Narrado por Alfio Lee
El aire olía a ceniza y metal. Cada paso que daba resonaba en los pasillos destruidos de lo que antes era la División Umbra. La explosión del núcleo había dejado cicatrices profundas en este lugar, pero también en mí. Mi cuerpo dolía con cada movimiento, pero no era nada comparado con el peso en mi mente. Sabía que destruir el núcleo había sido necesario, pero la mirada de Kane seguía persiguiéndome. Había algo en su expresión, una certeza inquietante, como si supiera que esto era solo el comienzo.
Caminé con cuidado por el corredor, mi arma aún en la mano, aunque sabía que no quedaban muchos enemigos en esta área. A lo lejos, podía escuchar los ecos de las voces de Margaret y Helena, que probablemente estaban asegurando nuestra ruta de escape. Mi pecho se apretó al pensar en Margaret. Había arriesgado tanto, y aunque habíamos logrado un gran golpe contra AtlasCorp, no podía evitar sentir que no era suficiente.
Al llegar a un cruce de pasillos, me detuve para verificar mi mapa holográfico. La salida estaba cerca, pero el camino estaba bloqueado por escombros. Maldije en voz baja mientras revisaba alternativas. Fue entonces cuando escuché un sonido detrás de mí, apenas un susurro. Giré rápidamente, apuntando con mi arma.
—Tranquilo, Alfio. Soy yo.
Era Helena, cubierta de polvo y con una mirada de cansancio extremo, pero viva. Bajé el arma y solté un suspiro.
—¿Dónde está Margaret? —pregunté, tratando de no parecer demasiado ansioso.
—Está asegurando la sala de control. Kane escapó, pero dejó atrás a algunos guardias. —Helena hizo una pausa y me miró con seriedad—. Tenemos que salir de aquí antes de que lleguen refuerzos.
Asentí, guardando mi arma.
—El camino principal está bloqueado. Tendremos que tomar el túnel de servicio.
Helena frunció el ceño, pero no discutió. Sabíamos que nuestras opciones eran limitadas.
El túnel de servicio
El túnel estaba oscuro, apenas iluminado por las luces de emergencia que parpadeaban débilmente. Era angosto y lleno de cables colgantes, un laberinto que parecía interminable. Caminamos en silencio, nuestros pasos resonando suavemente en el metal oxidado.
—¿Crees que fue suficiente? —preguntó Helena de repente, rompiendo el silencio.
Sabía a qué se refería.
—El núcleo está destruido. Sin él, AtlasCorp no podrá continuar con el Proyecto Umbra Omega, al menos no de inmediato. Pero… —Hice una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Esto no los detendrá por completo. Kane tenía razón en algo: AtlasCorp es más que un proyecto. Es una ideología.
Helena asintió lentamente, su rostro iluminado por la luz roja intermitente del túnel.
—Margaret cree que podemos derribar la estructura desde adentro, pero cada día parece más difícil.
No respondí. Había momentos en los que incluso yo dudaba de nuestras posibilidades. AtlasCorp tenía recursos casi ilimitados, y aunque habíamos logrado un golpe importante, todavía estábamos luchando contra un gigante.
Los fantasmas del pasado
Mientras avanzábamos, mi mente regresó al pasado. Recordé el día en que conocí a Margaret, el día que todo cambió. Ella era una rebelde desde el principio, cuestionando todo, desafiando a todos. Fue su determinación lo que me atrajo a su causa, pero también lo que me hizo cuestionar mi lealtad a AtlasCorp.
Había visto cosas mientras trabajaba para ellos, cosas que no podía ignorar. Familias separadas, ciudades destruidas, todo en nombre del “progreso”. Pero el Proyecto Umbra Omega fue el límite. No podía ser parte de algo tan monstruoso. Margaret me dio una salida, una razón para pelear.
—¿Qué estás pensando? —preguntó Helena, sacándome de mis pensamientos.
—En cómo llegamos aquí, —respondí sinceramente—. En cómo todo esto comenzó.
Helena sonrió ligeramente.
—A veces creo que ni siquiera nosotros sabemos cómo llegamos aquí.
Seguimos caminando en silencio hasta que finalmente llegamos al final del túnel. Una puerta metálica bloqueaba nuestro paso, pero no era un problema. Saqué el dispositivo de hackeo que habíamos usado antes y lo conecté al panel de control.
—Esto tomará unos minutos, —dije mientras trabajaba.
Un momento de calma
Helena se apoyó contra la pared, su cuerpo visiblemente agotado.
—¿Crees que Kane regresará? —preguntó de repente.
—Sin duda. —Mi respuesta fue inmediata. Kane no era del tipo que se rendía fácilmente. Sabía que volvería con más fuerza, con un plan aún más retorcido.
Helena asintió, pero no dijo nada más. Sus ojos estaban fijos en el suelo, y supe que estaba tan cansada como yo, no solo físicamente, sino emocionalmente.
—¿Y Margaret? —pregunté, rompiendo el silencio.
Helena me miró, una ligera sonrisa en sus labios.
—¿Qué pasa con Margaret?
—¿Crees que seguirá haciendo esto? —Mi voz sonó más insegura de lo que quería.
—Margaret no sabe rendirse, Alfio. Es lo que la hace tan peligrosa para AtlasCorp… y tan importante para nosotros.
Asentí, pero no pude evitar sentir una punzada de preocupación. Margaret llevaba demasiado peso sobre sus hombros, y aunque nunca lo admitiría, sabía que estaba al límite.
El regreso al equipo
La puerta finalmente se abrió con un chirrido metálico, y salimos al exterior. El aire fresco fue un alivio después de horas en los pasillos cerrados de AtlasCorp. A lo lejos, vi a Margaret y a los demás esperando junto a un vehículo.
Cuando llegamos a ellos, Margaret me miró con una mezcla de alivio y preocupación.
—¿Todo bien? —preguntó.
Asentí, pero no dije nada. Había demasiadas cosas en mi mente, demasiadas preguntas sin respuesta.
Una tregua temporal
El viaje de regreso a nuestro refugio fue silencioso. Nadie tenía fuerzas para hablar, y todos parecían estar procesando lo que había sucedido. Cuando finalmente llegamos, nos reunimos en la sala principal para discutir los próximos pasos.