Narrado por Alfio Lee
El sonido de las explosiones todavía resonaba en mis oídos mientras corría por los pasillos de acero frío de AtlasCorp. Mis pasos eran rápidos y firmes, pero mi mente estaba al borde del caos. Las alarmas seguían sonando, un eco metálico que rebotaba contra las paredes y hacía que cada fibra de mi ser gritara que huyera. Pero no podía. No ahora.
Margaret y los demás habían logrado llegar al servidor central, o eso esperaba. Mi parte del plan había sido un desastre desde el principio. Había intentado infiltrarme en el ala de control, pero los sistemas de seguridad habían sido mucho más avanzados de lo que anticipamos. Apenas había logrado desactivar las cámaras de vigilancia del pasillo antes de que los guardias llegaran.
Me apoyé contra la pared, jadeando. En mi muñeca, el mapa holográfico parpadeaba, mostrando la ubicación de mi objetivo: el laboratorio donde se guardaba el núcleo del Proyecto Umbra Omega. Sabía que tenía que llegar allí antes de que Margaret terminara su parte. El acceso al servidor central no significaba nada si no destruíamos la pieza clave del proyecto.
Con un movimiento rápido, revisé mi arma. No quedaba mucho en el cargador, pero tendría que bastar. Me obligué a seguir adelante, mi mente dividida entre el presente y los recuerdos.
El precio de la traición
Había días en que me preguntaba si todo esto valía la pena. Había traicionado a AtlasCorp, la organización que me había moldeado, alimentado y, en muchos sentidos, salvado. Cuando era un joven ambicioso, había visto a AtlasCorp como el pináculo de la civilización, un faro de progreso en un mundo caótico. Pero cuanto más ascendía en sus filas, más veía la verdad.
El Proyecto Umbra Omega era la cúspide de su crueldad. Diseñado para manipular las mentes de millones, no solo buscaba controlar, sino eliminar cualquier rastro de resistencia. Margaret no sabía toda la verdad; ni siquiera Helena lo sabía. Había partes del proyecto tan oscuras que apenas podía soportar recordarlas.
—Sigue avanzando, Alfio, —murmuré para mí mismo, intentando bloquear los pensamientos.
El laboratorio
Llegué al laboratorio tras girar en un pasillo desierto. La puerta era una estructura imponente, reforzada con capas de metal y un sistema de escaneo biométrico. Habíamos estudiado su diseño durante semanas, pero en ese momento, todas nuestras simulaciones parecían inútiles.
Con cuidado, saqué el dispositivo que Helena me había dado, un pequeño módulo diseñado para hackear sistemas avanzados. Lo conecté al panel de la puerta y recé para que funcionara.
—Vamos, vamos… —susurré, observando cómo el dispositivo trabajaba en silencio.
El escáner parpadeó y, tras unos segundos que parecieron eternos, la puerta se abrió con un chasquido.
Entré al laboratorio, cerrando la puerta tras de mí. El lugar era un santuario tecnológico, con paredes llenas de monitores y máquinas zumbando con energía. En el centro de la sala, bajo una cúpula de vidrio, estaba el núcleo del Proyecto Umbra Omega.
Era pequeño, apenas más grande que una caja de zapatos, pero sabía que contenía un poder inimaginable. No solo era el corazón del proyecto; era la clave para el control mental masivo que AtlasCorp había estado perfeccionando durante años.
Me acerqué con cautela, sabiendo que cualquier movimiento en falso podría activar las alarmas.
Un encuentro inesperado
Cuando estaba a punto de desactivar el núcleo, escuché un sonido detrás de mí. Me giré rápidamente, apuntando mi arma hacia la entrada, pero no estaba preparado para lo que vi.
—No esperaba verte aquí, Alfio.
Era Alexander Kane, uno de los miembros más influyentes del Consejo de AtlasCorp. Su presencia llenaba la sala como una tormenta eléctrica, y su mirada fría estaba fija en mí.
—Kane —murmuré, tratando de ocultar mi sorpresa.
—¿Realmente pensaste que podrías entrar aquí sin que lo notáramos? —preguntó, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
No respondí. En lugar de eso, ajusté mi postura, manteniendo mi arma apuntada hacia él. Sabía que Kane no estaba solo. Si estaba aquí, era porque tenía algún plan.
—Esto no tiene que terminar así —continuó Kane, dando un paso hacia mí—. Eres uno de nosotros, Alfio. Siempre lo has sido.
—Ya no —respondí, mi voz firme.
Kane rió entre dientes, como si hubiera esperado esa respuesta.
—Eres más ingenuo de lo que pensé. Margaret, Helena, toda tu pequeña resistencia… no son nada más que peones en un juego mucho más grande. Y tú, Alfio, podrías ser algo más.
Sentí cómo la ira se acumulaba en mi interior, pero me obligué a mantener la calma.
—No puedes detenerme —dije, dando un paso hacia el núcleo—. Esto termina aquí.
Kane levantó una mano, como si estuviera deteniendo un ataque invisible.
—¿De verdad crees que destruir eso cambiará algo? AtlasCorp no depende de una sola pieza de tecnología. Somos una idea, Alfio, una que nunca desaparecerá.
El sacrificio
Ignoré sus palabras y me concentré en el núcleo. Sabía que estaba perdiendo tiempo, pero también sabía que tenía que hacer esto, sin importar el costo.
Kane avanzó rápidamente, pero antes de que pudiera detenerme, disparé hacia la cúpula de vidrio que protegía el núcleo. El cristal se rompió en mil pedazos, y el sonido fue ensordecedor.
Agarré el núcleo y activé el dispositivo explosivo que había traído conmigo.
—No lo hagas, Alfio —advirtió Kane, su tono más severo—. Si destruyes eso, destruirás más que AtlasCorp.
—Es un precio que estoy dispuesto a pagar —respondí.
Con un último vistazo a Kane, lancé el núcleo al suelo y activé el explosivo.
La explosión
El estallido fue devastador. Me lancé al suelo mientras una ola de calor y luz llenaba la sala. Podía sentir cómo la explosión sacudía todo el complejo, y sabía que el impacto se sentiría mucho más allá de estas paredes.