Narrado por Margaret Smit
El aire dentro del túnel era denso, cargado con un olor metálico que parecía intensificarse con cada paso que daba. Mis botas resonaban en el suelo húmedo, mientras nuestros equipos avanzaban en un silencio casi reverencial. La entrada al complejo de AtlasCorp estaba a menos de un kilómetro de distancia, según los cálculos de Helena. Pero a cada paso que daba, sentía el peso de todo lo que estaba en juego.
Helena lideraba el grupo, su mirada fija en el mapa holográfico proyectado en su muñeca. Detrás de mí, Adrian Black vigilaba con atención, sosteniendo su rifle con una mano firme. Éramos un grupo pequeño pero decidido: diez personas en total, cada una con una razón personal para estar aquí.
Me tomé un momento para mirar a mi alrededor. Había tensión en sus rostros, pero también determinación. Éramos todo lo que quedaba de la resistencia organizada, un pequeño destello de esperanza en un mundo dominado por AtlasCorp.
—Estamos cerca —dijo Helena en voz baja, rompiendo el silencio—. La puerta de acceso debería estar justo al final de este pasillo.
Asentí, aunque mi garganta estaba seca. Este era el momento que habíamos estado planeando durante semanas. Sin embargo, no podía ignorar el temor que crecía dentro de mí. Habíamos entrenado, habíamos preparado cada detalle, pero enfrentarnos al poder total de AtlasCorp era algo completamente diferente.
La entrada al complejo
El pasillo desembocó en una cámara amplia, donde una puerta metálica masiva se alzaba frente a nosotros. Estaba protegida por dos torres automatizadas que giraban lentamente, buscando cualquier señal de movimiento.
—¿Estamos seguros de que el código de Alfio sigue funcionando? —preguntó Adrian, su voz baja pero cargada de preocupación.
Helena no respondió de inmediato. En cambio, comenzó a teclear en su dispositivo, conectándolo al panel de control cercano. Mis manos temblaban mientras esperaba. Había confiado en Alfio con todo mi ser, pero ahora que estábamos aquí, la incertidumbre me estaba matando.
—Confía en él —dije en voz baja, más para mí misma que para los demás.
Después de unos segundos que parecieron eternos, la puerta emitió un pitido y comenzó a abrirse lentamente. Las torres se desactivaron, y un suspiro colectivo recorrió al grupo.
—Estamos dentro —dijo Helena, con una mezcla de alivio y orgullo.
Entramos al complejo en formación cerrada, con las armas listas. Las paredes estaban revestidas de un material negro brillante que reflejaba la luz artificial. El ambiente era frío y estéril, como si el lugar mismo rechazara cualquier rastro de humanidad.
El proyecto Umbra Omega
Habíamos estudiado los planos del complejo, pero estar allí en persona era otra cosa. Los pasillos eran interminables, y cada esquina parecía un laberinto diseñado para confundirnos. Sin embargo, Helena nos guiaba con confianza, llevando el mapa proyectado en su muñeca como una brújula.
—El servidor central está a dos niveles por debajo de nosotros —explicó, deteniéndose frente a un elevador—. Desde allí, deberíamos poder acceder a los datos de Umbra Omega.
Mientras esperábamos que el elevador llegara, no pude evitar pensar en Alfio y en todo lo que había sacrificado para llevarnos hasta aquí. Este lugar era el corazón de la operación de AtlasCorp, el núcleo donde se tomaban todas las decisiones que habían devastado tantas vidas.
Cuando las puertas del elevador se abrieron, nos adentramos en él en silencio. La tensión era palpable, y podía sentir el nerviosismo de todos a mi alrededor. Este era el momento de la verdad, el punto de no retorno.
El descenso fue rápido, y cuando las puertas se abrieron, nos encontramos en un pasillo iluminado por luces rojas parpadeantes. Había una sensación de urgencia en el aire, como si el complejo supiera que estábamos allí.
—Esto no me gusta —murmuró Adrian, ajustando su rifle.
—Sigamos adelante —respondí, tratando de mantener mi voz firme.
La primera resistencia
No habíamos avanzado mucho cuando escuchamos el sonido de pasos acercándose. Helena levantó una mano, deteniendo al grupo, y todos nos preparamos para el combate.
De las sombras emergieron dos androides de seguridad, sus ojos brillando con una luz azul fría. Antes de que pudieran reaccionar, Helena disparó, derribando a uno de ellos con un tiro preciso. El segundo androide se lanzó hacia nosotros, pero Adrian lo neutralizó con un golpe directo a su núcleo.
—Esto fue demasiado fácil —dijo Adrian, mirando los restos del androide.
—No te confíes —respondió Helena—. Esto es solo el principio.
Avanzamos con cautela, conscientes de que cada paso nos acercaba más al servidor central y, con ello, al peligro.
El servidor central
Cuando finalmente llegamos, el servidor central era aún más imponente de lo que había imaginado. Una torre masiva de vidrio y metal se alzaba en el centro de la sala, rodeada de consolas y terminales. La energía que emanaba del lugar era casi palpable.
Helena se acercó a una de las consolas y comenzó a teclear frenéticamente. El resto de nosotros formamos un perímetro alrededor de la sala, vigilando cualquier señal de peligro.
—¿Cuánto tiempo necesitas? —pregunté, mi voz apenas un susurro.
—Al menos cinco minutos —respondió, sin apartar la vista de la pantalla.
Cinco minutos parecían una eternidad en un lugar como este. Podía sentir el sudor en mis palmas mientras sujetaba mi arma, lista para lo que viniera.
Y no tuvimos que esperar mucho.
El contraataque de AtlasCorp
De repente, las luces de la sala cambiaron a un tono rojo intenso, y una alarma comenzó a sonar. Las puertas se cerraron detrás de nosotros, y una voz mecánica llenó el aire.
—Intrusos detectados. Activando protocolos de seguridad.