. Me uní a la resistencia porque AtlasCorp me traicionó, pero no voy a arriesgar mi vida por una causa perdida.
—No es una causa perdida —repliqué, dando un paso hacia él—. Tenemos un plan. Y tenemos algo que AtlasCorp no espera: el legado de Alfio Lee.
Adrian me estudió por un momento antes de asentir.
—Está bien, estoy dentro. Pero más te vale que tengas algo más que palabras inspiradoras.
Preparativos finales
Cuando Helena regresó con los combatientes del norte, nuestro pequeño grupo comenzó a planificar la misión. Éramos pocos, pero cada uno de nosotros estaba dispuesto a darlo todo para acabar con AtlasCorp.
La noche antes de partir, me tomé un momento para estar sola. Miré las estrellas a través del techo destruido de la fábrica y recordé las palabras de Alfio.
—Te prometo que no te fallaré —susurré, dejando que las lágrimas corrieran por mi rostro.
A la mañana siguiente, estábamos listos. El camino hacia el núcleo de la tormenta estaba lleno de peligros, pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que no estaba sola. Teníamos una oportunidad, aunque fuera pequeña, y estaba decidida a aprovecharla.
La resistencia estaba viva, y con ella, la esperanza de un futuro sin AtlasCorp.